Por Fernando Berlin Desde Madrid Son las diez de la noche y ya
hay más de diez amigos esperando. Las pizzas se reparten por todo el salón y la
computadora personal, conectada al televisor, tiene cuatro parlantes que salen desde la
disquetera. Todos esperan impacientes a que llegue el invitado, que trae la copia que
un amigo del trabajo bajó de Internet porque, según dice, su conexión es
muy rápida. Lo suficiente como para grabar los 1000 disquetes completos que
ocupa la película. Cuando finalmente suena el portero eléctrico y se abre la puerta,
trae en sus manos dos CD-ROM, en los que guarda una copia en formato multimedia de La
amenaza fantasma, la última entrega de las producciones de George Lucas. Pero lo que
sucede en esta casa de Madrid es algo que lleva ocurriendo a lo largo y ancho del planeta.
Son miles las personas que pueden haber bajado ya una de las copias ilegales y gratuitas
de la película, alojada desde el pasado fin de semana en un servidor de Internet ubicado
en el centro de Europa. En la Argentina, circulan incluso desde el fin de semana pasado
copias ilegales, en video, del film que se dispone a sacar a Titanic de James Cameron del
sitial del más visto de la historia, y que ha recaudado ya en Estados Unidos 255 millones
de dólares en sus primeros 19 días de exhibición en salas.
Algunos amigos del propietario de la casa cuentan que debieron esperar un poco para que la
conexión estuviera en mejores condiciones. Y cuentan también que estos días circulan
por Internet miles de informaciones sobre el tema de las ilegalidades en torno del fin. En
algunas páginas dedicadas al Episodio 1 de la nueva aventura de Lucas se
habla de robos de rollos de película en un cine de la pequeña localidad estadounidense
de Menomonie, en Wisconsin. Se habla de venta de cintas pirateadas por dos dólares en los
mercados de Camboya, en Pnom Penh, aunque nadie lo confirma. Pero, falso o cierto, la
verdad es que no hay que irse tan lejos para obtener una copia del preciado estreno.
El camino más rápido es a través de un servicio de interconexión de servidores de
cable, donde la gente cede su servidor para alojar información de otros, donde los
visitantes pueden descargarse una copia de la película entre decenas de páginas y
fotografías eróticas. El mecanismo a veces solicita una clave, y para conseguirla hay
que pulsar sobre una publicidad, con lo que al autor se le embolsan cerca de 25
pesetas por persona. Y la grabación no está nada mal: la reproducción se ve a
pantalla completa con una definición muy similar a la de una televisión convencional y
lo único que se requiere para disfrutar del nuevo estreno de Lucas es paciencia. Porque
para hacerse con esta grabación se necesita bajar de Internet un gigabyte de
información. La película ocupa dos CD-ROM y, aunque debería ser mucho más, ha sido
comprimida con un proceso llamado MPEG, muy utilizado para reducir el video,
el mismo principio del polémico MP3. Con esta compresión se elimina la información
innecesaria o que el ojo no detecta. Sucede así si el protagonista se mueve y el fondo
permanece estático, porque no se necesitan en movimiento los 24 fotogramas completos,
sino uno solo, fijo, para el fondo, y uno más pequeño y ligero para el movimiento del
actor.
Las copias están corriendo como la pólvora. Tanto en video como en CDROM, la nueva
película de Lucas se multiplica a la misma velocidad que la venta de entradas en las
salas estadounidenses. La proyección está siendo muy bien recibida en esta casa, mucho
mejor que en la crítica que le dedicó el día del estreno el columnista del New Yorker,
quien afirmó que estaba podrida de cinismo. Pero aquí, cuando los
protagonistas de La amenaza fantasma se sumergen en la ciudad submarina, en la habitación
se escucha un rumor de fascinación. En la céntrica casa de Madrid, todos salen muy
satisfechos y comentan lo bien que está la película y el éxito de tan secreta
grabación, aunque alguien asegura que durante los 20 primeros minutos el sonido que
se escuchaba a través de los parlantes era sonido ambiente, seguramente grabado en
el propio cine, y parece que después, el que la grabó debió dejar la cámara en
un trípode y conectada a la salida de audio del proyector. Sin embargo, ya en la
calle, todos ellos coinciden en que irán a verla al cine. Aunque allí alguien sugiere la
pregunta: ¿y qué sucederá con su salida en video?
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