Por Horacio Verbitsky En el cierre de la campaña de
la Alianza, De la Rúa se dedicó a fustigar a Menem. En el acto central del
Justicialismo, Duhalde dirigió sus pullas a De la Rúa. Esa actitud miope que peronistas
y radicales repiten desde 1983 puede permitir que hoy se consagre como gobernador Ricardo
Bussi, nacido en Estados Unidos mientras su padre realizaba un curso de contrainsurgencia
y que ingresó en la política tucumana blandiendo un certificado de residencia falso,
pecado menor que también cometieron Palito Ortega y el viejo Bussi cuando fueron elegidos
gobernadores. Socio de un sobrino de Yabrán, el candidato de Fuerza Republicana ofrece
como principal atractivo el apellido de su papá. Su compañero de fórmula es el actual
intendente de la Capital, Oscar Paz, miembro de una familia tradicional venida a menos,
cuya habilidad es montar a caballo.
La condescendencia con el Mussolini tucumano viene de lejos. El 30 de diciembre de 1975 el
diario La Gaceta publicó una declaración firmada por el presidente y vice de
la Cámara de Diputados y por los titulares de los bloques justicialista y radical, de
apoyo incondicional a la heroica lucha conducida por Bussi en defensa de
la democracia. Ni la falta grave al honor militar por la que lo sancionó el
Ejército, ni la divulgación de sus cuentas bancarias que han dado lugar a un proceso por
enriquecimiento ilícito, ni el juicio político en el que sólo faltaron tres votos para
los dos tercios que lo hubieran destituido, ni el crecimiento de la deuda pública de 600
a 1.300 millones de pesos durante su gobierno, ni el último puesto que Tucumán ocupó en
la prueba nacional de calidad educativa ni el primero que alcanzó en el índice de
mortalidad infantil han mellado el encanto y atractivo de Bussi para no menos de un tercio
de la ciudadanía tucumana. En una de las provincias donde el índice de desocupación
supera el altísimo promedio nacional, los centenares de desapariciones de las que Bussi
fue responsable tienen una resonancia atenuada. Cada día desaparecen en Tucumán una
cifra equivalente o superior, entre niños que mueren por enfermedades que una mínima
atención primaria podría prevenir y jóvenes que emigran en busca de empleo. ¿Por qué
pesarían más en la conciencia colectiva los desaparecidos en los campos de
concentración dos décadas atrás que los de la miseria y la desidia cotidianas hoy?
Bussi ya no hace campaña a los tiros y ha escondido a impresentables como El Tuerto
Albornoz o El Capucha Triviño. El actual activismo de los forzudos republicanos es más
rubio y blanco que el tucumano medio, como corresponde a un partido clasista pero con
consenso social, que no recluta a sus funcionarios en los orígenes sociales más
modestos. Sus locales se asemejan a los de las AFJP, los estudios de marketing o de
computación. Todo está limpio, recién pintado, con muebles al tono y cada cosa en su
lugar. Su evolución se parece a la del franquismo español en la década del 60. Su
programa de gobierno no promete menos bienestar ni es más preciso que el de la Alianza
nacional, pero en vez de omitir la cultura o las relaciones internacionales, pasa por alto
la Justicia. Tampoco las otras fuerzas parecen tener un proyecto de viabilidad económica
para la provincia, aunque nadie lo dejó en claro de modo más obvio que Duhalde cuando
propuso crear un Fondo Monetario Criollo.
En el programa radial de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el candidato a
la vicegobernación por la Alianza, Pedro Rougés, sostuvo que la violencia social era
fruto de la impunidad.
¿No colabora a ello la candidatura a intendente por la Alianza de Horacio
Ibarreche, que reivindica el terrorismo de estado? le preguntó el docente Andrés
Jaroslavsky, hijo de un médico desaparecido durante la dictadura.
Yo creo en el perdón cristiano respondió Rougés. ¿Usted garantiza
que se arrepintió, ya que una cosa es renunciar a Fuerza Republicana por problemas
internos y otra distinta dejar de ser fascista? insistió Jaroslavsky.
Sólo puedo responder por mí mismo se excusó el candidato y decano de la
Facultad de Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán.
