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REPORTAJE A CARLOS SLEPOY
“Los jueces argentinos podrían reabrir los casos”

Hace 21 años, después de veinte meses de cárcel por ser abogado laboralista, se exilió en España. Desde 1996, es un pilar del juicio contra la impunidad que sigue el juez Garzón en Madrid.

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Por Nora Veiras

t.gif (862 bytes) Hace veintiún años que Carlos “Carli” Slepoy se tuvo que ir de la Argentina para recuperar su libertad. Lo habían detenido apenas quince días antes del golpe del ‘76. Era “culpable” de ejercer como abogado laboralista. Después de veinte meses de cárcel, lo dejaron salir del país rumbo a España. Desde 1996, es uno de los pilares del juicio contra el genocidio y el terrorismo de Estado que instruye el juez español Baltasar Garzón, el proceso que provocó la detención de Augusto Pinochet en Londres y dejó a los represores argentinos sin guaridas fuera del país. Slepoy llegó a Buenos Aires para recibir el reconocimiento de la Central de Trabajadores Argentinos a su lucha por la vigencia de los derechos humanos. Una lucha que él sólo entiende como colectiva.
–En su alegato ante la Audiencia Nacional de España, usted dijo que “el futuro va a ser contagioso y los genocidas van a estar acorralados”. ¿Siente que se empieza a cumplir?
–Es evidente que algo nuevo ha nacido pero, al mismo tiempo, percibo una gran preocupación por la posibilidad de manipulación que pueden tener estos principios. A pesar de eso, creo que esto nos abre la posibilidad de cuestionar que el poder determine cuándo y de qué modo se hace justicia.
–¿Esa manipulación se está dando en el caso de Slobodan Milosevic?
–La propia creación de los Tribunales de Yugoslavia y de Ruanda es una clara manifestación de que no actúan desde la independencia judicial y por la persecución del crimen sino como consecuencia de decisiones políticas que adoptan los países poderosos del planeta. Concretamente el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ese órgano no tiene ninguna atribución para crear un tribunal penal internacional y sin embargo lo ha hecho. Esto no significa que esté en contra, me parece un avance importante, pero en un análisis global significa establecer un área de justicia con el afán, en realidad, de buscar resultados políticos de su aplicación.
–¿Cómo analiza que el 24 de marzo, el mismo día en que el ministro del Interior británico, Jack Straw, autorizó la extradición de Augusto Pinochet a España, la OTAN empezó a bombardear Yugoslavia?
–Hay quien analiza esto como una manifestación más de la internacionalización de la justicia y que lo de Milosevic estaría en la misma senda que lo de Pinochet. Yo, en cambio, creo que son dos caminos enfrentados. La imputación a Milosevic, con quien se pactaron los acuerdos de Dalton cuando él ya era considerado responsable de graves crímenes contra la humanidad, y el hecho de que ahora, sin que esencialmente haya cambiado la política de Milosevic, sea imputado por el Tribunal Penal Internacional demuestra que actúan enormes presiones políticas. Voy a creer que ese tribunal actúa independientemente si lo acusan a Bill Clinton, a Tony Blair, a quienes están desatando un auténtico exterminio en Yugoslavia. Lo más grave hacia el futuro quizás sea cómo han arrasado con toda la precaria legalidad internacional existente hasta ese momento. En el caso de Pinochet, en cambio, es la lucha de la gente la que pugnó por la aplicación de la legislación internacional para castigar a un genocida.
–Cuando ustedes iniciaron el proceso, los dictadores de Argentina y Chile estaban impunes. Hoy Pinochet está preso en Londres y hay nueve presos en la Argentina. ¿Cómo influyó el proceso de España en este “revivir” de la justicia?
–Me resulta difícil determinar en qué grado influyó, pero que lo hizo no me cabe duda. Nosotros siempre decimos que no hubiera habido proceso en España, como en otros lugares, de no mediar antes una lucha contra la impunidad de trascendencia universal como la de las Abuelas y las Madres en la Argentina. Si acá hubiera habido justicia, no hubiera sido necesario un proceso de este tipo. Ahora, una vez iniciado, la repercusión es grandeporque se produce el efecto cárcel. Todos ellos saben que, si salen de Argentina, corren el riesgo de quedar detenidos. Pero, a la vez, se produce el efecto refugio, es decir paradójicamente, el lugar donde cometen sus crímenes es el lugar donde están protegidos. No solamente ellos sino sus bienes. Después de la actuación del juez Baltasar Garzón en el caso de las cuentas bancarias en Suiza, tienen que repatriar sus capitales, por tanto están todos aquí: el dinero y los criminales. Esto aviva en los organismos de derechos humanos, en jueces y fiscales, la idea de que no puede ser que se los persiga afuera y no aquí. Por eso están presos. Incluso en los juicios por la verdad como en La Plata, Córdoba y Bahía Blanca, no descarto que avancen hasta tener efectos punitivos.
