La sombra del general Por James Neilson |
Tucumán no es producto de la inventiva de un exponente tardío del realismo mágico latinoamericano sino una provincia de la Argentina finisecular que acaba de ratificar su compromiso con el bussismo, "movimiento" representado en esta ocasión por el hijo nada carismático del general. Hace un cuarto de siglo tal resultado no hubiera sorprendido a nadie --en aquel entonces, una mayoría impresionante votó en favor de la fórmula Perón-Perón, y Ricardito no es peor que Isabelita--, pero hoy en día el país es supuestamente mucho más "maduro". ¿Lo es? Puede que lo sea en los grandes centros urbanos, pero en las provincias depauperadas y semianalfabetas las viejas tradiciones no se han modificado. Allá el caudillismo a la antigua, con puntos adicionales para los generales reciclados, sigue tan vigente como antes. ¿Por qué ganó Ricardito? ¿Por qué muchos estatales temieron no cobrar sus salarios miserables si fueran "desleales", porque la clase media, depauperada o no, quiere "orden" y duda de la severidad de quienes no aprovecharon las oportunidades para reprimir, porque el populismo con un toque militarista sigue brindando sus frutos, porque los demás candidatos no entusiasmaron a nadie? Acaso se debió a que la gente creía que un Bussi, cualquier Bussi, podría conseguir más dinero de Buenos Aires que sus rivales, lo cual sería un motivo muy lógico: en Tucumán, lo mismo que en La Rioja y Catamarca, la industria principal es la política. Lo es para la provincia en su conjunto --un gobernador que entiende cómo conseguir dinero de Buenos Aires le vale muchísimo más que todas las actividades presuntamente productivas--, y también para sus habitantes, de ahí la cantidad asombrosa de aspirantes a cargos públicos electivos y las fantasías clientelistas de los demás. Los motivos son muchos pero a esta altura no deberían ser suficientes como para determinar el resultado de una elección a gobernador. No lo serían si tuvieran razón aquellos optimistas que creían que andando el tiempo la democracia evolucionaría, haciéndose cada vez más "moderna", pero no hay evidencia de que en 1999 el electorado sea más sofisticado de lo que era en 1989 o 1983. Tucumán no es el único lugar en el que abundan los síntomas regresivos. En todas partes los votantes parecen haberse resignado a que sus "dirigentes" sean capaces de dibujar resultados electorales --¿qué ocurrió en las internas oficialistas de la Capital y la provincia de Buenos Aires?--, enriquecerse de forma inexplicable, falsificar certificados de residencia, repartir sinecuras entre amigos, etc., etc. ¿La idoneidad? Se trata de una palabra sin sentido que sólo figura en los diccionarios.
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