A 48 horas de los comicios, el candidato peronista a la gobernación, el senador Julio
Miranda y el de Fuerza Republicana a la vicegobernación, Oscar Paz, admitieron que cobran
jubilaciones de privilegio de $4.498,90 y $3.414 pesos. Seguramente no son esos los
recursos que le permitieron a Miranda mudarse de su vieja casa barrial en la popular villa
9 de Julio a un amplio chalet en la residencial avenida Mate de Luna, con cancha de paddle
y lujosas 4x4 en el garage. Según Bussi, hace una década Miranda vendía garrafas y hoy
es propietario de una gran finca citrícola y una lujosa vivienda.
Gracias a la ley de lemas ideada por el dirigente radical Oscar Muiño, uno de cada 25
tucumanos es candidato a algo en las elecciones de hoy, con la ilusión de obtener
canonjías similares. A esa rueda de la fortuna se han subido cómicos teatrales, payasos
de feria, cantantes de bailantas, pastores evangélicos, folkloristas de segunda,
animadores televisivos y mafiosos conocidos. La mujer del ex policía Malevo Ferreyra,
condenado a prisión perpetua, el Payaso Trapalín, Gladys la Bomba Tucumana y la mujer de
la Chancha Ale, candidata por el lema Turf y Verdad, son algunos de los 43.000
aspirantes al salvador empleo público. Por ahora, festejan las imprentas, por la cantidad
de boletas electorales necesarias. La ley que prohíbe la reelección de los funcionarios
ha provocado un fulminante interés de esposas, amantes, hijos, hermanos y cuñados por la
cosa pública. Esta fragmentación en clanes relega el mensaje a un remoto segundo plano,
en favor del marketing electoral. Encontrar una boleta en el cuarto oscuro ya será una
proeza. Como la única chance reside en que el ciudadano llegue con el voto en el
bolsillo, y que el cuarto oscuro le sirva sólo para ensobrarlo, la campaña se realizó
casa por casa, a través de visitas personales, entrega de dádivas y muchas promesas,
terreno en el que el partido gobernante corre con ventaja. Sus promotores son jóvenes
estudiantes que exponen a los vecinos la virtud de su producto en forma eficaz. El Frepaso
espera superar el 1,1 por ciento de los votos que obtuvo en 1995 su líder local, José
Vitar, cuya virtud es la intransigencia ante Bussi. Su candidato ahora es el ex guardián
de hierro Ricardo Díaz, que corre con el sublema Chacho Alvarez. La
personalidad objeto de ese culto decapitó al sector crítico y más radicalizado del
Frepaso, que a principios de la década había reunido el 4 por ciento de los votos.
Alvarez prefirió el populismo de Vitar, siempre esperanzado con una ruptura del
justicialismo que nunca se produce.
Cuando Bussi daba sus primeros pasos políticos había quienes trataban de entender cómo
eso era posible. Hoy su presencia se acepta con tanta naturalidad como la de Hugo Banzer
en Bolivia, ese otro espejo de la argentinidad en que los políticos ilustrados de Buenos
Aires tampoco gustan mirarse. En 1989 el analista político Fernando Hevia escribió que
en ningún otro lugar del país la transición estuvo tan teñida de continuismo. La
atención particular que el régimen militar prestó a la provincia estuvo acompañada de
una carga de adoctrinamiento ideológico, de estilos y conductas, difíciles de
desmantelar. Salvo honrosas excepciones, los nuevos representantes surgidos desde 1983
optaron por la cautela y el compromiso cuando no la complicidad manifiesta con
el pasado. Una década más tarde, Hevia, quien es investigador del Centro de
Iniciativas Ciudadanas (CIC), agrega que el progresismo no logró recuperarse nunca
del abismo dictatorial. Con líderes sindicales de experiencia desaparecidos,
sindicatos en liquidación, militancia política exterminada, intelectuales y opositores
emigrados, el proceso de reconstrucción de unespacio esencialmente democrático fue
penoso y balbuceante. La clase media, otrora crítica y desafiante, se volvió timorata y
conservadora. Sin temor al ridículo abrazó los valores de la antigua y
decadente aristocracia provinciana: la misa parroquial, la casa de veraneo en Tafí del
Valle y el exhibirse a caballo disfrazados de gaucho. El menemismo lo completó trayendo
el golf, los boliches y la comida tex-mex, salpicada con Miami y Caribbean resorts.
