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QUIQUE PESOA ANALIZA SU DIFICIL RELACION CON EL MEDIO TELEVISIVO
“Yo sé que estos noviazgos duran poco”

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El conductor de “Cien años”, que prefiere definirse como “un ablandador de climas”, dice que aún no le ha encontrado la vuelta a su labor en la pantalla chica. “Aún estoy intentando comunicarme”, explica, inusualmente autocrítico.


t.gif (862 bytes)  Como quien está de paso, o como quien mira un mundo con la distancia que otorga el no pertenecer, Quique Pesoa pone en discusión las bases sobre las que se sustenta la TV, un medio en el que mantiene un programa semanal desde enero. “Yo no miro televisión”, cuenta. “No puedo engancharme en un medio en el que todos son premios, sorteos, tirarse pedos.” Tras quedar asociado por siempre a la radio con los exitosos “La oreja” en Radio Rivadavia y “Como en casa”, en Del Plata, Pesoa se animó a la pantalla chica con “Cien años”, el programa de América (lunes a las 22) que repasa los acontecimientos importantes del siglo. En la entrevista con Página/12 elige definirse como “ablandador de climas”, “un cosedor de historias”, antes que como conductor o periodista. –¿Cómo fue el paso de la radio a la televisión?–Difícil. Tengo grabado el primer programa, parecía una estatua. Después me fui tranquilizando y me solté un poco más. De cualquier manera, todavía no le encontré la vuelta, es un oficio bastante difícil. No encontré la mirada, no encontré a nadie que me mire a través de la televisión como yo querría que me mirase. Todos estamos mirando un vidrio, actuando un poquito. Hay más gente, más circo, por ahí miro la cámara y me distraigo. Es más complicado hacer una abstracción y comunicarse. Lo estoy intentando, no sé si se puede. No es así la radio, ahí la cosa es más directa. –Pero en el programa hay un clima radial. ¿Es algo buscado?–Sí, y de ahí que la escenografía esté pensada con la concepción de una esfera, que es casi un micrófono o un útero. Pero este medio hasta ahora no ha logrado despertarme pasiones. La radio sí. A lo mejor es porque hace muy poco tiempo que estoy en esto, no lo sé, es complicado. Sigo buscando encontrar esa mirada. –Hacía un largo tiempo que no aparecía en los medios. ¿Se tomó su tiempo para pensarlo?–Desarrollé la capacidad de decir que no. En este oficio, si se depende mucho de un solo medio se hace difícil emitir opiniones, uno está demasiado condicionado: no puedo porque me rajan, no puedo porque tengo miedo, por la autocensura... Entonces siempre traté de hacer una especie de backup: tengo un estudio en el que hago locuciones en off para comerciales, y eso me ha dado una especie de café con leche: vivo tranquilo, no me meto en deudas a largo plazo. Yo tuve la suerte de poder hacer ese backup. Mucha gente no puede elegir, entonces tiene que agachar la cabeza y seguir laburando. Eso lo entiendo, pero no entendería que yo, pudiendo elegir, no lo hiciera. –¿Por qué decidió hacer “Cien años” en televisión? –La verdad es que no tuve muchas ofertas, y las cosas que me ofrecían no me atrajeron, eran más de lo mismo. No me preocupa no aparecer, y tampoco soy tan famoso como para estar temiendo el olvido. Vinieron tres personas macanudas, Paula Valenzuela, Fernando Collazo y Daniel García Moreno, me plantearon este proyecto y me gustó. Ellos tenían mucho material y cómo editarlo, yo vengo a ser un ablandador de climas, con un valor agregado que ellos desconocían, que tengo mucha relación con los objetos viejos, me divierto juntando y recuperando cosas. –¿Cuál es su búsqueda personal al frente del programa? –Me gusta que el que está mirando TV o escuchando radio sepa quién es el que está hablando y desde dónde. Trato de opinar, de traslucir un esquema de pensamiento, sin hacerme el periodista objetivo, lejano, que cuenta las cosas desde quién sabe dónde. En esta época “findesiglista” de pérdida de cosas, de identidades e ideologías, yo trato de ir para otro lado. ¡Alguien que tire una línea de pensamiento, que opine de algo! Cuando pensamos en los medios no los concebimos como elementos educativos. Ya se nos metió adentro que la televisión es puro entretenimiento. Eso es mentira. La TV educa siempre, y educar es transformar, para bien o mal. Poner una cosa acá y otra allá es una opinión. Como nunca educar fue negocio, todo son sorteos, todo está bien. No estoy en contra de eso, sino de que eso sea todo. –¿Hasta dónde es posible bajar línea en un medio que tiene las restricciones que usted marca?–Hasta que te echan a escobazos. De ahí que yo no sepa cuánto va a durar el programa. Yo trabajo para el lunes siguiente, y me pongo contento si a la noche me siento con mi familia y lo vemos. Porque sé que estos noviazgos duran poco. Por bajo rating, porque dijiste un “quítame de allá esas pajas” que no le gustó a alguno, porque bajás demasiada línea... No sé cuánto dura esto. –Mientras tanto usted se puede dar algunos lujos, como contar la historia del ratón Mickey explicando Para leer al pato Donald, de Dörfman y Mattelart...–Sí, pero insisto, a medida que me voy dando esos lujos se va arrimando un poco el fin del programa. Lo digo buenamente, ellos son los dueños de la empresa y tienen el derecho a elegir qué cosas van. Yo estoy sometido a los avatares de meterme en un medio como al descuido. Estoy..., hasta que no estoy más. Hace treinta años que trabajo en los medios y sé cómo funcionan. Salvo que tuviese otra actitud: más aquiescente, no me meto con esto..., pero en ese caso me transformaría en un pelotudo. Esto ya lo conozco y no me entristece, porque sé que va a aparecer otro medio donde me pueda meter, aunque sea por otro rato.

