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SUBRAYADO

Derechos de doble filo

Por Claudio Uriarte


t.gif (862 bytes)  Cuando en 1976 Jimmy Carter incorporó los derechos humanos a la política exterior norteamericana, no pudo imaginar que estaba desatando proyectivamente el arresto del ex dictador chileno Augusto Pinochet en Londres, la salvaje campaña de destrucción aérea de la OTAN contra Yugoslavia y el procesamiento por crímenes de guerra y contra la humanidad del dictador yugoslavo Slobodan Milosevic por la Corte de La Haya para la ex Yugoslavia. No: él se imaginaba --como también lo haría, más o menos contemporáneamente, el papa Juan Pablo II-- que los derechos humanos serían un ariete eficaz en la lucha contra el bloque comunista --sobre la base de los acuerdos de cooperación y seguridad europea en Helsinki-- con el contrapeso legitimizador del ataque contra algún dictadorzuelo latinoamericano como Videla o el propio Pinochet.

Pero el genio se escapó de la botella, y los derechos humanos se instalan ahora como un factor a tenerse en cuenta en casi cada cuestión internacional importante: la relación entre EE.UU. y China --por ejemplo-- o las de casi todo el mundo con Rusia --que después de todo, en la crisis de Kosovo, se ha probado como el verdadero poder conservador, responsable, la verdadera "potencia del orden", como le gustaría decir a Henry Kissinger--. A partir de la detención de Pinochet en Londres, de la absurda guerra preventiva de la OTAN por los derechos humanos de los albanokosovares y de la irreflexiva acusación a Milosevic en La Haya están surgiendo precedentes cuyos desemboques pueden ser tan ejemplares como catastróficos. Un desenlace virtuoso sería el establecimiento de un Tribunal Penal Internacional consensuado y claro. Esta es una solución sólo parcial al problema, porque deja de lado el hecho de que las dictaduras y masacres suelen ser más construcciones sociales que decisiones de un individuo. Claro que el individuo en cuestión lo pensaría dos veces antes de subirse a la cúspide de esas construcciones sociales.

El mal desenlace es el no establecimiento del Tribunal y de sus leyes, y la fijación de un precedente en que cualquiera puede procesar a cualquiera por cualquier cosa. El ejemplo más obsceno fueron los honores con que fue recibido el masacrador congolés Kabila en París mientras Pinochet estaba arrestado en Londres, pero lo peor desde el punto de vista de la estabilidad internacional sería la dosis adicional de anarquía que introduciría en un sistema ya inherentemente anárquico, eso que por comodidad seguimos denominando "el orden internacional".

 

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