En ningún otro lugar del país la dictadura pudo introducir una cuña cultural tan
profunda, empujada por las modificaciones estructurales debidas a la crisis del
monocultivo de caña. El auge del azúcar explicó la densidad demográfica, el fuerte y
combativo movimiento obrero, la inmigración calificada, la universidad avanzada y las
nuevas clases medias pujantes y seguras que desplazaron paulatinamente a las antiguas
aristocracias. La hecatombe del azúcar demolió ese esquema y
latinoamericanizó a la región, explica Hevia. Tucumán comenzó a expulsar a
sus nativos. El poder económico pasó cada vez más a manos ajenas a la región,
crecieron la especulación y la usura. Las migraciones desde los ingenios multiplicaron
las villas miseria y el clientelismo electoral. Ese proletariado desindustrializado
destruyó máquinas cosechadoras que desplazaban al trabajo manual y se sumó a una
incipiente guerrilla. Los ex ingenios San José y Santa Lucía figuran a la cabeza en la
lista de presos, muertos y desaparecidos bajo la represión bussista. La pequeña
burguesía pauperizada, que votaba a la UCR, fue la primera en pasarse a Bussi, que
recién después empezó a disputarle al peronismo los barrios populares, de formación
reciente, donde van los desocupados del campo, sin tradición gremial.
Parte de la dirigencia política surgida a partir de 1983 también es producto de ese
mismo corte cultural, en una de las provincias que el esquema económico neoliberal tornó
inviables. La profundización del abismo que las separa de Buenos Aires también marcó la
concepción del mundo de estas sociedades mediterráneas que, en palabras de Hevia,
emprendieron un camino de retroceso ideológico, de desconfianza hacia cualquier
espíritu crítico. Esto ayuda a entender el fuerte sesgo hacia la derecha del
peronismo y del radicalismo tucumano postdictatoriales y la inexistencia del Frepaso. Cada
vez que los conflictos sociales lo desbordaban, el ex gobernador Fernando Riera denunciaba
la presencia de Sendero Luminoso en los montes. El principal dirigente radical en la
década del `80, Rubén Chebaia, nunca hizo alusión pública a la responsabilidad de
Bussi en la desaparición de su padre, líder histórico de la CGE. Ambos partidos
tradicionales fueron incapaces de cerrar filas y volver a encerrar en la botella a los
genios desatados. En la UCR el legislador provincial Carlos Courel y diputado nacional
Neme Scheij plantearon el frentismo con el PJ. Pero en una elección interna en la que se
cruzaron mutuas acusaciones de fraude fueron derrotados por el médico Rodolfo Campero,
hijo de un ex gobernador radical y ex rector de la Universidad Nacional de Tucumán. Su
gestión aperturista desde el punto de vista ideológico no fue manchada por casos de
corrupción, pero se le reprocha cierto inmovilismo y la designación a granel como
funcionarios de los dirigentes de Franja Morada. Su gestión como diputado nacional
(1993/97) pasó desapercibida y fue uno de los legisladores con peor asistencia a la
Cámara. Campero clausuró las negociaciones con el justicialismo y cerró trato con el
Frepaso y otros partidos menores, priorizando el enfrentamiento nacional con el PJ por
encima de la perspectiva de iniciar también en Tucumán la postergada transición a la
democracia.
En los últimos días de la campaña, el candidato justicialista Miranda recordó que en
enero había propuesto un frente programático para enfrentar al bussismo.
Hubiera sido fácil, dijo, porque la oposición representa el 68 por ciento del
padrón electoral pero, divididos, asistimos a un angustiante final.
Gremialista petrolero en una provinciasin petróleo, protegido de Diego Ibáñez, Miranda
fue de los primeros dirigentes justicialistas que se reunieron en privado con Bussi cuando
llegó a la gobernación y su actitud fue la de allanar el camino a la gobernabilidad de
la provincia. También los radicales pusieron la tucumanidad por encima de la
política y votaron en la legislatura las leyes que Bussi les pedía, en general
empréstitos de salvataje al crónico déficit provincial.