 

“El rating... es como Dios”

–¿Qué importancia le da usted al rating como factor de presión?–El rating es algo que a mí no me corresponde, le corresponde al canal. Para los canales de televisión el rating es... como Dios: tienen que creer en él, y se ponen todos de acuerdo para curtir una misma religión. Ahora descubrieron que Ibope y Mercados y Tendencias no son tan confiables, pero nadie dice que Dios no existe. Todos siguen tomando las mediciones como un punto de referencia. La preocupación por el rating es del canal, porque son ellos los que tienen que vender. Me la trasladaron a mí y a todos los laburantes de la TV, como una enfermedad contagiosa, pero al pedo. Nos gusta el programa que hacemos, sabemos que se puede mejorar, pero lo estamos haciendo lo mejor que podemos. Entonces, ¿qué voy a hacer si el rating es bajo? ¿Tirar tiros? Nuestro programa no es de alto rating, eso ya lo sabíamos de arranque. Hay que ver en qué momento pasa la mínima y nos sacan a escobazos...



El siglo y el archivo

Los informes de “Cien años” tienen detrás el trabajo de un equipo de producción de cinco personas, un guionista y una archivista. Si bien la idea de repasar los acontecimientos más importantes del siglo no es algo nuevo en la pantalla, el hallazgo de “Cien años” consiste en haber logrado imprimir a esos sucesos un enfoque que trasciende a la anécdota, en una clara búsqueda de sentidos históricos. “El programa no sigue ejes cronológicos ni temáticos”, explica Paula Valenzuela, productora ejecutiva. “Tratamos de hacer un zapping temático, equilibrando los temas más densos con aquellos que hacen revivir con nostalgia buenos momentos del pasado, e incluyendo cosas que guarden relación con los afectos. Se recurre a todas las fuentes posibles, hay una archivista con buenos contactos, pero cada productor suma lo que consigue en base a la investigación.” “Cien años” encontró además otros recursos para narrar una historia posible. En cada programa se aborda una historia de vida, que no necesariamente guarda relación con los temas tratados, y se presenta una profusión de objetos que remiten a un pasado cercano, y tejen una suerte de memoria colectiva.

 

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