Por Martín Granovsky El nuevo candidato de la
Concertación para las elecciones presidenciales de diciembre, el socialista Ricardo
Lagos, acaba de decir que él es allendista, y con mucha honra. ¿Usted
también?
Soy un allendista impenitente, por lo que Salvador Allende significó como símbolo
de progreso y justicia social. Pero este mundo es otro. No es el de 1970, cuando François
Mitterrand proponía renacionalizar las empresas francesas, el laborismo estaba conducido
por la izquierda, el Partido Comunista Italiano era una fuerza que superaba el treinta por
ciento de los votos, existían Europa del Este y un mundo bipolar y los países eran
feudos separados por muros llamados tarifas.
¿Cómo define a este mundo?
Como la época de expansión de dos instituciones. Una es el mercado, que llegó
hasta la China, y otra es la democracia, a la que seguramente aspiran los chinos. Pero la
complementación entre mercado y democracia no es automática sino una construcción
social. Si falta, el mercado puede avasallar las bases de la democracia. Por naturaleza,
el mercado busca las diferencias, hasta por el hecho mínimo de que yo compraré zapatos
distintos de los que comprará usted. Y la democracia, en cambio, es un supuesto casi
literario según el que todos somos iguales.
¿Qué hizo en el mundo aquel?
Al comienzo fui asesor económico de Allende. Después, presidente de la
Corporación del Cobre, cuando lo nacionalizamos. Y lo más hermoso de mi currículum es
haber sido durante dos meses ministro de Minería de Allende. Cuando asumí tenía 31
años y me temblaban las piernas. Las manos también, pero podía controlarlas cruzándome
de brazos.
¿Cómo vivió después del golpe del 73?
Pasé 14 años en el exilio. El primer día y el último fueron en la Argentina. En
el medio, estuve dos años en Roma, dos en Berlín y diez en Holanda. Tengo dos hijos
viviendo en Amsterdam. Y nietos. La experiencia más importante fue la italiana, en 1974 y
1975. Un país bullente, con una democracia de gran densidad, con los comités de
barrio... Era la Italia del comunista Enrico Berlinguer, del democristiano Aldo Moro, del
socialista De Martino. Allí, con un grupo, comenzamos el proceso de renovación del
socialismo y pasamos de una visión izquierdista y ortodoxa de la lucha política a otra
más gramsciana. Empezamos a creer en la necesidad de los grandes entendimientos, de las
alianzas.
¿Así revisaron la experiencia de la Unidad Popular?
Sí. En 1970, cuando Allende ganó las elecciones, pensábamos que podríamos solos,
sin seducir a la Democracia Cristiana. Y nos equivocamos: no pudimos, a lo que se agregó
la acción despiadada de la derecha y los aparatos de intervención norteamericana en
América latina. Habría que haber hecho menos cosas, pero con más apoyo.
¿Se arrepiente de la nacionalización del cobre?
Al contrario. Todos estuvieron de acuerdo. Y el Estado se quedó con una fuente
extraordinaria de divisas, a tal punto que en 1991 y 1992 la suma obtenida por el cobre
fue equivalente a los egresos de la deuda externa. Ya lo ve, hasta la dictadura disfrutó
del cobre nacionalizado. Pero déjeme decirle una cosa sobre la época de Allende: fue la
única etapa en la historia de Chile, y hablo de los 500 años de historia desde el
descubrimiento de Diego de Almagro, en que los pobres tuvieron la palabra. La
derecha está azuzando aquella época como un fantasma.
Pero la gente no es tonta. Advierte esto: ¿cómo podría Lagos cambiar un sistema
internacional donde el que se excluye arriesga la pobreza de su gente?
En las internas recientes, el candidato de la Democracia Cristiana, Andrés
Zaldívar, perdió. ¿La DC quedó herida?
No. La Concertación, que forman los partidos Demócrata Cristiano, Socialista, por
la Democracia y Radical, eligió a Lagos con internasabiertas. Entre los cuatro partidos
no hay más de 370 mil afiliados. Votaron 1.380.000 personas. Lagos tiene una gran
legitimidad. Y aquí hay otro hecho espectacular: por primera vez desde que se fundó la
Concertación, el partido predominante en la coalición no cuenta con el candidato
presidencial. Pero no escuché de los democristianos ninguna vacilación. Su
comportamiento fue extraordinario.
Para usted, como socialista, es de buen aliado decir esto.
Sin embargo, es exactamente lo que pienso. La derecha no pudo romper la
Concertación y ahora desplegaremos una campaña única. ¿Por qué no, si llevamos 20
años de Concertación, con 10 de ellos compartiendo el gobierno?
Bueno, tal vez justamente por eso. Porque en política 20 años son mucho.
Me extraña que un argentino diga eso. Si 20 años no es nada...
En el tango.
