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JORGE ARRATE, SECRETARIO GENERAL DEL GOBIERNO CHILENO
“El único punto final lo ponen las almas”

Socialista, ejecutor de la nacionalización del cobre y ministro de Minería de Salvador Allende, ministro del actual gobierno de la Concertación, de paso por Buenos Aires, Jorge Arrate dialogó con Página/12 sobre el pasado, la izquierda, la candidatura presidencial de Ricardo Lagos y Pinochet.

Arrate dice que lo mejor de su currículum es el período como ministro de Salvador Allende.
“En 1970 creímos que podríamos solos, sin seducir a la DC.
Y no fue así."

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Por Martín Granovsky

t.gif (862 bytes) –El nuevo candidato de la Concertación para las elecciones presidenciales de diciembre, el socialista Ricardo Lagos, acaba de decir que él es “allendista, y con mucha honra”. ¿Usted también?
–Soy un allendista impenitente, por lo que Salvador Allende significó como símbolo de progreso y justicia social. Pero este mundo es otro. No es el de 1970, cuando François Mitterrand proponía renacionalizar las empresas francesas, el laborismo estaba conducido por la izquierda, el Partido Comunista Italiano era una fuerza que superaba el treinta por ciento de los votos, existían Europa del Este y un mundo bipolar y los países eran feudos separados por muros llamados tarifas.
–¿Cómo define a este mundo?
–Como la época de expansión de dos instituciones. Una es el mercado, que llegó hasta la China, y otra es la democracia, a la que seguramente aspiran los chinos. Pero la complementación entre mercado y democracia no es automática sino una construcción social. Si falta, el mercado puede avasallar las bases de la democracia. Por naturaleza, el mercado busca las diferencias, hasta por el hecho mínimo de que yo compraré zapatos distintos de los que comprará usted. Y la democracia, en cambio, es un supuesto casi literario según el que todos somos iguales.
–¿Qué hizo en el mundo aquel?
–Al comienzo fui asesor económico de Allende. Después, presidente de la Corporación del Cobre, cuando lo nacionalizamos. Y lo más hermoso de mi currículum es haber sido durante dos meses ministro de Minería de Allende. Cuando asumí tenía 31 años y me temblaban las piernas. Las manos también, pero podía controlarlas cruzándome de brazos.
–¿Cómo vivió después del golpe del ‘73?
–Pasé 14 años en el exilio. El primer día y el último fueron en la Argentina. En el medio, estuve dos años en Roma, dos en Berlín y diez en Holanda. Tengo dos hijos viviendo en Amsterdam. Y nietos. La experiencia más importante fue la italiana, en 1974 y 1975. Un país bullente, con una democracia de gran densidad, con los comités de barrio... Era la Italia del comunista Enrico Berlinguer, del democristiano Aldo Moro, del socialista De Martino. Allí, con un grupo, comenzamos el proceso de renovación del socialismo y pasamos de una visión izquierdista y ortodoxa de la lucha política a otra más gramsciana. Empezamos a creer en la necesidad de los grandes entendimientos, de las alianzas.
–¿Así revisaron la experiencia de la Unidad Popular?
–Sí. En 1970, cuando Allende ganó las elecciones, pensábamos que podríamos solos, sin seducir a la Democracia Cristiana. Y nos equivocamos: no pudimos, a lo que se agregó la acción despiadada de la derecha y los aparatos de intervención norteamericana en América latina. Habría que haber hecho menos cosas, pero con más apoyo.
–¿Se arrepiente de la nacionalización del cobre?
–Al contrario. Todos estuvieron de acuerdo. Y el Estado se quedó con una fuente extraordinaria de divisas, a tal punto que en 1991 y 1992 la suma obtenida por el cobre fue equivalente a los egresos de la deuda externa. Ya lo ve, hasta la dictadura disfrutó del cobre nacionalizado. Pero déjeme decirle una cosa sobre la época de Allende: fue la única etapa en la historia de Chile, y hablo de los 500 años de historia desde el descubrimiento de Diego de Almagro, en que los pobres tuvieron la palabra. –La derecha está azuzando aquella época como un fantasma.
–Pero la gente no es tonta. Advierte esto: ¿cómo podría Lagos cambiar un sistema internacional donde el que se excluye arriesga la pobreza de su gente?
–En las internas recientes, el candidato de la Democracia Cristiana, Andrés Zaldívar, perdió. ¿La DC quedó herida?
–No. La Concertación, que forman los partidos Demócrata Cristiano, Socialista, por la Democracia y Radical, eligió a Lagos con internasabiertas. Entre los cuatro partidos no hay más de 370 mil afiliados. Votaron 1.380.000 personas. Lagos tiene una gran legitimidad. Y aquí hay otro hecho espectacular: por primera vez desde que se fundó la Concertación, el partido predominante en la coalición no cuenta con el candidato presidencial. Pero no escuché de los democristianos ninguna vacilación. Su comportamiento fue extraordinario.
–Para usted, como socialista, es de buen aliado decir esto.
