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La historia secreta del fin de la guerra

Los líderes occidentales reconocieron ayer que el cese del fuego de la OTAN sobre Yugoslavia es “inminente”. Aquí, un relato exclusivo de cómo la inflexibilidad aliada, la habilidad del enviado ruso Viktor Chernomyrdin y las derrotas sufridas por las tropas serbias en Kosovo influyeron para que el conflicto en la provincia yugoslava esté cerca de su final.

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The Guardian de Gran Bretaña
Por Martin Walker Desde Colonia

t.gif (862 bytes) En un campo en las afueras de Moscú, donde los guardias del KGB de la vieja elite comunista han sido reemplazados por los guardaespaldas de semblante tétrico de los nuevos ricos, una dacha conserva unas grandes puertas verdes de metal, tropas especiales en uniforme y la siniestra reputación del pasado. El jueves por la mañana, dos caravanas pasaron a través de esas puertas de la que era la casa de descanso de Joseph Stalin. Una de ellas llevaba a Strobe Talbott, el subsecretario de Estado norteamericano, un hombre apasionado por la historia rusa que ya en la escuela había escrito un ensayo sobre Pushkin y el alma rusa y que en 1969, en Oxford, traducía las memorias secretas de Nikita Khruschev. La otra fila de autos llevaba al presidente de Finlandia, Martti Ahtisaari, el enviado especial de la Unión Europea para Kosovo. Dentro de la dacha los esperaba un multimillonario: Viktor Chernomyrdin, ex premier ruso y ex jefe del monopolio estatal de gas Gazprom, que había sido seleccionado como el negociador de Rusia por el presidente Boris Yeltsin.
La silla vacía
Chernomyrdin llevó a los dos invitados a una pequeña habitación con tres sillas alrededor de una mesa, y después de que se sentaran, Chernomyrdin acercó una cuarta. “Esta es para Milosevic”, dijo. “Más allá de lo que digamos aquí, es mejor no olvidar que él también es parte de esto.” Para Talbott todo era misterioso: estaba hablando en su fluido ruso dentro de una habitación donde volaba el espectro de Stalin, con una silla vacía simbolizando al personaje que, para Europa, es lo más cercano a un heredero de Stalin. Dos días atrás, Talbott había sido informado de que el presidente Milosevic había sido formalmente acusado por crímenes de guerra en el Tribunal Penal Internacional de La Haya para la ex Yugoslavia. “Nos quedamos mirando la silla vacía durante las conversaciones, preguntándonos `¿Qué hará ahora? ¿Cómo reaccionará Milosevic?’”, según confió al día siguiente Talbott cuando volvió a la sede de la OTAN en Bruselas. Ese día de negociación en la dacha de Stalin parecía estar ocurriendo en ninguna parte. Sólo ahora puede aparecer como un momento clave en los movimientos hacia la paz, porque convenció a Chernomyrdin de dos cosas.
La primera es que los norteamericanos y la OTAN no iban a conceder nada. “Nuestra exigencia básica es que todos los serbios, o casi todos, tienen que abandonar Kosovo. Y que tienen que ser reemplazados por una fuerza internacional de mantenimiento de paz con una cadena de mandos claramente liderada por la OTAN”, subrayó Talbott. “Esto es todo. No hay ningún compromiso que adoptar en estos puntos. No hay negociación con Belgrado. Sólo hablaremos con Milosevic en el lenguaje del bombardeo.” La segunda cuestión que percibió Chernomyrdin es que no había divisiones claras entre halcones y palomas, y que no había ninguna brecha que Moscú pudiera explotar entre norteamericanos y europeos.
Todo esto sorprendió a los rusos, que además esperaban a un presidente finlandés más próximo a su posición. Finlandia, ocupada por Rusia durante el siglo XIX e invadida por Stalin en 1939, ha aprendido a estar en el juego de la neutralidad con algo cercano a la genialidad: se estaba esperando que uno de los cuatro miembros de la Unión Europea que no pertenece a la OTAN jugara apenas un rol de compromiso. Pero Ahtisaari no era tan neutral. Era un amigo cercano del cuñado de Talbott, Derek Shearer, que había sido embajador norteamericano en Finlandia. Y Ahtisaari había nacido en Vyborg, cuando aún era una ciudad fronteriza de Finlandia,antes de que escapara con su familia en calidad de refugiado, cuando era niño, luego de la invasión de Stalin en 1939.
