Por Felipe Yapur Tal como
se preveía, aunque todavía sigue siendo incomprensible, los tucumanos siguen votando a
la familia Bussi, que una vez más triunfó en Tucumán. Sin datos oficiales y sólo con
encuestas de boca de urna, todos los contrincantes reconocieron el triunfo de Ricardo
Bussi. Mientras tanto, el peronista Julio Miranda y el aliancista Rodolfo Campero se
peleaban bajo la influencia de lo que parecía ser el síndrome Carlos Reutemann: los dos
juraban ser segundos y se achacaban mutuamente la responsabilidad del triunfo republicano.
Sin embargo, al cierre de esta edición, los datos oficiales, con apenas 7 por ciento de
las mesas escrutadas, daban una ventaja al PJ de diez puntos. EL CONSUELO DE LA ALIANZA Y EL PJ Por F. Y. Mientras
en la casa de gobierno el bussismo festejaba su continuidad en el gobierno, en los
diferentes bunkers de la oposición el clima era diametralmente opuesto. Los hombres de la
Alianza observaban sus propios resultados de boca de urna y se jactaban de ser el segundo
partido provincial. Pero los justicialistas no se quedaban atrás y ellos también juraban
que eran la segunda fuerza. Como si lo más importante fuera saber quién había perdido
menos, la oposición comenzó anoche una pelea absurda. |
Alianzas Por Horacio Verbitsky Ni el medio centenar de secuestros ocurridos cuando el viejo Bussi fue al mismo tiempo interventor federal y jefe militar de la provincia, ni el índice de desocupación que bajo su segunda administración superó al ya altísimo promedio nacional, ni el último puesto que Tucumán ocupó en la última prueba nacional de calidad educativa, ni el primero que alcanzó en la medición de mortalidad infantil, ni la falta grave al honor militar por la que el Ejército lo sancionó, ni las lágrimas que virtió cuando se supo que había ocultado sus cuentas bancarias, ni el juicio político en el que sólo faltaron tres votos para los dos tercios que lo hubieran destituido, ni la duplicación de la deuda pública durante su gobierno, ni la falsificación del domicilio en Tucumán para ser candidato impidieron que al menos un tercio de la ciudadanía tucumana consagrara gobernador a Baby Bussi. El sistema electoral tucumano devino uno de los más complicados del mundo. Más de 1.500 sublemas postularon a unos 40.000 candidatos, esperanzados con el salvador empleo público y uno de ellos hizo campaña con esta pregunta tremenda: "¿Entre tantos payasos, por qué no uno verdadero?". Por el contrario, el debate ideológico se ha simplificado hasta niveles tropicales: "Dios es republicano", proclamó Bussi, "Dios es de todos" le contestó el senador Julio Miranda. Ambos fenómenos responden a la misma causa que el resultado de los comicios. La desintegración de la economía basada en el monocultivo de caña y la producción primaria de azúcar han provocado en Tucumán un retroceso profundo. La desindustrialización, la desproletarización, la pauperización de las clases medias, la destrucción del sindicalismo, el exilio de los intelectuales y la supresión brutal de todo pensamiento crítico, por no decir rebelde, son efectos duraderos de la dictadura militar. Pero aun así, dos tercios del electorado votaron en contra de la continuidad de la dinastía implantada hace casi un cuarto de siglo por la fuerza. Es decir que las transformaciones estructurales padecidas son explicación necesaria pero no suficiente de lo sucedido. Además hay responsabilidades de los grandes partidos nacionales, que también interesan al resto del país. De la Rúa cerró la campaña de la Alianza fustigando a Menem, Duhalde cerró la de su partido con pullas a De la Rúa, Menem recibió a Bussi y le remitió los millones necesarios para pagar sueldos atrasados en la semana previa a las elecciones. Anoche, mientras los forzudos republicanos celebraban la victoria, tanto el Partido Justicialista como la Alianza conducida por la Unión Cívica Radical se atribuían el segundo puesto. Es obvio que ni unos ni otros sienten vergüenza por la victoria de Bussi y sólo les preocupa su confrontación nacional de octubre, como si Tucumán fuera otro país. Lejos de ello, es un espejo en el que la Argentina debe mirarse porque le devuelve su rostro con cruel fidelidad. Por eso, cada día tiene menor interés preguntarse qué cambiaría si ganara la presidencia una u otra de las fuerzas que en Tucumán fueron incapaces de aliarse para volver a encerrar en la botella a los genios desatados.
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