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En Palermo, a falta de policías hay pasacalles

Los vecinos empezaron a organizarse contra  los asaltos. Y lo primero fue instalar un   pasacalle de advertencia a los ladrones.

Alarmas: Los vecinos proyectan un sistema de alarmas interconectado “para que cuando pasa algo, los demás se enteren y llamen a la policía, o hagan algo”.

Marlene, Marta y Cristina, pioneras para organizar el barrio.
“Si no hay policía, algo hay que hacer”, es el argumento.

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) Después del último asalto, atemorizados pero también convencidos de que no obrarán milagros para evitarlos, un grupo de vecinos de Gorriti y Mario Bravo, en el barrio de Palermo, decidieron organizarse por su cuenta. No fue la primera respuesta vecinal espontánea al vacío de protección oficial, pero el método que eligieron es absolutamente original: apelando al viejo disuasivo de “cuidado con el perro”, colgaron un pasa calle sobre Gorriti en el que claramente se lee la advertencia: “Atención. Vecinos organizados contra asaltos y robos”.
Dos semanas atrás, un local de la cadena Antojos, ubicado sobre la esquina de Mario Bravo y Gorriti, fue asaltado por una pareja de jóvenes. “Aprovecharon que estaba sola. Estaban armados y drogados -.dijo Cristina, su dueña, a Página/12-.. Me encerraron en el baño y empezaron a llevarse todo. Fue a las 15.30, en pleno día y a la vista de todos”, agregó indignada. Un taxista que se encontraba en el barcito de la esquina, cruzando Mario Bravo, vio la escena, buscó un arma y disparó atravesando los vidrios del local. La mala puntería jugó a favor de los asaltantes. Y también del resto. La pareja escapó por Gorriti hacia el norte, pero a tres cuadras, sobre Medrano, fueron detenidos por la policía. Es el antecedente más directo, y el que desató la organización que, según los propios vecinos, “todavía está en pañales”.
“No es la primera vez que asaltan a los chicos de la esquina”, aseguró Noemí, dueña de una santería polirrubro de mitad de cuadra sobre Gorriti. “Hará unos dos meses que pusieron el local y ya les cayeron tres veces. Las dos últimas en nada más que diez días”. Noemí atiende su local con las persianas bajas. “Yo estoy hace tiempo en el barrio y ya me robaron como treinta veces”, asegura. No es la única cara del miedo. Cada una de las entrevistas realizadas por este diario en la esquina de los vecinos disuasivos fue iniciada con una mirada de desconfianza, seguida de un pedido de credencial, “Por las dudas, ¿vio?”, aclaró un vecino. “Fotos no”, decidieron algunos y otros se apodaron con nombres de fantasía.
De todos modos, la evidencia más contundente de que está pasando algo es el pasacalle que atraviesa Gorriti sobre la esquina de Mario Bravo. Después del asalto, hubo un “así no va más” individual, pero generalizado. Fueron unos cuantos los que pensaron que “si no hay policía, algo hay que hacer”: Emma Godoy, de la peluquería; la asaltada Cristina; el matrimonio de la prepaga del primer piso; Marta Ibarra, de la inmobiliaria; Marlene, del bar de la esquina; Noemí, de la santería. Y se fueron agregando. La primera reunión se organizó inmediatamente después del asalto. Marta imprimió pequeños volantes invocando la presencia de los vecinos.
“Primero nos juntamos para ver qué podíamos hacer nosotros”, dijo Marlene. “Para estar alertas”, agregó Cristina. En aquella primera reunión quedó claro que existía la inquietud pero no cómo debía resolverse: cada uno aportó ideas, algunas desopilantes, otras impracticables. Llegaron a pensar en una camioneta que circulara por la zona con un altoparlante anunciando la organización vecinal, o en un sistema de alarmas interconectado entre los vecinos. “Para que cuando pasa algo, los demás se enteren y llamen a la policía, o hagan algo”, explica Marlene. El dueño de la prepaga de emergencias médicas ofreció las sirenas de las ambulancias para operar como alarmas. Alguien propuso colocar un muñeco móvil (“como el de los estacionamientos, que tienen una banderita y mueven el brazo”, explica Marlene) con una ametralladora de plástico. “Fue un chiste que se le cruzó a uno de nosotros en ese momento”, ríe Marta. Pero lo cierto, y como suele ocurrir, del delirio nació la idea original: “¿Y si colgamos un pasacalle?”, preguntó Emma en la reunión.
“Lo pusimos para que el barrio tome conciencia -.explica la autora-.. No queremos que nos roben. Yo creo que la solución le corresponde al Estado, pero como no está, lo tenemos que resolver nosotros. Lo colgamos el martes pasado a la noche. Pensé que lo iban a sacar enseguida porque no sé siestá permitido. Gracias a Dios duró bastante.” Además del aspecto comunicacional del pasacalle, de tejer lazos entre los vecinos -.”ya vienen a preguntarnos los que viven a tres cuadras a la redonda”, afirma Cristina.-, la ocurrencia cumple una función disuasiva. Las organizadoras están absolutamente convencidas de ello. “Así lo piensan dos veces, antes de intentar nada”, comenta Cristina, con un gesto de aprobación de Marlene. “Que sepan que acá estamos organizados, que estamos preparados para cuando se repita. A lo mejor, de esa forma, lo piensan y se van para otro lado”. “Es un escollo más”, dice Marta, “pero no es lo único. Hay que seguir organizándose”.

 

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