Por Susana Viau El allanamiento de la estancia
La Celia, ordenado este viernes, no produjo resultados desde el punto de vista judicial,
pero quienes conocen a Raúl Juan Pedro Moneta sospechan que la medida ha tenido en él un
efecto devastador, mucho mayor que la discusión que en estos días terminó casi a
trompadas con Eduardo Antonio Lede, director del caído Banco Mendoza. Es que La Celia es
la antigua propiedad de la familia de Claudia Arroyo Benegas, mujer del banquero, y tanto
la finca como la provincia ocupaban un lugar de privilegio entre los intereses afectivos
del financista prófugo. Ególatra, megalómano, impulsivo, Moneta creía haber adquirido
el derecho a soñar con un gran futuro político y no sólo en el plano nacional. Pese a
sus expectativas, la posibilidad quedó pulverizada bajo los escombros de un grupo de
sociedades que, contra toda lógica, multiplicaron por diez su riqueza en menos de tres
años. Se ha dicho que Moneta es un Yabrán de guante blanco; que, como el
humilde cartero, estuvo a punto de caer bajo la lupa de la extinguida
comisión anti-mafia. Especulan con que, igual que lo que pudo suceder con el empresario
postal, su nombre no sea sino la marca registrada de una S.A. infinitamente poderosa, en
la que se proyectan las sombras del escalón más empinado del gobierno y del Citibank.
Señalan como ejemplo de ese modo de hacer negocios en la periferia a la inversora
Confidas y a otro Raúl, el mexicano Salinas de Gortari, blanqueador del dinero negro de
su hermano el presidente. En cualquier caso, ha comenzado a correrse la manta que hace
difuso el origen de la cuantiosa, inexplicable, fortuna personal de Moneta, una figura
exponencial de lo que se ha dado en llamar la cultura menemista.
Una pasión argentina
El banquero de 54 años alcanzó el esplendor cruzada la frontera de los años 90, pero
para ese entonces no era ni un improvisado en materia de finanzas ni un recién llegado al
módico gran mundo argentino. Hijo de un escribano que murió hace dos semanas sin asistir
a la debacle, Raúl Juan Pedro puede afirmar que el apellido tiene en el país un arraigo
más que centenario. Los Moneta desembarcaron procedentes de la Lombardía a fines de 1860
y quizás haya sido el forcejeo entre las tradiciones de la Alta Italia y las costumbres
de la nueva tierra el que desarrolló en el prófugo su criticada tendencia a un
criollismo de papel maché. La familia consolidó su situación y enroló al futuro
financista en el colegio más tradicional, el Saint George de Quilmes, un lugar very
British donde niños y jóvenes acaudalados aprenden inglés como nativos, preparan su
porvenir académico y, lo que es francamente singular, en la fraternidad de los terceros
tiempos y las interminables noches de pupilaje, anudan la amistad con quienes, más tarde
o más temprano, están llamados a ocupar los espacios del poder. Será la vida misma la
encargada de dar un giro sutil a esas relaciones juveniles y convertirlas en lobby.
No es una afirmación genérica. Fue en el exclusivo instituto quilmeño que se conocieron
Raúl Juan Pedro, Richard el Gato Handley, rugbier, ex Puma, que
representaría al Citibank por delegación de John Reed, también alumno del Saint George,
y el fallecido publicitario Francisco Nono Pugliese, marido de la que fuera
modelo top de los 60, Claudia Sánchez, la chica LM. Muy pronto, muy joven, Moneta se
enamoró de Claudia Arroyo Benegas, hija de una tradicional familia mendocina, propietaria
de 2 mil hectáreas en Eugenio Bustos, departamento de San Carlos, y del 50 por ciento de
Arroyo Benegas & Navesi S.A., representante de los productos de Acindar en toda la
región de Cuyo. El noviazgo con la muchacha fue también el comienzo del noviazgo de
Moneta con la provincia a la que, sin duda, consideraba uno de los lugares ideales para la
hora del retiro. Aun cuando se graduó de escribano, Raúl Juan Pedro Moneta no hizo
carrera en laprofesión. Sus esfuerzos se concentraron en la mesa de dinero de la calle
San Martín: Financiera República, una más de las cuevas que brotaron como
hongos en la city tras la tormenta desatada por José Alfredo Martínez de Hoz.
Los verdes años
En la década del 80, la mesa de dinero obtuvo el permiso del Central para operar como
banco. Moneta dio un salto cualitativo y comenzó la frecuentación de dos temibles
operadores políticos: el radical Enrique Coti Nosiglia y el renovador José
Luis Chupete Manzano. Fueron los primeros pasos firmes.
Relató en uno de sus artículos Horacio Verbitsky que iba a ser Nono Pugliese, encargado
de la cuenta de Bunge & Born, quien le abriera a Moneta las puertas del menemismo, una
vía que se completó con el ingreso del flamante banquero a los negocios con mayúsculas,
de la mano del Gato Handley. Los Old Georgians entraban de nuevo en acción. Handley lo
incorporó a una subsidiaria que el Citibank montó para administrar los activos que
había canjeado por los papeles de deuda externa, el Citicorp Holding, más popular como
Citicorp Equity Investments, es decir el CEI.