La aparición mágica de Palito Ortega postergó por cuatro años el triunfo de Bussi y
así liquidó su proyecto presidencial. Pero la repetición del milagro es improbable. Los
justicialistas tucumanos andan a tontas y a locas. Bussi les usurpó hasta la vieja
liturgia de los actos masivos con música y fuegos artificiales, el clientelismo del
bolsón de comida y el reparto de chapas, la multiplicidad de punteros, los besos, abrazos
y caricias a los chicos. A ello suma algo de la disciplina cuartelera, el respeto a las
jerarquías por el que nadie mete la mano en la lata si no está debidamente autorizado.
Los intereses de las burguesías locales están bien expresados por este verdadero partido
conservador provincial, pero con una amplia base popular que se identifica con sus
símbolos, retóricas y preceptos.
Resentido con Miranda por su migración con Palito Ortega hacia el duhaldismo y agradecido
con Bussi por su posición en favor de la reforma constitucional anunciada antes del Pacto
de Olivos, Menem apoyó al generalísimo con una generosa asignación de Aportes del
Tesoro Nacional. Entre las cuentas de Bussi que pagó Menem están los seis millones de
dólares pactados por la Nación con un tribunal federal de Los Angeles, como
indemnización al empresario José Siderman, secuestrado, torturado y despojado de sus
bienes durante la dictadura. Sin fondos remitidos desde la Capital nada tiene remedio.
Nadie lo sabe mejor que Bussi, que durante la guerra sucia hacía brotar los recursos para
paliar urgencias. En un momento en que el ajuste iniciado en la Nación se cierne sobre
las provincias, la conjunción de plata y palos con que gobernó entonces, hoy se parece
más a una disyuntiva. Ricardo hará lo que le diga su papá.
El oro y el fuego
Por H.V.
La
Comisión Bicameral Investigadora formada en 1984 compiló una nómina de 507 secuestros
durante la guerra sucia en Tucumán: 387 personas detenidasdesaparecidas, otras 96 que
luego recuperaron su libertad y 24 cuyos cadáveres fueron recuperados. El 68 por ciento
de los 507 secuestros se produjeron en 1976 y 1977, mientras Bussi fue interventor federal
y jefe militar de la provincia, una concentración de poder absoluto que no ocurrió en
ningún otro lugar del país.
Lejos de reivindicar las opciones guerrilleras, la Comisión Bicameral las repudió en
forma expresa. Pero según sus registros sólo el 19 por ciento de los secuestrados
tenían una militancia política y/o gremial conocida. En contra de la propaganda sobre el
combate entre dos fuerzas militares en el monte, nueve de cada diez personas fueron
secuestradas en sus domicilios, lugares de trabajo o en la vía pública por personas
armadas, las que siempre actuaban en una superioridad numérica de 15, aproximadamente,
contra 1. Documentos de la inteligencia militar demuestran que en el momento de
mayor auge, la compañía de monte del ERP apenas tuvo entre 120 y 180 efectivos. Al
entregar el comando a Bussi el general Adel Vilas declaró que la guerrilla ya había sido
derrotada. Sinembargo, el número de víctimas se incrementó notablemente a partir
de esa fecha, sostuvo la Bicameral.
La Cámara Federal de la Capital probó los crímenes cometidos en Tucumán. Pero no los
pagó Bussi sino su jefe, Jorge Videla, condenado a prisión perpetua. Las citaciones a
declarar eran llevadas al domicilio de los denunciantes en los mismos camiones que
rodearon las viviendas para secuestrar a sus familiares y quienes habían intervenido en
aquellos operativos actuaban en los juzgados de instrucción militar. Bussi y Vilas
amenazaban a los testigos en la propia sede del tribunal militar. Con ayuda de la ley de
punto final del ex presidente Raúl Alfonsín todas las causas prescribieron.