Ahtisaari es un veterano diplomático que había trabajado en la ONU y que pasó 11 años tratando con el intransigente régimen del apartheid. Ayudó a destrabar las negociaciones rotas por la independencia de Namibia. Hace siete años participó de los esfuerzos de mediación europea y de la ONU en Croacia. Y recientemente fue elegido por el canciller alemán, Gerhard Schroeder, para que fuera el enviado especial de la Unión Europea. Schroeder pensó que las conversaciones iban a llegar hasta julio, cuando Finlandia recibiera la presidencia rotativa de la Unión Europea de manos de Alemania.
Juego de propuestas
En la dacha, Chernomyrdin tenía tres propuestas que presentó como suficientes para persuadir a Milosevic de aceptar los términos del plan de paz que acordaron en Bonn los ministros de Relaciones Exteriores del Grupo de los Ocho (G-8). La primera propuesta era que las tropas rusas se encarguen de la zona norte de Kosovo, donde viven la mayoría de los serbios de la provincia. Talbott rechazó la idea porque significaba una suerte de partición de Kosovo, lo cual se contradecía con los principios del G-8. La segunda proposición era que, si los rusos lograban convencer a Milosevic de que acepte la entrada de algunas tropas de la OTAN, quizás éstas debieran pertenecer a Grecia y Portugal, que no formaron parte de los bombardeos, junto a tropas neutrales provenientes de Finlandia o Suecia. La presencia de tropas norteamericanas o británicas haría imposible cualquier trato con Milosevic.
“Olvídelo”, respondió Talbott. Las tropas de la OTAN serán parte de un solo comando, sin distinciones de nacionalidad, remarcó. Pero el ex compañero de Bill Clinton en Oxford notó que por primera vez Rusia estaba aceptando el principio de las tropas de la OTAN. Y esto debe haber tenido la aprobación de Milosevic. Luego, Chernomyrdin hizo una amenaza disfrazada de pedido. Este fue un momento crítico de las relaciones de Rusia con Occidente. Reclamó la cooperación y, fundamentalmente, una participación mayor en la bonanza económica occidental, ya que el fallido experimento de Rusia hacia el capitalismo y el bombardeo mismo de la OTAN sobre Yugoslavia estaban hundiendo a Rusia en la hostilidad permanente contra Occidente. Esta era la última chance. Si los tres hombres no acordaban una posición común, entonces Chernomyrdin debía retirarse de las conversaciones, Rusia debía abandonar sus esfuerzos por la paz y los personajes antioccidentales en Moscú iban a dirigir la batuta. ¿Valía la pena que pasase todo esto por Milosevic?
Después, Chernomyrdin se dirigió a Ahtisaari, diciéndole que las tropas de la OTAN debían ser parte de una fuerza de mantenimiento de paz junto con los rusos y que esto debía proceder de un mandato de la ONU. Como ex diplomático de las Naciones Unidas, Ahtisaari seguramente iba a estar de acuerdo con esto. “Por supuesto”, respondió el presidente finlandés. Pero en la práctica, sólo la OTAN tiene las tropas, la logística y el sistema de comandos para conformar una fuerza de mantenimiento de paz y para organizar el retorno de los refugiados.
Luego de la reunión, Chernomyrdin viajó solo a Belgrado, deteniéndose sólo para llamar a Yeltsin y decirle que no había ningún cambio de posición en la OTAN y en los europeos. Pero también le dijo que había dos cambios cruciales en la posición occidental. Primero, que Talbott había aceptado que algunas tropas serbias permanecieran en Kosovo, para cuidar de los monasterios y los monumentos serbios. Y segundo, que Talbott y Ahtisaari habían aceptado “un rol mayor” para las tropas rusas en esafuerza. En Belgrado, cuando le llegó el rumor de que Milosevic había sido hospitalizado por poco tiempo –las versiones iban desde una hemiplejía hasta un infarto o un ataque de nervios–, el enviado ruso les dijo a los líderes serbios que estas dos “concesiones” occidentales podrían ser suficientes para llegar a un acuerdo en los términos del G-8. ¿Pero Milosevic lo aceptaría?