En el grupo, Raúl Juan Pedro Moneta era el accionista mayoritario, con el 36 por ciento
del paquete; los hermanos Werthein, Los W, propietarios del Banco Mercantil,
controlaban el 20 por ciento. El Citibank no sólo había hecho un negocio pampa
quedándose con la minoría de las acciones (44 por ciento), sino una maniobra extraña a
las grandes compañías americanas, muy vigiladas en la elección de sus socios y al mismo
tiempo casi impedidas de integrarse en minoría a aventuras de ese tipo.
Moneta, por su cuenta, había obtenido otros logros: la confianza de Javier González
Fraga, entonces presidente del Central, y poner un amigo en el directorio, el abogado
Alberto Petracchi, síndico de Moneta en la S.A. Corporación de los Andes. Corporación
de los Andes es la resultante de la fusión de La Celia y Arroyo Benegas y Navesi, las dos
sociedades de su familia política que habían pasado a sus manos en 1992, cuando en
crisis, como muchos emprendimientos de la provincia, se vieron obligadas a a pedir
préstamos que no pudieron levantar a dos financieras ligadas a Moneta, MAYPA y Federalia.
Con las grandes inversiones habían llegado también los grandes amigos. Carlos Corach,
Eduardo Menem, Alberto Kohan lo visitaban en el cuarto piso del República. Con Petracchi
y los hermanos Hugo y Jorge Anzorreguy (titular de la SIDE uno y conjuez de la Corte el
otro, ambos los hombres de más influencia en el Poder Judicial) se trataban
cotidianamente en el country Tortugas. Frecuentaba al ex banquero-estrella español, Mario
Conde, y a Julio Villalonga, de su socia Teléfonica. En Mendoza, su amigo Daniel Vila lo
introdujo a Rodolfo Gabrielli y a quien sería designado procurador general, Nicolás
Becerra.
El corolario de esa frecuentación cuyana fue un crédito subsidiado de 10 millones y, por
fin, la adjudicación de los bancos provinciales a privatizar, el Banco de Mendoza y el de
Previsión. Para esa operación, le acercaron la pluma de Roberto Dromi, autor intelectual
del recurso de amparo que le permitió prenderse fuera de término a la privatización. La
firma del recurso era la de Alberto Vila, abogado de el Grupo Vila. El juez Vargas, que se
lo concedió, era un hombre accesible al que Daniel Vila había recurrido en oportunidades
anteriores. Además de la parentela (su tío, Benito Jaime Lucini, y su primo, Pablo Juan
Lucini) Moneta incorporó al Banco Mendoza a Eduardo Lede, quien traía consigo la
experiencia de haber sido gerente del Citibank de México, curiosamente la filial acusada
de blanquear a través de la inversora Confidas el dinero de la corrupción de los Salinas
de Gortari. Su otra entidad, el República, logró una clientela conspicua: Roberto Dromi
y como reveló este diario hace una semana el presidente de la Nación a
través de la sociedad SaúlMenem e Hijos. Los que lo conocen afirman que a
principios de los 80, la fortuna de Moneta no pasaba del millón de dólares; a fines de
la década se le calculaba un patrimonio de entre 5 y 10; en el 96, ascendía a un
centenar de millones. En la actualidad bordea, valor contable, los 1600. Una maravilla
que, dicen, dejaría tildado a David Copperfield.
Hombres de a caballo
Moneta buscó y consiguió la amistad de Carlos Menem, afín como él a los estereotipos
camperos. Sus caballos criollos bailaron ante Clinton, su estancia de Luján fue sede de
agasajos al gabinete e invitados internacionales. Lejos de ser un individuo tímido,
Moneta mantuvo un alto nivel de exposición, estimulado por su afición a los personajes
de las revistas del corazón y las figuras de la caja boba. Es verdad, no era un fenómeno
individual. La gran burguesía del campo y las finanzas ha dejado de creer, como sus
ancestros, que la exhibición de dinero es procaz y la excesiva figuración, un
mamarracho. Es probable que los apellidos tradicionales de Mendoza jamás le perdonen a
Moneta el haberlos obligado a concurrir vestidos de gauchos a las fiestas donde él,
anfitrión, se distinguía del resto por sus atavío de bombachas, botas y camisa negras.
En la relación con el Presidente, el banquero fue incondicional. Bregó por la
reelección y puso a su servicio los medios controlados por el CEI. Llegó, incluso, a
tratar de enmendar con otro papelón histórico la gaffe presidencial de sostener que el
caminante no hay camino pertenecía a Atahualpa Yupanqui. Solícito, escribió
que el disparate era un total acierto del excelentísmo señor
Presidente porque Yupanqui había sido un apasionado lector de Antonio Machado.
Nada sirvió. Ayer, por orden del juez mendocino Luis Leiva, allanaron, buscándolo, el
Chateau DEncon, una antigua estancia de Tupungato devenida hostal. Era la cuarta o
quinta requisa llevada a cabo entre Mendoza y Buenos Aires. No hace falta ser memorioso
para recordar que una cacería similar se desarrolló hace un año tras otro personaje
enigmático del menemismo: el suicidado Alfredo Yabrán. Los que lo han tratado aseguran
que Moneta no es Yabrán. Debe estar furioso, dolido. Debe sospechar que lo han
dejado caer. Pero si lo acorralan va a hablar.
|