La economía del hambre Por Julio Nudler |
La recesión y el muy desigual reparto del ingreso, signos de la economía argentina actual, tienen su costado bueno. Teniendo dinero, uno puede consumir sin las molestias de la congestión. Siempre hay lugar en cines y teatros, mesas libres en los restaurantes, autopistas menos embotelladas y rebajas en casi todo. Los peluqueros convidan con café, y hasta plomeros y electricistas se han vuelto menos arrogantes. Los fondos de inversión se prepararon para un boom interminable de consumo, y así es que ahora sobra oferta de cualquier producto y cualquier servicio. Esto es exactamente al revés en Estados Unidos, donde tras ocho años de crecimiento incesante, y últimamente con el consumo como locomotora, la gente --que ya directamente ni piensa en ahorrar-- percibe sin embargo que el dinero no le procura lo que espera de él. Hay demasiados millones de ciudadanos enfermos de la misma fiebre, víctimas de la trampa que les tiende la prosperidad y el frenesí por llevar el tren de vida del otro que gana el doble. El resultado son embotellamientos, mala atención, abusos en los precios, alquileres por las nubes y largas esperas si lo que hace falta es un carpintero o un albañil. Algo así contaba estos días, sufriéndolo en carne propia, el economista Paul Krugman, quien sin embargo encuentra un poderoso argumento en favor del consumismo: que si bien éste se vuelve en contra de los consumidores mismos, resulta en cambio buenísimo para los productores. "Gastar plata puede no comprar la felicidad --dice--, pero crea empleos, mientras que el desempleo es muy efectivo si lo que se busca es crear miseria." Reivindica entonces al maniático consumidor norteamericano, en relación al japonés, que sólo está gastando en un bien durable: alcancías y huchas para atesorar plata en casa. Más acá de esa discusión entre ricos, en la Argentina reina un generalizado consenso entre los economistas sobre la necesidad de seguir bajando los costos laborales. Aunque la prédica se difunde en nombre de la competitividad, incluye por igual a sectores transables y no transables. Hasta ahora, por lo que muestran los números, la flexibilización --de jure y de facto-- no sirvió para incrementar las exportaciones y eliminar el déficit comercial, y tampoco para consolidar el descenso de la desocupación a tasas menos explosivas. Combinando desempleo y retroceso salarial, la recesión se hace un picnic. Y como al caer la actividad disminuye la recaudación de impuestos, lo que fuerza a recortar el gasto público, además de desalentarse la inversión, el círculo vicioso del empobrecimiento funciona como un relojito.
|