Es que Yeltsin y Milosevic no se aprecian. Yeltsin nunca ha perdonado a Milosevic su reconocimiento prematuro a los que realizaron el golpe que en 1991 derrocó a Gorbachov. Y Milosevic nunca confió en el prooccidental Chernomyrdin desde que, luego del bombardeo a la embajada china en Belgrado, éste canceló su viaje a Belgrado para ir a Beijing y luego volver a Moscú para ver a Talbott. “Chernomyrdin quiere que Rusia vuelva a gozar del favor de Occidente. Por lo cual cada bomba de la OTAN que cae sobre nosotros tiene una etiqueta rusa encima”, dijo despectivamente Goran Matic, poderoso ministro sin cartera del partido de izquierda liderado por la esposa de Milosevic.
“El matadero”
Pero el presidente yugoslavo, ya advertido de que las conversaciones podrían tener lugar en una ubicación secreta en el Yacht Club de Belgrado –para evitar una bomba de la OTAN–, aceptó el trato en los términos del G-8. Los norteamericanos creen que lo hizo por las muy malas noticias que le llegaban desde el frente de batalla. El Ejército de Liberación de Kosovo, que ya había abierto una ruta desde Albania rumbo a una posición que mantenía cerca de Pec dentro de Kosovo, estaba abriendo otra nueva hacia el sur, rumbo a Prizren. La Brigada Motorizada 125ª de Serbia, golpeada por los ataques aéreos de la OTAN, no podía contenerlo. Los serbios ordenaron la llegada de refuerzos: la Brigada de Artillería 52ª y la brigada de paracaidistas de elite número 63. Estaban desesperados por evitar que el UCK se apoderara del crucial camino entre Pec y Prizren, pero el poder aéreo de la OTAN estaba diezmando sus fuerzas.
Sólo esta semana los portavoces de la OTAN empezaron a llamarlo “el matadero”, donde los tanques y las armas serbias estaban siendo destruidos a medida que se desplazaban. Pero para el momento en que Chernomyrdin llegó a Belgrado, Milosevic finalmente había entendido lo que todo el peso de una armada de 1200 aviones de la OTAN podía hacerle a sus tropas en Kosovo. Sin embargo, cuando Chernomyrdin llamó por teléfono a Talbott y Ahtisaari para decirles que Milosevic había acordado con los términos del G-8, ellos le dijeron que no era suficiente. La letra chica de Milosevic aún insistía en mantener 10.000 tropas serbias en Kosovo y rechazar fuerzas británicas o norteamericanas. En ese momento, Yeltsin entró en escena. El domingo pasado, convocó a Chernomyrdin a un encuentro con su nuevo primer ministro, Sergei Stepashin, y les dijo que quería un acuerdo en los mejores términos que la OTAN pudiera ofrecer en la medida en que representara un rápido fin a los bombardeos.
Chernomyrdin organizó otra reunión, esta vez en Bonn. Cuando el canciller Schroeder llamó por teléfono a Ahtisaari para ofrecer esa capital como sede del encuentro, el finlandés le advirtió que veía pocas posibilidades de éxito. Pero después de su reunión con Moscú, Chernomyrdin estaba muy optimista y le dijo al finlandés que estaba “un 97 por ciento seguro de que usted va a venirse conmigo a Belgrado”. La reunión en Bonn, el centro de conferencias Petersberg sobre una colina con vista al río Rin duró hasta las 4 de la mañana. Se acordó sobre todos los puntos importantes –el retiro serbio, el regreso de una “fuerza simbólica” para mantener los contactos, el mandato de la ONU, la presencia predominante de la OTAN entre las fuerzas de mantenimiento de la paz– excepto un asuntopeliagudo: los asesores militares rusos y Chernomyrdin rechazaban que la fuerza estuviera dirigida y controlada por la OTAN.
