Por Horacio Cecchi Después del último asalto,
atemorizados pero también convencidos de que no obrarán milagros para evitarlos, un
grupo de vecinos de Gorriti y Mario Bravo, en el barrio de Palermo, decidieron organizarse
por su cuenta. No fue la primera respuesta vecinal espontánea al vacío de protección
oficial, pero el método que eligieron es absolutamente original: apelando al viejo
disuasivo de cuidado con el perro, colgaron un pasa calle sobre Gorriti en el
que claramente se lee la advertencia: Atención. Vecinos organizados contra asaltos
y robos.
Dos semanas atrás, un local de la cadena Antojos, ubicado sobre la esquina de Mario Bravo
y Gorriti, fue asaltado por una pareja de jóvenes. Aprovecharon que estaba sola.
Estaban armados y drogados -.dijo Cristina, su dueña, a Página/12-.. Me encerraron en el
baño y empezaron a llevarse todo. Fue a las 15.30, en pleno día y a la vista de
todos, agregó indignada. Un taxista que se encontraba en el barcito de la esquina,
cruzando Mario Bravo, vio la escena, buscó un arma y disparó atravesando los vidrios del
local. La mala puntería jugó a favor de los asaltantes. Y también del resto. La pareja
escapó por Gorriti hacia el norte, pero a tres cuadras, sobre Medrano, fueron detenidos
por la policía. Es el antecedente más directo, y el que desató la organización que,
según los propios vecinos, todavía está en pañales.
No es la primera vez que asaltan a los chicos de la esquina, aseguró Noemí,
dueña de una santería polirrubro de mitad de cuadra sobre Gorriti. Hará unos dos
meses que pusieron el local y ya les cayeron tres veces. Las dos últimas en nada más que
diez días. Noemí atiende su local con las persianas bajas. Yo estoy hace
tiempo en el barrio y ya me robaron como treinta veces, asegura. No es la única
cara del miedo. Cada una de las entrevistas realizadas por este diario en la esquina de
los vecinos disuasivos fue iniciada con una mirada de desconfianza, seguida de un pedido
de credencial, Por las dudas, ¿vio?, aclaró un vecino. Fotos no,
decidieron algunos y otros se apodaron con nombres de fantasía.
De todos modos, la evidencia más contundente de que está pasando algo es el pasacalle
que atraviesa Gorriti sobre la esquina de Mario Bravo. Después del asalto, hubo un
así no va más individual, pero generalizado. Fueron unos cuantos los que
pensaron que si no hay policía, algo hay que hacer: Emma Godoy, de la
peluquería; la asaltada Cristina; el matrimonio de la prepaga del primer piso; Marta
Ibarra, de la inmobiliaria; Marlene, del bar de la esquina; Noemí, de la santería. Y se
fueron agregando. La primera reunión se organizó inmediatamente después del asalto.
Marta imprimió pequeños volantes invocando la presencia de los vecinos.
Primero nos juntamos para ver qué podíamos hacer nosotros, dijo Marlene.
Para estar alertas, agregó Cristina. En aquella primera reunión quedó claro
que existía la inquietud pero no cómo debía resolverse: cada uno aportó ideas, algunas
desopilantes, otras impracticables. Llegaron a pensar en una camioneta que circulara por
la zona con un altoparlante anunciando la organización vecinal, o en un sistema de
alarmas interconectado entre los vecinos. Para que cuando pasa algo, los demás se
enteren y llamen a la policía, o hagan algo, explica Marlene. El dueño de la
prepaga de emergencias médicas ofreció las sirenas de las ambulancias para operar como
alarmas. Alguien propuso colocar un muñeco móvil (como el de los estacionamientos,
que tienen una banderita y mueven el brazo, explica Marlene) con una ametralladora
de plástico. Fue un chiste que se le cruzó a uno de nosotros en ese momento,
ríe Marta. Pero lo cierto, y como suele ocurrir, del delirio nació la idea original:
¿Y si colgamos un pasacalle?, preguntó Emma en la reunión.
Lo pusimos para que el barrio tome conciencia -.explica la autora-.. No queremos que
nos roben. Yo creo que la solución le corresponde al Estado, pero como no está, lo
tenemos que resolver nosotros. Lo colgamos el martes pasado a la noche. Pensé que lo iban
a sacar enseguida porque no sé siestá permitido. Gracias a Dios duró bastante.
Además del aspecto comunicacional del pasacalle, de tejer lazos entre los vecinos
-.ya vienen a preguntarnos los que viven a tres cuadras a la redonda, afirma
Cristina.-, la ocurrencia cumple una función disuasiva. Las organizadoras están
absolutamente convencidas de ello. Así lo piensan dos veces, antes de intentar
nada, comenta Cristina, con un gesto de aprobación de Marlene. Que sepan que
acá estamos organizados, que estamos preparados para cuando se repita. A lo mejor, de esa
forma, lo piensan y se van para otro lado. Es un escollo más, dice
Marta, pero no es lo único. Hay que seguir organizándose.
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