–Sin embargo, es exactamente lo que pienso. La derecha no pudo romper la Concertación y ahora desplegaremos una campaña única. ¿Por qué no, si llevamos 20 años de Concertación, con 10 de ellos compartiendo el gobierno?
–Bueno, tal vez justamente por eso. Porque en política 20 años son mucho.
–Me extraña que un argentino diga eso. Si 20 años no es nada...
–En el tango.
–Y en la Concertación. Durante 10 años convivimos combatiendo a la dictadura. Durante otros 10, convivimos piloteando la transición democrática, con un balance que yo considero realmente impresionante. Descendió a la mitad el número de chilenos pobres, que aún son muchos. Garantizamos la estabilidad económica y el aumento del bienestar material. Avanzamos en el desarrollo institucional, aunque ése es nuestro déficit más importante y por eso Frei acaba de proponer una reforma constitucional. Quiere la posibilidad de plebiscitar una diferencia cuando no se pongan de acuerdo el Ejecutivo y el Congreso.
–¿Para qué?
–Porque en Chile ninguna ley pudo ser aprobada sin al menos dos votos o de los senadores designados (tenemos nueve que el pueblo no elige, más un décimo que en este momento no vota) o de la derecha. Cuando Frei propuso el proyecto de plebiscito, algunos dijeron: “¿Y por qué la derecha va a apoyarlo?”.
–Es una buena pregunta.
–Tengo la respuesta. Un mes atrás el Congreso aprobó la nueva ley eléctrica, que eleva las penalidades para las compañías si hay fallas. O sea: cuando la opinión pública pesa, el Congreso siente su influencia y se ve obligado a cambiar.
–Ya que usted toca ese punto, quiero que discuta una impresión: la Concertación fue más adelante de la opinión pública en los primeros tiempos y detrás en los últimos.
–No comparto esa impresión. Veo las cosas de otro modo. Al principio de la transición, durante el gobierno de Patricio Aylwin, cuando Chile recién había salido de una dictadura, la gente fue más comprensiva del gobierno y sus posibilidades. En el segundo gobierno de la Concertación, el actual, la propia existencia de la democracia no estaba en duda. Frei fue tratado con menos benevolencia que Aylwin.
–O Frei merecía menos benevolencia que Aylwin.
–No lo veo así. Mire: Frei envió proyectos de reforma institucional al Congreso y perdió las votaciones.
–Pero pudo pasar que el gobierno no convocara a la opinión pública, como usted mismo dijo, para garantizar el éxito de esas votaciones.
–No.
–¿No lo admite ni siquiera en el campo de los derechos humanos?
–Ni siquiera. Fueron apresados personajes como Manuel Contreras, el jefe de la DINA, la policía secreta de Augusto Pinochet. Y de los peores torturadores, tres fueron condenados. ¿En cuántos países de América latina, en cuántas transiciones democráticas de la Europa meridional, terminaron presos los jefes de la policía política?
–Y llegó el arresto de Pinochet.
–Fue sorpresivo. No lo esperaban ni él, ni sus partidarios, ni sus detractores, ni el gobierno, formado por funcionarios que en un cien por ciento fueron adversarios de la dictadura. Chile firmó el tratado de Romay es partidario del tribunal penal internacional, pero en el caso de Pinochet los delitos en Chile deben ser juzgados en Chile.
–¿Por qué? Si en la Convención Internacional contra la Tortura cualquier país puede juzgar el delito cometido en otro...
–Pero es que Chile puede juzgarlo.
–¿Por qué no lo hizo antes?
–Porque no se habían presentado querellas en contra de Pinochet. Ahora, en cambio, ya se presentaron 20, y muchos en mi país creen que habrá más.
–Si Pinochet vuelve a Chile para ser juzgado, antes debe ser desaforado como senador vitalicio.
–Efectivamente. Eso corre por cuenta de la Corte Suprema.
–¿Qué chances reales hay de que lo haga?
–Todas las de un país democrático con un sistema judicial independiente del Poder Ejecutivo. No crea que yo no entiendo la reacción de los ciudadanos. Pero un gobierno no reacciona como un ciudadano. Y por otra parte, quiero recordarle que en Chile no hay punto final.
–El jueves, en un reportaje que publicó Página/12, Lagos dijo que los familiares debían conocer el destino de los desaparecidos. ¿Reivindicó la construcción de un derecho a la verdad?
–Sí. El derecho a saber ha recibido el apoyo no sólo de la Concertación sino también del Partido Comunista y dirigentes políticos de la derecha. La amnistía llega hasta el ‘78, pero el delito de desaparición es de ejecución continua justamente por la no aparición del desaparecido, y por eso ese crimen no puede estar amnistiado.
–Usted sabrá que no hay derecho a la verdad que funcione sin colaboración de las Fuerzas Armadas o la decisión del Estado de reunir documentos producidos por las Fuerzas Armadas durante la represión. ¿Eso será posible en Chile?
–Son procesos. Unos llevan más tiempo que otros. El único punto final lo ponen las almas, la historia, el cambio de generaciones. Le aclaro, al mismo tiempo, que es inaceptable culpabilizar a las víctimas cuando no perdonan a sus victimarios. Me suena, casi, a una forma de tortura.

 

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