Chernomyrdin intentó un compromiso, proponiendo un comandante neutral de la fuerza, un general finlandés, que operaría bajo mandato de la ONU. “Quiero que usted se venga conmigo mañana a Belgrado a ver a Milosevic y someterle este plan. Estoy seguro de que esto va a terminar la guerra –le dijo Chernomyrdin a Ahtisaari–. Este es el gesto que Milosevic necesita para aceptar los principios que acordamos en la reunión del G-8. Es la única forma en que él puede aceptar tropas de la OTAN.” Ahtisaari se negó. Los norteamericanos no iban a aceptar ese plan, ni tampoco lo iban a hacer los aliados europeos de la OTAN. Y la Unión Europea, después de haber declarado que la misión de la OTAN y sus bombardeos eran “necesarios y justificados”, no iba a elegir ahora una vía diferente.
Talbott hizo un señalamiento final y significativo. El presidente Clinton había convocado para el día siguiente a una reunión con su Estado Mayor Conjunto para discutir opciones de operaciones terrestres. A las 4 de la mañana del miércoles se tomaron un descanso, y volvieron a reunirse a las 9.15. Chernomyrdin trató sin éxito de hablar por teléfono con Yeltsin y decidió cortarse solo. Pasó por encima de los generales rusos que lo acompañaban y aceptó la propuesta del finlandés de dejar los arreglos sobre el comando futuro para consultas posteriores entre la OTAN y Rusia, dejando en un pie de página la diferencia entre sus interpretaciones.
La última palabra
Eso ya era una posición común para que el ruso y el finlandés viajaran a Belgrado. Talbott entonces informó a la Casa Blanca y a la OTAN que pensaba que era posible un acuerdo condicionado con Milosevic, y que en caso contrario los generales rusos podían convencer a Yeltsin de retirarle a Chernomyrdin su mandato como negociador.
Los aviones rusos y finlandeses que se dirigían a Belgrado fueron demorados por un raid aéreo de la OTAN. Cuando aterrizaron, llevaron a los emisarios directamente a una reunión con Milosevic, y Ahtisaari leyó los términos de la propuesta. Este era el único acuerdo en oferta, enfatizó. Y él no tenía autoridad para mejorarlo. La opción era aceptarlo ahora o sufrir más bombardeos –y posiblemente una invasión terrestre– y aceptarlo luego. Milosevic hizo dos preguntas. ¿Sería la ONU la autoridad en Kosovo en vez de la OTAN? Sí, dijo Ahtisaari, pero la OTAN tendría comando operativo. La segunda pregunta fue sobre si el texto de Rambouillet, que Belgrado había rechazado como un “diktat”, todavía era operativo. Ahtisaari replicó que había sido superado por el acuerdo del G8, y Milosevic se reclinó con una semisonrisa.
Eso fue todo. No más preguntas, no más forcejeos. La pregunta sobre la acusación a Milosevic por crímenes de guerra no fue planteada. Ahtisaari, exhausto, fue a acostarse, diciendo que, cualquier cosa que los serbios decidieran, lo hicieran pronto, porque él no se quedaría en Yugoslavia más allá de las 4 de la tarde del día siguiente. Esa noche, Milosevic mantuvo una reunión con asesores y con otros líderes políticos serbios, que acordaron convocar a una sesión extraordinaria del Parlamento nacional al día siguiente. En ese punto, Ahtisaari se dio cuenta de que se trataba del momento decisivo; Milosevic buscaba una cobertura política, fuera para aceptar o para rechazar.
En “el matadero” de Kosovo, los paracaidistas serbios estaban siendo liquidados, sus morteros golpeados por aviones de guerra no bien abrían fuego, y el Cuerpo 52º de artillería había perdido casi la mitad de sus armas. Milosevic había entrado en el redil, y la OTAN había ganado su primera guerra. En Tirana estaban realizando el concurso de belleza MissAlbania. Una refugiada kosovar de 19 años, Ara Mustafa, lo ganó. Y apenas fue coronada, declaró: “Esto es para mostrar que Albania y Kosovo son un pueblo, una nación”.

Traducción: Pablo Rodríguez y Claudio Uriarte.

 

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