Por Pablo Plotkin En la terraza vidriada de un
hotel porteño dos mujeres en bikini leen en sus reposeras, cuando afuera la temperatura
no supera los 8 grados. En el medio hay una pileta climatizada, y sólo falta que aparezca
Sean Connery vestido de smoking para completar la escena à la James Bond. Pero la figura
frágil de Pedro Guerra no se parece en nada a la del escocés. El cantautor canario, una
especie de Fito Páez en tren psicobolche y sin peluquero personal, está por cuarta vez
de visita en la Argentina con su tercer disco, Raíz, y seguramente estará de regreso con
su guitarra en la segunda mitad de julio, para presentar el álbum en La Trastienda.
Nacido en 1966 en Güímar, un pueblo al sur de Tenerife, Guerra empezó su carrera
integrando el grupo El Taller Canario. Tras grabar cuatro discos con ellos, publicó su
debut solista, Golosinas. Entonces vendió 40 mil copias y esa popularidad llevó a
convertirlo en la punta de lanza de una nueva generación de cantautores españoles, un
oficio que no había vuelto a tener buena prensa después de la camada de Joan Manuel
Serrat, Patxi Andión, Luis Aute y Víctor Manuel (un padrino artístico de Pedro, que
sugirió a su mujer Ana Belén que grabara el súper hit Contamíname). Con
sus melodías sencillas, su poesía cotidiana de canario sensible, y con ritmos que van
más allá de los productos pasteurizados para adolescentes, se ganó un infrecuente
respeto en la escena musical de habla hispana. Aunque él, en entrevista con Página/12,
diga no saber exactamente dónde está.
¿Cómo llega a este tercer disco, ahora que en España lo conocen todos?
Uno intenta que sea como un primero o un segundo, no darle una trascendencia mayor a
la que tiene. Cada nuevo disco es un disco que hay que hacer y uno intenta hacerlo con
toda la libertad y con toda la entrega. Lo digo porque no es fácil ese proceso, nunca es
igual. Y en medida que uno empieza a entrar en la onda de que vende discos, hace
conciertos, la gente va a verte... es difícil mantenerse al margen de eso. Pero eso es lo
que intento.
¿Y cómo influye eso al momento de escribir canciones?
A la hora de componer, me influye muy poco. Influye más en la vida cotidiana. En
Madrid mucha gente me reconoce por la calle y hay ciertas cosas que pueden presionar:
sentir que se pierde la intimidad, que la gente espera algo de uno. Cuando llegué con mi
primer disco nadie esperaba nada, pero ahora la gente se hace una idea de lo que le
gustaría que fuera el próximo paso. Pero creo que lo mejor es no darle muchas vueltas a
eso, y seguir haciendo lo que uno quiere.
¿Le resultó difícil encontrar un lugar en la escena musical española?
Sí. Que yo era un cantautor estaba claro, lo difícil es posicionarse en la música
en general. Si eres un cantautor parece que se cierran determinadas puertas, si eres un
cantante pop se te abren otras, si eres uno de rock te entrevistan en determinadas
revistas, pero si eres un cantante de fans adolescentes... está todo muy estructurado. Y
en medio de esta estructuración, yo, que hago canciones, con algún guiño rockero o pop.
Como todo el mundo en la vida, no sé exactamente dónde estoy parado. Lo que me interesa
es la canción, y luego, a la hora de arreglarla, busco volcar todas mis influencias.
¿Y cuáles son sus influencias ahora?
Muchas, porque escucho todo tipo de música. Y el resultado final no es ni rock, ni
pop, ni jazz, hay cosas de aquí y de allá. Y el panorama musical por un lado está cada
vez más fusionado y por otro más estructurado. Yo creo que con el tiempo eso
desaparecerá: la música es música. Sobre todo porque el rock hoy toma cosas de muchos
sitios.
¿Escucha rock?
No mucho, pero algo sí. Escuché mucho rock argentino en una época: Spinetta, Fito
Páez, Charly García. Llegué a ellos a través de argentinosque vivían en España y me
pasaron cintas. Ahora escucho mucha música africana. Es un universo nuevo para mí: cosas
de Mali, Senegal, Argelia. He estado también escuchando en este tiempo música italiana,
que no conocía mucho: Giovanotti, Pino Daniele. Hoy estuve escuchando el disco de una
cantante, Natacha Atlas, que canta sobre bases de música electrónica, medio hip hop, y a
la vez tiene una cosa hindú. Me interesan esas mezclas.
¿Y cómo maneja eso en los discos?
Dejándolo salir, sin mucho prejuicio. Tengo un tema que se llama Otra forma
de sentir, que empezó siendo un candombe por todo lo que me había gustado en
Uruguay la música de Jaime Roos, Rubén Rada. Pero finalmente la canción termina con un
coro que puede recordar al Graceland de Paul Simon. O Daniela, que
tiene una onda medio Cabo Verde, y el final es completamente brasileño. Me gusta
intercalar, meter tablas hindúes en un bolero. Me gusta cuando la música sorprende. Y me
interesa la música que busca algo basado en algún tipo de música tradicional, con más
raíz.
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