Por Tom Shone Desde Londres El 23 de marzo, un gran sobre
de papel manila, franqueado en Miami, llegó al escritorio de Mort Janklow, un agente
literario de New York. Contenía un manuscrito de 600 páginas que Janklow empezó a leer
de inmediato, quedándose toda la noche en vela hasta terminar, a las cinco de la mañana.
Había estado esperando ese texto más de una década. Al día siguiente, con los ojos
cansados pero lleno de entusiasmo, Janklow hizo varias copias del manuscrito y lo envió a
diversos puntos del globo. Uno voló hacia el oeste, al director Jonathan Demme. Otro fue
hacia el sudoeste, a Malasia, donde Jodie Foster filmaba una película. Mientras tanto,
otro paquete iba hacia el este, a Inglaterra, para aterrizar en el felpudo de Anthony
Hopkins, quien tenía más razones que nadie para sentir que su pulso se aceleraba al leer
el título: Hannibal.
Ha pasado mucho tiempo desde la última visita del doctor Hannibal Lecter, psiquiatra,
gourmet y asesino de nueve personas. Desde que se perdió en un atardecer brasileño en el
final de El silencio de los inocentes (1990), muchos aguardaron su regreso. Y ha sido una
larga espera. Su creador, el escritor estadounidense Thomas Harris, suele tomarse largos
tiempos entre cada libro. Le llevó cinco años escribir la primera novela de Lecter, Red
Dragon (Dragón Rojo); la segunda, The silence of the lambs, le tomó siete. La tercera,
con un magnífico desdén hacia la impaciencia de Hollywood, insumió nada menos que once
años. La espera terminó, y, con el tipo de fanfarria que en general acompaña a las
megaproducciones cinematográficas, Hannibal llegará a las librerías este martes. Los
editores rivales se cuidaron muy bien de no entorpecer su paso: Lecter está de regreso, y
nadie quiere ser la cena.
El contenido del libro es un secreto guardado bajo siete llaves: se sabe que comienza
siete años después de aquel final brasileño, pero eso es todo. La página de Harris
(www.thomasharris.com) habla vagamente de alguien que planea una venganza
contra Lecter, utilizando a la agente Clarice Sterling como carnada, pero Harris que
el mismo martes leerá por Internet el capítulo 21 de la novela no está al alcance
para hacer comentarios, ya que es notoriamente reacio a las movidas publicitarias. La
última vez que se lo vio fue en 1994, en el juicio a un asesino serial italiano, el
Monstruo de Florencia, donde estuvo tomando notas. Su última entrevista fue
en 1984, cuando un periodista estadounidense le preguntó si no tenía que ser él mismo
un poco psicópata para escribir tan bien sobre el tema. Después de eso, Harris nunca
más dio una nota.
La ausencia del hombre, por supuesto, cimentó e impulsó el mito, lo cual es mucho más
divertido, y le da a los fans la oportunidad de dar vuelta las mesas y jugar al detective.
Se sabe que Harris es (como el Dr. Lecter) un experto cocinero, y que su especialidad es
el venado y el pato salvaje. Después de escuchar eso, ¿quién podría resistirse a la
tentación de pensar que el escritor quizá comparta con su criatura gustos más
exóticos? ¿Y quién podría no estremecerse ante la afirmación de la madre, que dice
que Harris es la más gentil y amorosa alma en la tierra, un chico adorable que ama a su
madre? Seguramente es una descripción bien intencionada, pero si uno está tratando de
diluir la reputación de ser la respuesta literaria a Norman Bates, la madre de uno no
debe andar dando referencias a la prensa.
Lo que realmente shockea es que quizá la madre tenga razón. Todos los que conocen a
Harris lo describen como alguien tímido, cortés, de voz tranquila y acento sureño. Un
gigante agradable, con una barba de gigante agradable. Nacido en 1941 en Jackson,
Tennessee, único hijo de una maestra de ciencias y un ingeniero eléctrico, Harris
creció en Richmond, Mississippi, donde su padre compró una granja. La agente del FBI
Clarice Sterling, debe recordarse, también creció en una granja, donde escuchó por
primera vez el grito de las ovejas esperando al matarife.