Y en la Concertación. Durante 10 años convivimos combatiendo a la dictadura.
Durante otros 10, convivimos piloteando la transición democrática, con un balance que yo
considero realmente impresionante. Descendió a la mitad el número de chilenos pobres,
que aún son muchos. Garantizamos la estabilidad económica y el aumento del bienestar
material. Avanzamos en el desarrollo institucional, aunque ése es nuestro déficit más
importante y por eso Frei acaba de proponer una reforma constitucional. Quiere la
posibilidad de plebiscitar una diferencia cuando no se pongan de acuerdo el Ejecutivo y el
Congreso.
¿Para qué?
Porque en Chile ninguna ley pudo ser aprobada sin al menos dos votos o de los
senadores designados (tenemos nueve que el pueblo no elige, más un décimo que en este
momento no vota) o de la derecha. Cuando Frei propuso el proyecto de plebiscito, algunos
dijeron: ¿Y por qué la derecha va a apoyarlo?.
Es una buena pregunta.
Tengo la respuesta. Un mes atrás el Congreso aprobó la nueva ley eléctrica, que
eleva las penalidades para las compañías si hay fallas. O sea: cuando la opinión
pública pesa, el Congreso siente su influencia y se ve obligado a cambiar.
Ya que usted toca ese punto, quiero que discuta una impresión: la Concertación fue
más adelante de la opinión pública en los primeros tiempos y detrás en los últimos.
No comparto esa impresión. Veo las cosas de otro modo. Al principio de la
transición, durante el gobierno de Patricio Aylwin, cuando Chile recién había salido de
una dictadura, la gente fue más comprensiva del gobierno y sus posibilidades. En el
segundo gobierno de la Concertación, el actual, la propia existencia de la democracia no
estaba en duda. Frei fue tratado con menos benevolencia que Aylwin.
O Frei merecía menos benevolencia que Aylwin.
No lo veo así. Mire: Frei envió proyectos de reforma institucional al Congreso y
perdió las votaciones.
Pero pudo pasar que el gobierno no convocara a la opinión pública, como usted
mismo dijo, para garantizar el éxito de esas votaciones.
No.
¿No lo admite ni siquiera en el campo de los derechos humanos?
Ni siquiera. Fueron apresados personajes como Manuel Contreras, el jefe de la DINA,
la policía secreta de Augusto Pinochet. Y de los peores torturadores, tres fueron
condenados. ¿En cuántos países de América latina, en cuántas transiciones
democráticas de la Europa meridional, terminaron presos los jefes de la policía
política?
Y llegó el arresto de Pinochet.
Fue sorpresivo. No lo esperaban ni él, ni sus partidarios, ni sus detractores, ni
el gobierno, formado por funcionarios que en un cien por ciento fueron adversarios de la
dictadura. Chile firmó el tratado de Romay es partidario del tribunal penal
internacional, pero en el caso de Pinochet los delitos en Chile deben ser juzgados en
Chile.
¿Por qué? Si en la Convención Internacional contra la Tortura cualquier país
puede juzgar el delito cometido en otro...
Pero es que Chile puede juzgarlo.
¿Por qué no lo hizo antes?
Porque no se habían presentado querellas en contra de Pinochet. Ahora, en cambio,
ya se presentaron 20, y muchos en mi país creen que habrá más.
Si Pinochet vuelve a Chile para ser juzgado, antes debe ser desaforado como senador
vitalicio.
Efectivamente. Eso corre por cuenta de la Corte Suprema.
¿Qué chances reales hay de que lo haga?
Todas las de un país democrático con un sistema judicial independiente del Poder
Ejecutivo. No crea que yo no entiendo la reacción de los ciudadanos. Pero un gobierno no
reacciona como un ciudadano. Y por otra parte, quiero recordarle que en Chile no hay punto
final.
El jueves, en un reportaje que publicó Página/12, Lagos dijo que los familiares
debían conocer el destino de los desaparecidos. ¿Reivindicó la construcción de un
derecho a la verdad?
Sí. El derecho a saber ha recibido el apoyo no sólo de la Concertación sino
también del Partido Comunista y dirigentes políticos de la derecha. La amnistía llega
hasta el 78, pero el delito de desaparición es de ejecución continua justamente
por la no aparición del desaparecido, y por eso ese crimen no puede estar amnistiado.
Usted sabrá que no hay derecho a la verdad que funcione sin colaboración de las
Fuerzas Armadas o la decisión del Estado de reunir documentos producidos por las Fuerzas
Armadas durante la represión. ¿Eso será posible en Chile?
Son procesos. Unos llevan más tiempo que otros. El único punto final lo ponen las
almas, la historia, el cambio de generaciones. Le aclaro, al mismo tiempo, que es
inaceptable culpabilizar a las víctimas cuando no perdonan a sus victimarios. Me suena,
casi, a una forma de tortura.
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