La
educación es un fenómeno social, pero la sociedad no es un fenómeno educativo. Es
decir, el hombre, la relación de los hombres entre sí, no es el fruto propio o
específico de una labor pedagógica. La vieja tesis de que somos el resultado de la
educación que tenemos o tuvimos hace mucho que fue cuestionada: los educadores también
deben ser educados. Esto significa que los llamados valores de la educación, la
distribución del saber, sus formas y contenidos están determinados por la estructura
social y los antagonismos que le son propios. Esto explica la degradación actual de la
educación. Carece de todo rigor la tesis de que nuestro sistema educativo sufre las
consecuencias de una inadaptación a los requerimientos de la economía, el mercado o la
sociedad (cuando se considera su forma mercantil como la definitiva o auténticamente
humana). La penuria material, el desfinanciamiento, las condiciones de trabajo y estudio,
el contenido de las reformas educativas constituyen la prueba misma de esta
sobredeterminación social y política sobre el cómo y el porqué se configura la
enseñanza en nuestro país. El trabajo nacional ha sido precarizado, una pléyade de
docentes ad honorem subsidia la sustracción de recursos estatales; el resto cumple la
misma función con salarios flexibilizados. La privatización es
la norma social: las casas de estudios se subordinan no a las necesidades de la formación
educativa y cultural posible, sino a los límites de los convenios con empresas, a
criterios de rentabilidad y a las exigencias del capital financiero (no
olvidemos que las reformas en curso han sido moldeadas por los planes
elaborados por el Banco Mundial, una suerte de institución colateral del FMI y a cuyo
dictado se produjo el recorte cuestionado en estas últimas semanas). El
mercado argentino y mundial se encuentra sobreofertado: la consigna
educativa del poder es reducir la matrícula estudiantil, las plantas
docentes, la formación profesional, la calificación educativa. Sobran productos
invendibles, sobran trabajadores, profesores y alumnos. La economía moderna es el
cepo insoportable de una enseñanza que se consume en la inanición. La receta
tradicional debe ser invertida en lugar de convertirse en una política de
Estado: menos vínculos con esta economía, con este mercado (cada vez menos mercado
debido a la concentración y centralización de capitales). Cambiar la economía, cambiar
la sociedad, cambiar el mercado: un currículum imprescindible que
proclamó su contenido en las lecciones de la reciente movilización de los
universitarios, es decir, más en la vida que en el aula. Para evitar esta pedagogía y
esta educación es que se quiere retirar a la universidad de las calles, de las plazas y
de los espacios públicos. La educación y la vida...* Profesor de las
facultades de Ciencias Sociales y de Filosofía y Letras de la UBA.
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