Por Sergio Moreno Quiero que me traigan
ideas, viene insistiendo, como marcando una ausencia, desde hace dos semanas el
gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, a sus especialistas en ideas. El nerviosismo
y una cierta desazón se apoderó del entorno cercano del candidato por diversos motivos.
Uno es la guerra de baja intensidad que ha desatado un Carlos Menem en retirada que
pretende embarrar el camino de su ex vicepresidente a la Casa Rosada, guerra cuyos
generales son ahora Adolfo Rodríguez Saá y el verborrágico y ocurrente Jorge Asís.
Otro motivo es la coincidencia sobre su estancamiento en las encuestas que fueron
publicadas en los diarios nacionales Página/12, entre ellos el fin de semana
pasado. Finalmente, en medio de la campaña en Tucumán, en el momento de máxima
exposición de la fórmula nacional del peronismo, la revelación de que el candidato a
gobernador e incondicional del bonaerense, Julio Miranda, cobra una jubilación de
privilegio, restringiendo sus chances para hoy.
Duhalde es un hombre metódico y ha demostrado ser paciente. La avanzada contra su ex
amigo el Presidente dio sus frutos cuya culminación fue la arrolladora victoria de los
suyos en la interna del PJ bonaerense. Pero a partir de ese momento la maquinaria del
gobernador comenzó a empantanarse. Y todos en el entorno del candidato lo saben. Y lo
sienten.
Es muy molesto, muy molesto. Duhalde tiene las pelotas llenas, dicen los
consultores del gobernador y de su compañero Ramón Ortega cuando reflexionan sobre el
empecinamiento de Rodríguez Saá en seguir adelante con su postulación. Nadie duda de
que la mano de Menem está detrás del puntano, pero la mayor incomodidad la produce
Asís, cuyo distrito es el lenguaje, y lo utiliza, afilado, irónico e hiriente, para
mellar la paciencia del bonaerense.
Ni Duhalde ni Ortega ni ninguno de sus asesores dudan de su victoria en la interna
nacional. Pero la aparición de Asís agrega unos centímetros más al palo que sostiene
la zanahoria delante del burro. Primero decíamos que cuando cerrábamos la fórmula
con Palito empezaba la campaña: no fue así. Después, que iba a ser luego de la interna
provincial: tampoco. Después, con el encolumnamiento de los gobernadores: la campaña
todavía no empieza. Menem siempre te pone un escollo nuevo. Es muy desgastante, se
quejan los pensadores duhaldistas. Y no trepidan en caracterizar a Asís como un
francotirador que no tiene nada que perder y que, para colmo, se divierte
horrores.
Pero lo que no deja de ser una simple molestia se convierte en preocupación con la
lectura de los sondeos de opinión. El domingo (pasado) salieron encuestas que nos
daban parejos con la Alianza dice un hombre de comunicación de Ortega, pero
los diarios coincidían en que las mediciones se hicieron en el momento de máximo fervor
duhaldista y que los indecisos estaban más predispuestos a votar a la Alianza. Faltan
cinco meses para la general, y esa perspectiva no es buena, sintetizó.
Por eso, el gobernador insiste en que le traigan ideas para destrabar la
campaña. Pero el clima que existe en su brain storming no es el mejor. La designación de
Julio César Chiche Aráoz desató una tormenta en el aerópago del poder
duhaldista. Aráoz un hombre que manda, que sabe ser jefe, según lo
caracterizó el propio Duhalde no dudó un segundo en ponerse al frente del comando
de campaña no bien fue designado. Toda la estructura crujió, pero el verdadero
enfrentamiento se produjo en las alturas. Carlos Tempone es uno de los más estrechos
colaboradores del bonaerense ambos se conocen desde hace más de 40 años, desde que
eran adolescentes y vivían en la misma cuadra en Lomas de Zamora encargado de
recaudar y morigerar el flujo de fondos de campaña, responsabilidad que imbuye de poder,
y de encargarse de las cosas que no quiere pero tiene que encargarse el
gobernador. Cuando Aráoz solicitó el traspaso del dinero comenzó la batalla. Batalla
que no ha finalizado porque, por el momento, el gobernador no ha mediado. Duhalde conoce
lo que ocurre, por lo que no se queda en su exigencia de ideas: toma la iniciativa. Sus
hombres le atribuyen al coleto del gobernador la exhumación del salariazo y la
revolución productiva como argumento de campaña. Y el silencio que se instala en
sus operadores cuando se los consulta por los resultados de la apropiación de la
paradigmática frase del Carlos Menem de 1989 dice lo que no quieren decir.
La polémica desatada por el reportaje que concedió Domingo Cavallo al Financial Times,
sobre la salud de la convertibilidad fue otro incordio para Duhalde quien, días después
debía encontrarse con el ex ministro para mostrar el germen de su futuro acuerdo.
Yo no sé si el desliz del Chiche (Aráoz, quien anunció desde Washington que el
acuerdo con Cavallo era un hecho) no fue una instrucción de Duhalde, especuló un
asesor del candidato. El razonamiento fue el siguiente: Nosotros teníamos que
mostrar esa reunión desde el costado político, más allá de alguna explicación que
después habría que darle al Mingo. De lo contrario se iba a instalar la discusión sobre
el fin de la convertibilidad, los periodistas iban a preguntar sobre eso y lo que debía
aparecer como el inicio de una alianza para calmar al establishment se iba a convertir en
lo contrario.
La frutilla del postre que está engullendo el candidato la puso su fiel seguidor tucumano
y aspirante a la sucesión del dictador Antonio Bussi, Julio Miranda. Duhalde y Ortega
saludaban desde el duhaldemóvil a los tucumanos mientras que Miranda explicaba a la
prensa por qué estaba cobrando una jubilación de privilegio. Toda la logística
desplegada por la fórmula en la tierra de Ortega tambaleó por el golpe. Duhalde no
podrá evitar quedar pegado a Miranda si es que sale derrotado. Tampoco será fácil
desentrañar si la jubilación del senador y candidato a gobernador no fue la causa de la
defección, a la luz de algunas encuestas que muestran una estrecha paridad en la
intención de votos entre los tres aspirantes principales.
Duhalde apostó a Tucumán, muy fuerte, porque necesita de un triunfo para revertir el
clima espeso en que está sumida su campaña. Hoy las urnas lo sacarán del entrevero o lo
dejarán enredado en su propia inercia.
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