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“Ningún libro cambia al mundo:los hombres cambian al mundo”

El escritor Andrés Rivera sitúa su última novela, “El profundo Sur”, en el Buenos Aires de 1919, y lo hace para contrastarlo con la realidad actual, que él percibe como “un presente de monotonía”.

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Por Verónica Abdala

t.gif (862 bytes)  “¿Por qué un hombre mata a otro?: ¿una palabra de más? ¿Un agravio que se carga por años, como una herida putrefacta?, ¿un resentimiento que de pronto estalla? ¿Una cuenta que hay que saldar para estar conforme con uno mismo, si es que eso puede ocurrir alguna vez en la vida de nadie”, interroga el escritor Andrés Rivera desde las páginas de su nueva novela, El profundo Sur, que acaba de ser editada por Alfaguara. El autor de La revolución es un sueño eterno, El amigo de Baudelaire, La sierva y La lenta velocidad del coraje, entre otras obras, es una de las voces más notables de la literatura argentina actual. Está de paso por Buenos Aires presentando su libro, pero desde 1992 vive con su mujer en Córdoba, más precisamente, le gusta remarcarlo, “en el barrio proletario” de Bella Vista. En lugar de El profundo Sur, su novela bien podría haberse llamado El profundo Azar, considerando que comienza y se desarrolla a partir de la muerte accidental de un hombre, que es abatido por otro que se proponía matar a un tercero. Un cuarto hombre disparará, a su vez, sobre aquel que disparó en primer lugar. “No se crea que no lo pensé”, advierte. Si el libro no se llamó El profundo Azar, explica, fue porque esa combinación de palabras no le parecía “musical”. Rivera está convencido de que nunca podrá escribir aquel que no sea capaz de comprender la necesidad de prestarle atención a ese tono al que él llama “la música”. “Hay que ser riguroso con la selección de las palabras que uno utiliza”, dice antes de empezar a hablar con la morosidad de quien está escribiendo. “Y yo pienso serlo también en esta entrevista: porque tengo la obligación de ser cuidadoso con lo que digo, y porque, además, no tengo ningún apuro.” Las historias que Rivera narra en la novela tienen como escenario el Buenos Aires de 1919. Es durante la llamada Semana Trágica que sus personajes se (des)encuentran. Sin embargo eso no se aclara en ninguna parte del libro, exceptuando la contratapa. Puede que eso importe poco, porque Rivera, en realidad, está hablando del pasado pero con la intención de hacerlo contrastar con la actualidad. En otras palabras: está hablando de la Argentina de hoy.–¿Se le ocurrió situar la acción durante la Semana Trágica por alguna razón en particular?–No lo sé. William Faulkner decía que cuando uno tiene un impulso debe ser capaz hasta de matar a su madre para defenderlo. Yo tuve ese impulso y me dio por ahí. Supongo que influyó el hecho de tener en mi mesa de luz un libro que hablaba precisamente de ese tema, que en rigor, en el libro no se nombra. Es decir, el lector sabe que el marco de la acción es 1919, durante los enfrentamientos entre los trabajadores huelguistas y el Ejército represor, pero yo en ningún momento lo digo. También influyó el hecho de que tenía muchos recuerdos orales de esa época, cosas que me contaron miembros de la familia. En fin, no le voy a decir que un día me desperté “iluminado”, pero fue algo así: me senté a escribir y ya tenía pensada toda la novela. Inclusive los nombres de los capítulos.–¿Hasta dónde la historia puede ser útil a los fines de retratar una situación actual?–Hasta donde uno quiera. No hay por qué escatimar recursos para hablar de este presente de monotonía, de este presente árido, pobre, despolitizado, con sindicatos burocratizados, con una reducción impresionante del número de trabajadores. –¿Tiene explicaciones originales para este proceso?–Puede que las secuelas del Proceso tengan algo que ver. El miedo es una razón importante de esta inmovilidad. La desaparición de treinta mil personas es otra de las causas: con ellos se fue una generación de combatientes sociales y políticos. Si estuvieran vivos, algunos serían hoybuenos comerciantes o banqueros, pero otros, quizás, seguirían luchando. Nunca lo sabremos, la mía es simplemente una hipótesis. Creo que por medio del contraste yo intenté mostrar ese Buenos Aires sacudido por los aires de la Revolución Rusa de 1917. En 1919 nadie hubiera podido hacer aquí la revolución, como tampoco durante el Mayo Francés. Pero allí había algo, sin embargo, que hoy no tenemos. Esas sociedades reclamaban eso que reclamaba Rimbaud: cambiar el mundo. –¿Usted cree que el menemismo ha contribuido a la desmovilización?–Por cierto. Diez años de privatizaciones, de eliminación del escenario social de miles de trabajadores, de la creación de un universo de excluidos que viven en la permanencia, porque saben que su situación no va a cambiar hoy ni mañana. El gobierno de Menem fue la culminación de veinte años de peronismo. –¿Cuáles son en la actualidad los espacios de resistencia de la sociedad civil? ¿Puede ser la literatura un espacio de resistencia, en un sentido político?–La literatura no cambia el mundo. No lo cambió la Biblia. No lo cambió El Capital. Ningún libro cambia al mundo: los hombres cambian al mundo. Yo digo los hombres y pienso en los jóvenes. –Y usted, que tiene 70 años y una parte de la historia de este siglo, ¿cómo ve a los jóvenes?–Y, no los veo decididos a eso. Los veo diferentes a la política. Ellos dicen “la política es una mierda”. En un sentido es cierto: la política que tuvimos hasta hoy, la de los partidos llamados democráticos, es una mierda. En otro no: la política en abstracto no lo es. Cambiar la política que conocemos es nuestra única salvación. Tenemos que cambiar el mundo, yo creo en eso, desde muy joven. –Nunca pensó que la cosa podría no resultar, antes o ahora.–Antes no. Y ahora menos, ¿o usted me vio cara de Mario Vargas Llosa?Mientras se despide, Rivera aclara: “Por favor, no vaya a poner que soy un escritor politizado ni nada por el estilo. No olvide que todos, de un modo u otro, hacemos política, por acción u omisión. Y que la peor es la política de los que se hacen los tontos”.

 

El rol de los escritores

–El lector nota que, entre los cuatro personajes de la novela, Roberto Bertini, Jean Dupuy, Enrique Warning y Eduardo Pizarro usted prefiere a este último. ¿Por qué?–Supongo que porque es poeta, pero no cumple con uno solo de los ritos de los poetas –exceptuando un viaje que hace a París–, y porque quema lo que escribe. No me pregunte qué significa eso porque no lo sé. –En principio puede deducirse que es más kafkiano que argentino.–Sí, eso seguro: éste es un país en el que todos quieren publicar y en el que todos consideran que escriben bien. Es patético. La narrativa argentina se debe mucho a sí misma. No se está escribiendo lo que hay que escribir, o lo que yo creo que hay que escribir. Eso ha quedado para los periodistas, que lo hacen y muy bien. Pero no es suficiente: sería muy interesante que algún escritor pudiera escribir esta monotonía que vivimos.–¿Hay alguno que, en su opinión esté arrimando el bochín? –No sabría decirle, creo que no... El que creo que puede llegar a lograrlo, si se lo propone, es Eduardo Belgrano Rawson.

 

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