Por Eduardo Fabregat Hace un par de años, un grupo
llamado Control Machete lanzó en Argentina Mucho barato..., su primer disco. Para el
ignoto trío mexicano, el single de difusión ya había abierto varias puertas en América
latina, pero en Argentina el efecto musical se potenció con un inesperado color social:
hacer sonar en las radios argentinas un tema que repetía ¿Me comprendes,
Mendes?, en pleno agotamiento de la era menemista, era casi una garantía de
aceptación popular. Así fue: con sólo un par de semanas de difusión, el grupo de
Toño, Fermín IV y Pato llenó Cemento. Y no sólo eso: con apenas un rack de teclados y
bases secuenciadas y tres micrófonos, el Machete puso el lugar al rojo vivo.
Originario de Monterrey, en el seno de un movimiento regiomontano que albergó
a otras propuestas luego exportadas como Plastilina Mosh (y otras menos conocidas como
Zurdok, El gran silencio o La flor del lingo), Control Machete es un ejemplo
paradigmático del ideario hip hop, que aplica un concepto de restar elementos, construir
canciones con sólo algunas guías musicales y una voz que lleva el pulso. Pero si en
Mucho barato... el trío se presentaba de una manera por momentos puramente lúdica
a través de títulos como Grin-Gosano, Andamos armados y el
mencionado ¿Comprendes Mendes?, en Artillería pesada, presenta...
(Universal, 1999), su nuevo disco, el Control adquiere otra profundidad, un rasgo oscuro y
una serie de tonalidades sonoras que confirma todas sus virtudes. Y que profundiza esa
sensación de que, desde hace algún tiempo, México es la tierra donde se cocina el caldo
más interesante del continente.
La estructura de Control Machete es sumamente sencilla, y por ello apasionante. Toño
que en el primer disco aparecía como Toy es el encargado de manejar la
parafernalia tecnológica, pero por ello no debe entenderse un equipamiento á la George
Lucas como el de Chemical Brothers. El concepto de producción sí es semejante al
utilizado por los Dust Brothers con Beastie Boys o Beck: la utilización fragmentaria de
bases de batería, scratches, samples de viejos vinilos y de instrumentos, más algún
aporte de piano, percusión o vientos efectivamente tocados. Sobre eso, el trío une
esfuerzos vocales, jugando de memoria con la experiencia de una delantera experimentada. Y
con ello logra imprimir su propio matiz en un género que, por exposición y por cantidad
de artistas, a menudo se acerca a lo trillado.
Quizá por eso, para romper con lo que a primera oída puede llegar a parecer repetitivo,
el Control cruza el espíritu minimalista con sonidos de su tierra. Así, a la vertiente
netamente hip hop de Instancias (los vigilantes), Pesada y
Presente se suman experimentos como Ileso, donde un beat básico
sirve de soporte a guitarras españolas y trompetas y un rapeo combativo. La idea es
llevada a un nivel superior con Danzón, donde se suman piano, contrabajo,
percusión y flauta, y el aporte de la inconfundible voz de Rubén Albarrán, conocido en
Café Tacuba como Cosme o Anónimo. Así, el trío de Monterrey
logra alejarse de los tópicos más predecibles del rap y sus subgéneros, ubicándose en
un lugar que les permite anticipar nuevos horizontes. Por problemas de último momento, el
grupo acaba de cancelar una visita promocional a Argentina, pero la buena respuesta
obtenida en aquel debut porteño permite predecir que no pasará mucho tiempo antes de que
vuelva a producirse un contacto. Y hay suficientes motivos para la expectativa.
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