No se sabe si el hombre era técnico, mozo de banquetes o
servicentro. Pero estaba francamente asustado por lo que había visto aquel
jueves 23 de enero, en una estancia del sur de Entre Ríos. Quería contarlo y a la vez no
quería. Al final aceptó hablar frente al grabador para protegerse.
Cuando arribó a Colonia Elía desconocía aún que el trabajo para el que lo habían
conchabado debía realizarse en lo que él, con particular gracejo, llamaba la
quinta de Yabrán. Llamó por teléfono a un celular de la custodia presidencial y
le dieron las señas requeridas, no sin antes asombrarse de que tuviera ese número de
teléfono. Le costó encontrar el lugar indicado. Fue orientado por unos paisanos, en la
gomería del pueblo. Los paisanos también le comentaron que e se era el campo al que iba
Menem, Cavallo y otros políticos. Una vez en el lugar se topó con un hombre
canoso, muy educado, con pulsera y reloj de oro, que luchaba con un celular para
tratar de comunicarse. Estaba vestido normal, nada extravagante. En ese
momento no pensé que era Yabrán; ni sabía quién era Yabrán. Conversando con el
amable canoso tuvo la mala idea de preguntarle si por allí caía Cavallo cada tanto,
y el canoso me puso cara como que no le gustó. La misma pregunta absurda se
la había hecho un rato antes a los tipos que custodiaban la entrada armados con escopetas
Itaka. Ahora no; ahora no viene más, dice que le contestaron. En cambio le
reconocieron que el Presidente solía andar por allí siete u ocho veces por año. Los
tipos no parecían pesados traídos de la Capital. Eran entrerrianos, como
maltratados. A uno le faltaban los dientes. Tenían un auto viejo,
no parecían una custodia invulnerable.
En la mañana del viernes 24 no fue al campo, anduvo por la costa del río Uruguay e
incluso visitó una empresa de materiales de la construcción en la zona. Al mediodía fue
al campo y advirtió que la cosa había cambiado mucho con respecto al jueves.
Ahora había una custodia invulnerable, que lo dejó pasar después de identificarse, no
sin antes subrayarle que no anduviera haciendo preguntas. Menem llegó después del
mediodía, a las 13 o las 14, en el helicóptero de Yabrán. Una
máquina blanca, con panza naranja que tiene la hélice de atrás rara, como si estuviera
adentro de una caja, como si fuera un ventilador. Cuando ya estaba Menem me
recibió un custodio bajito, gordito, no muy pulido para hablar, con un celular en la
mano. Y lo autorizaron a ver algunos puntos claves del campo, para que
chequeara el trabajo, que hasta a hora no se sabe en qué consistía. En la
quinta, mientras estaba Menem, había unos 15 o 20 autos importados. El viernes a la
tarde se fue. Vino a reemplazarme un compañero que se quedó en la quinta mientras
estuvo Menem. El sábado 25 al mediodía Menem se fue, porque iba a la carrera de
motonáutica que largaba el domingo en Mar del Plata. Mi amigo lo tuvo que seguir. Yo no
sé a qué fue Menem con los amigos a la estancia de Yabrán. Por lo que me dijeron,
Yabrán usa ese campo para cazar con su gente. Nadie sabe a qué fue Menem, ni sé si esto
tiene o no que ver con el crimen de Cabezas. Pero sí creo importante que se sepa que
Menem y Yabrán estuvieron juntos esos días.
Por la referencia a Colonia Elía, es altamente probable que la quinta de
Yabrán fuera la estancia La María Luisa, una de las gemas de Yabito.
En el diario Clarín del domingo 26 de enero salió un pequeño recuadro en página 3
donde decía que Menem habló ayer del tema de la re-reelección durante una
conferencia de prensa que ofreció en la estancia Medalla Milagrosa propiedad de un
amigo suyo cerca de la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay. Allí dijo que
no piensa en un nuevo mandato. La noticia, publicada por varios diarios, confirma
que el Presidente estaba en la zona en esos días según declararon el misterioso
personaje y algunos vecinos del lugar. La María Luisa contiene un generoso
coto de caza adonde, según varios paisanos de Larroque que no osan decir su nombre, iba
el Presidente varias veces por año, con el inseparable Kohan. Otro aficionado a la caza
mayor. Después del 26 de enero y, más específicamente, a partir de que Yabrán
apareció involucrado en la causa Cabezas, aquellos encuentros gozosos en los campos del
Cartero pasaron a convertirse en secreto de Estado. Para el común de los mortales, claro,
no para Frank Holder, el oficial de inteligencia de la embajada norteamericana que seguía
las pisadas de Don Alfredo, convencido como Cavallo de que el tío
ese tenía atemorizado al propio Presidente y por lo tanto había que sacarlo del
juego y, si fuera posible, del territorio argentino.
En sus declaraciones a la policía y la Justicia, Don Alfredo omitiría por
supuesto la visita de Menem y su propia presencia en la estancia María
Luisa. Según sus dichos habría estado en Pinamar con su familia, entre el uno o
dos de enero y el 25, en que se trasladó con su esposa a Mar del Plata, donde estuvieron
alojados en el hotel Costa Galana. En la ocasión usó el nombre supuesto de Gustavo Aste,
para preservar la privacidad. Gustavo Aste, según aclaró Yabrán ante el
juez Macchi, era uno de sus empleados y se había encargado de hacer la reservación. No
lo dijo, claro, pero gente muy importante de la provincia sospechaba que tenía intereses
en ese hotel junto con el ya fallecido Diego Ibáñez. En Mar del Plata fueron al teatro y
a cenar, para festejar 29 años de matrimonio. El 26 regresaron a Pinamar en la misma
camioneta Cherokee blanca en que habían viajado desde Pinamar. Tanto a la ida como a la
vuelta había manejado el propio Yabrán. Y, según él, no habían llevado ningún
custodio. Su testimonio no invalida, de todos modos, el del extraño personaje que relató
la visita presidencial al coto de caza: pudo haber volado el 23 a la noche o el 24 durante
el día. Como lo hizo en tantas ocasiones desde el vecino aeropuerto de Villa Gesell. No
lo dijo en el juzgado, pero el 27 abandonó Pinamar, mientras su familia se quedaba una
semana más, aunque escondida en la casa de su cuñada Blanca, enfrente del chalet Narbay,
para eludir el asedio periodístico. Sin saber que serían observados desde la propia
intimidad por dos jóvenes e inesperados testigos, que luego brindarían un testimonio
desfavorable para el Cartero: César Gustavo Rojas y su concubina Zulma
Zuli Wiesner.
* Este texto es parte de la investigación que Bonasso viene realizando desde hace un año
para su nuevo libro, Don Alfredo, que aparecerá próximamente.
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