El ex gendarme Omar Eduardo Torres vio torturar a los detenidos con el submarino en un
tanque de agua y mediante el paso de corriente eléctrica con teléfonos de campaña.
También les arrancaban las uñas con una tenaza y los golpeaban con cadenas. A uno
de los detenidos lo enterraron hasta la cabeza en un pozo, dijo. También presenció
dos fusilamientos. El general Bussi se apersonaba y daba la orden con un disparo
ejecutando a una persona. Los demás disparaban tiros en la cabeza sobre el resto
que caían a un pozo, en el que se echaba leña, aceite y gomas de
automóviles.
Uno de los enterrados de pie fue un amigo del general Luciano Menéndez, el rector del
Colegio Nacional de Aguilares, Alberto Augier, a quien acusaron de espía del comandante
del Cuerpo de Ejército III. Augier describió el trato recibido por el estudiante Luis
Maldonado. Lo sometieron a jornadas de tortura, picana eléctrica, apaleamiento y
entierro. Sufría mucho. Con posterioridad lo colgaron con alambres gritando de dolor y
así estuvo tres o cuatro horas. Luego lo arrastraron por un campo arado lleno de espinas
y de piedras, y luego lo llevaron inconsciente a la celda. Su aspecto era de una masa
informe cubierta de sangre. Cuando tuvo síntomas de tétanos no le prestaron
ninguna asistencia médica, muriendo después de algunas horas. También vio a
un señor Rodríguez, de Santa Rosa de Monteros, que lo trajeron con un niño de 11 años.
Lo torturaron brutalmente y le decían que declare. A cada pregunta que no sabía
contestar le aplicaban golpes, todo en presencia del hijo. Este último, en medio
del llanto le decía: `Papá, contestá`. Después de una hora de torturas le dispararon
un balazo en la cabeza delante de su pequeño hijo. Juan Martín describió el
método del enterramiento en vida: En torno a la cabeza se apisonaba la tierra,
previo humedecimiento para compactarla. La tortura se prolongaba 48 horas. Los efectos de
este tormento son impactantes. Además de la enorme presión psicológica el prisionero
sigue vendado, sin poder ver en torno suyo, el cuerpo desnudo apretado por la tierra se
sufrían fuertes calambres musculares y presiones sobre la caja torácica. Cuando uno era
desenterrado, las secuelas eran afecciones diversas en la piel. Los presos dormían
en el suelo, pero antes los guardias los obligaban a rezar un Padrenuestro y un Ave María
y nos exhortaban a dar gracias a Dios por haber vivido un día más. Podían
bañarse con baldes de agua cada tres o cuatro días, para lo cual se les desataba una
mano, y debían secarse saltando y moviéndose. Palizas, ejercicios físicos
violentos y violaciones contra las prisioneras eran frecuentes. Como no los llevaban
al baño muchos prisioneros se orinaban o defecaban vestidos, lo cual traía
aparejados castigos muy severos. Los detenidos padecían bronquitis, diarreas,
deshidratación y ataques de locura. Los administradores de los campos se vanagloriaban de
aplicar torturas aprendidas en Vietnam, donde Bussi estuvo como observador invitado por el
Ejército norteamericano. También se colgaba a los prisioneros de una barra de metal a
tres metros de altura con una soga, en distintas posiciones, en la que se les introducía
la cabeza en tambores de agua, se los golpeaba o se los hacía atacar por perros. El
también ex gendarme Antonio Cruz narró otra sesión de fusilamiento. El Coronel
Caffarena hizo arrodillar a tres prisioneros y procedió a fusilarlos, cayendo al
pozo que se encontraba cubierto de ramas y gomas de autos. Cuando cayeron les tiraron más
gomas y una mezcla de aceite con nafta y de lejos les tiraron antorchas. Pero uno
quedó vivo y tenía una rueda de tractor sobre el pecho mientras se quemaba.
Cruz pidió a su jefe que lo matara, pero no le hicieron caso y lo dejaron morir quemado.
Entre los detenidos estaba la hija del dueño de un supermercado, que la habían
detenido sin motivo alguno. Según Cruz había sido detenida para cobrar
rescate y ya le habían quitado un tapado de piel y un anillo de oro.
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