–¿La Justicia argentina podría actuar aun con los efectos de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida?
–Estoy absolutamente convencido de que podría actuar. Un juez tiene la posibilidad de iniciar un procedimiento planteando la inconstitucionalidad de determinadas normas o si entiende que existe una norma que se opone a tratados firmados por la Argentina, puede explicar que deja de lado ese obstáculo y aplica la ley que entiende que debería usarse. Esto pasaría a la Corte Suprema y seguiría los carriles.
–¿Es decir que es una decisión política?
–No, jurídica. Yo no descarto, es medio audaz de mi parte porque no soy abogado en Argentina, pero creo que hay dos vías posibles para terminar con la impunidad: una es que el Parlamento -.que con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida usurpó el lugar del Poder Judicial porque es un juez el que debe determinar si un delito está prescripto o no y, desde luego, el que debe determinar si una persona actuó bajo coerción– decida la nulidad de las leyes. En definitiva, la derogación no tiene efectos reales. Otro camino es que los propios jueces lo hagan. En este sentido para mí ha sido un avance de una trascendencia enorme que estos hechos hayan sido calificados como genocidio por el tribunal español. Argentina tiene firmado el Tratado contra el Genocidio mucho antes que España y para no aplicarlo se ha dicho que el legislador argentino no lo incorporó a la legislación interna, lo cual resulta una falacia porque debe primar la obligación internacional. Hay un convenio internacional sobre el derecho de los tratados que determina que los pactos deben ser cumplidos. Argentina debe juzgar los crímenes como genocidio, lo cual es un procedimiento universal, muy distinto de los que están haciendo ahora.
–De hecho en el Juicio a las Juntas se los imputó por delitos comunes.
–Cuando empezamos se nos decía que había cosa juzgada respecto de los militares argentinos. Nosotros dijimos que no porque con juzgar 700 casos no se puede decir que esté juzgado todo. Ya en ese momento quedaban afuera 8200 casos que había registrado la Conadep. Además, a pesar de que el fiscal Julio Strassera habla de genocidio en su alegato, no formula la acusación por ese delito. Ya hay legislación internacional que dice que cuando un culpable de crímenes contra la humanidad hubiera sido juzgado por delitos comunes, el tribunal internacional que actúe podrá volver a juzgarlo por entender que es un juicio fraudulento.
–El presidente Carlos Menem desconoce la jurisdicción española para procesar a los militares argentinos. ¿Qué expectativa tiene ante el cambio de gobierno?
–Si hay coherencia entre lo que han manifestado algunos sectores de la Alianza, incluso del peronismo –Duhalde, en algún momento, se manifestó apoyando el proceso de Garzón– será el momento de ver si fueron posturas que respondieron al oportunismo político o realmente hay una voluntad de que se juzguen estos hechos. Lo ideal sería que los juzgamientos se hagan acá. Sino, al menos, que permitan que se hagan en el extranjero.
–El candidato de la Concertación Ricardo Lagos dijo que Pinochet podría ser juzgado en Chile. ¿Cree que es factible? –No parece muy factible, pero sin embargo las cosas se mueven. Para demostrar que es así, lo que podrían hacer es iniciar un procedimiento judicial, imputarlo por todos los crímenes que cometió y luego con un auto de prisión, Chile tendría la posibilidad de pedir la extradición a Gran Bretaña. Creo que deben dejarse de retórica y permitir que la Justicia actúe. No quiero ser utópico, pero pienso que la detención de Pinochet cambió la historia política de Chile, destrabó la consolidación de la democracia.
–Garzón pidió colaboración al Departamento de Estado de Estados Unidos para acceder a la documentación probatoria del golpe contra Allende. ¿Qué pasó con ese pedido?
–Hay una promesa de entrega de documentos sobre el tema de los niños de detenidos-desaparecidos, sobre los centros clandestinos de detención que no se concretó. Un sector de la administración está dispuesto a entregarlo y otro no. Saben que, por la envergadura que tomó este procedimiento, se está investigando el Plan Cóndor, que es hijo de la Doctrina de la Seguridad Nacional, y este juicio en la medida en que continúe puede tener implicaciones para toda América latina y sobre el papel de Estados Unidos en esta historia.
–Es una protección a Henry Kissinger.
–Temen que puedan imputarlo como instigador de todo esto.

 

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