Hace falta subrayarlo porque más de uno
se está haciendo el distraído, ahora y antes también. Un ciudadano argentino, padre y
abuelo, poeta nacional por añadidura, provocó la baja de un general del Ejército,
comandante del II Cuerpo, para lo que hizo falta una solicitud del jefe del Estado Mayor
General de la misma fuerza y un decreto presidencial. Todo eso lo consiguió el ciudadano
con la fuerza pacífica de su legítima demanda: quiere saber el destino de su hijo y
nuera y el paradero de su nieto o nieta, nacido/a en cautiverio. Hasta que esta
información no sea develada, por supuesto, la demanda seguirá insatisfecha. Pero un
eslabón de la cadena de impunidad fue quebrado, nada menos.
Mediante carta abierta publicada en este diario, el ciudadano Juan Gelman pidió esa
información al teniente general Martín Balza, indicándole que podía obtenerla del
general Eduardo Cabanillas, quien era el segundo jefe de la cárcel clandestina
Automotores Orletti, al mismo tiempo que estuvo secuestrada la pareja, ella embarazada, y
que nació la criatura en ese mismo lugar. En apoyo de su exigencia, Gelman aportó
evidencias suficientes sobre las tareas cumplidas por Cabanillas durante esos precisos
momentos del terrorismo de Estado, confirmadas además por el expediente militar que
presentó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).
El general inculpado negó o desconoció los hechos, con la misma actitud que los jefes y
oficiales superiores de las Fuerzas Armadas que reivindican la guerra
antisubversiva pero pretenden ignorar los actos cometidos en nombre de ella. Arguyen
que recuperaron la libertad para la patria, pero no se atreven a relatar cómo lo
hicieron. De este modo, el silencio de radio deja de ser una razón de seguridad para
convertirse en pacto mafioso. En realidad, la libertad nunca estuvo en tanto peligro como
bajo el terrorismo de Estado, ni pudo existir inspiración patriótica ninguna en
presuntas misiones guerreras contra prisioneros inermes y contra recién nacidos.
En este caso, el Tribunal de Honor militar que se formó, sesionó y falló en la
clandestinidad (dicen que es reglamentaria aunque inexplicable en este tiempo
democrático) no encontró demérito alguno en el inculpado. El jefe del Ejército y el
presidente Carlos Menem, comandante supremo por mandato constitucional, fracasaron en
proporcionar la información exigida, aunque el poseedor era subordinado de ambos. A
continuación, se sacaron de encima a Cabanillas por distribuir libelos no autorizados (en
los que se glorifican esos innobles actos guerreros), como si el asunto en litigio fuera
una cuestión de derechos editoriales. Gelman, un intelectual, reclama en nombre de tres
vidas humanas y del derecho a la verdad, y la única respuesta que merece y necesita es el
reencuentro con los suyos.
Los subterfugios empleados por los cobertores del pasado no alzan el honor mancillado por
los que delinquen cuando dan o acatan órdenes indebidas, como supo decir en algún
momento el mismo general Balza. El honor, la patria, la libertad, la subordinación y el
valor se vuelven retórica pura si no compaginan con la verdad y la justicia. Sin esa
armonía, sólo quedan las bochornosas retiradas.
Nada de esto disminuye la envergadura de lo sucedido. En su búsqueda, un ciudadano logró
el relevo de un general de la nación, miembro de la estirpe que degolló la democracia
tantas veces como quiso durante la mitad de este siglo que termina. Los políticos de la
democracia deberían acudir en apoyo de esas gestas individuales, como la de Gelman, como
la de las Abuelas de Plaza de Mayo. Anoche, Estela Carlotto estaba recibiendo la Legión
de Honor otorgada por Francia. ¿Cuándo recibirán la distinción nacional que se
merecen? No por ellos, sino por la salud de la sociedad civil y de la democracia. Honor a
los ciudadanos, esos civiles erguidos sobre la dignidad de sus derechos y sentimientos.
Con seguridad, para Juan y para todos los que buscan con amor y respeto por la vida, la
única compensación verdadera será reconocer en una cara joven esa mirada, el gesto, el
aire de familia, la señal de identidad que un día fue desgajada sin justicia ni verdad.
Que así sea.
REP
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