Harris parece haber tenido una visión más feliz de las cosas. Tranquilo, inteligente,
voraz lector, trabajó en la biblioteca antes de mudarse a laUniversidad de Baylor, en
Texas, donde estudió inglés. Se graduó, fue reportero del Waco News Tribune, y pronto
consiguió trabajo en la sede neoyorquina de Associated Press. Allí coescribió su
primera novela, Black Sunday (1975), sobre unos terroristas que secuestraban un globo
aerostático durante el Super Bowl. Podría haber sido un buen tema para un film, pero el
verdadero estilo y el tema central de Harris se unieron cuando supo de la creación del
departamento de Ciencia del Comportamiento del FBI, para estudiar un nuevo tipo de
criminal: el asesino serial. Harris se dio cuenta del potencial que tenía eso para la
narrativa.
Harris conoce claramente su tema. De hecho, la investigación que lleva a cabo para sus
libros es la principal razón de su demora para publicar. Es una consecuencia de sus años
en la biblioteca, lo que le da a su trabajo un lustre distintivo, literario. Sus libros
son, para decirlo de alguna manera, bien leídos. Sus personajes centrales no hacen nada
más que leer todo el día. Poniendo una U en el apellido de Lecter, por ejemplo, se
obtiene lecteur, lector en francés. En su primera aparición en Red Dragon, el doctor
está dormido, con un volumen del Gran Diccionario Culinario de Alejandro Dumas abierto en
su pecho. Nunca se llega a escuchar la historia de cómo lo agarraron, sino que Lecter
existe en la periferia de la trama de otras personas, más un autor de eventos que un
participante de ellos.
El Dr. Lecter está conforme con el asilo porque es el único lugar donde se
practica la libertad de palabra, dice Harris. Quizá tenga razón. En sus raras
declaraciones sobre Lecter, Harris suele usar la tercera persona. La gente me
pregunta si va a volver, y no lo sé. El no responde mis llamados. Es una persona a la que
le gusta divertirse. Suena bastante escalofriante, hasta diabólico, como si Harris
ya no tuviera control sobre su propia creación. Pero es también el signo de que el
escritor le ha dado entidad a algo que lo trascenderá. Conan Doyle solía hablar así de
Sherlock Holmes y, como Holmes, Lecter puede estar destinado a ir más allá de las
páginas de Harris y perpetuarse en el cine. Hasta ahora ha habido dos películas y dos
Lecters, ambos excelentes: el de Hopkins en la película de Demme, y Manhunter (1986), de
Michael Mann, una adaptación de Red Dragon con Brian Cox. La de Demme es la mejor, sin
dudas, aun cuando comete el error de poner a Lecter en un ambiente oscuro, un guiño
gótico innecesario. Lo que Lecter realmente necesita es el blanco purísimo típico del
asilo, en el que resalta su oscuridad. Es lo que se ve en el film de Mann, en el que Cox,
completamente vestido de blanco, parece fundirse con las paredes. Sólo parecen verse su
cabeza y sus manos, las únicas partes que Lecter usa: la que imagina el daño y la que lo
inflige.
Ese daño se extendió más allá de los cines y a la moral de la nación, algo que
afectó a los actores. Mucha gente lo rechazó, pero nunca imaginé que se
convirtiera en esa figura heroica. Todavía tengo problemas con eso, dijo Cox.
Hopkins ganó uno de los cinco Oscar que se llevó la película. Pero cuando el actor
escuchó que el público festejaba la frase final de Lecter (Tengo un viejo amigo
para cenar) se hizo eco de las preocupaciones de Cox, y anunció que nunca volvería
a interpretarlo.
Eso está por verse. Hollywood ya le pagó a Harris 9 millones por los derechos. El record
anterior eran los 8 millones que recibieron Michael Crichton y John Grisham. El público
está ansioso y la librería virtual Amazon.com lo tiene en los primeros lugares de venta
desde hace varias semanas. Hanniba escapó de las páginas de Harris para ingresar al mito
popular. Habrá que esperar para ver qué hace con su flamante libertad.
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