Por Guillermo Piro Los crímenes de Milosevic no
consiguieron todavía persuadir a Peter Handke de que está del lado equivocado.
Felizmente para él no existe todavía un Nuremberg de la literatura, ya que sin duda
sería condenado. No sólo por sus ideas desprejuiciadamente contracorriente, abiertamente
escandalosas, políticamente incorrectas, sino también por agravio a la corte, en el caso
de que ésta estuviera formada por críticos literarios y periodistas culturales, la
mayoría de los cuales acepta de buen grado que los escritores estén contra la corriente,
siempre y cuando no exageren.
Pero Peter Handke, con su postura sobre la situación en los Balcanes y el estreno, el
miércoles, de una obra teatral que defiende a Milosevic, exageró. Y no es la primera
vez. Nacido en Griffen, Austria, en 1942, publicó su primer libro, Bienvenida al consejo
de administración, en 1963. Escribió obras de teatro como Insultos al público y El
pupilo quiere ser tutor. En 1966 publicó su primera novela, Los avispones, a la que
siguieron El temor del arquero ante el tiro penal, Carta abierta para un largo adiós y La
mujer zurda, entre muchas otras. Colaboró con el director de cine Wim Wenders escribiendo
los diálogos de Las alas del deseo y Tan lejos, tan cerca. En 1996 publicó Un viaje de
invierno por los ríos Danubio, Save, Morava y Drima y Justicia para Serbia, generando una
polémica espectacular en el ámbito intelectual europeo.
En ese libro Handke libra de culpa y cargo a los serbios por el inicio de la guerra de los
Balcanes, pone en duda la veracidad de las matanzas e insulta a los corresponsales de
guerra que vivían en Sarajevo convencido de que manipulan la información, publicando
textos y fotografías que sólo mostraban el sufrimiento de los bosnios y los croatas. A
ese libro siguió Apéndice de verano a un viaje de invierno, en el cual relata otro viaje
a Bosnia y vuelve a intentar hacer justicia al pueblo serbio, al que considera, si no
inocente de la guerra de los Balcanes, injustamente tratado por la prensa internacional.
Desde entonces no ha dejado de llamar a los periodistas y reporteros gráficos banda
de imbéciles, siervos de la OTAN y escuálidos desequilibrados
ávidos de poder.
Este año Handke fue dos veces a Serbia: la primera vez a fines de marzo, poco después
del comienzo de los bombardeos: estuvo cuatro días en Belgrado viendo los fuegos
artificiales de los ataques nocturnos. La segunda vez a fines de abril, cuando pasó seis
días viajando entre Belgrado y Kragujevac, la ciudad donde surgía la más importante
industria automovilística serbia.
Nadie se sorprende entonces si la prensa alemana y austríaca, pero también la francesa,
la italiana y la española, se desata cada tanto contra este escritor. Todos se han vuelto
a calzar los guantes con la aparición en Alemania de su nuevo libro, una obra teatral
titulada Viaje en canoa o el drama del film sobre la guerra, publicado por Suhrkamp Verlag
en mayo. Allí narra la historia de dos directores de cine, que en el comedor de un hotel
perdido en el corazón de los Balcanes tratan de realizar un film sobre la guerra
la última, por ahora, diez años después de las matanzas. Los
dos escuchan testimonios de todo tipo y especie el de un historiador, un cronista,
un guía turístico, un hombre que vive en el bosque, un detenido, un griego, en
base a los cuales pretende construir la historia. Cada uno de ellos evoca su guerra.
Cuenta el cronista: Yo maté. Fui yo quien cubrió con cemento a una madre y a su
hijo, que todavía estaban vivos. Dice el guía turístico: Me acuerdo cuando
vivíamos bien aquí, todos amigos, y juntos festejábamos matrimonios sin importar a qué
grupo étnico pertenecían. Dice el historiador: ¿Qué dice?, ese asunto de
pluralismo étnico feliz es una estupidez para los turistas que llegan de las capitales de
Occidente. Aquí nos odiábamos entre vecinos.
Con una voz que parece tener alguna reminiscencia con la del propio Handke, el griego se
la toma con las hienas de la ayuda humanitaria y con los dictadores de
la actualidad, eufemismo con el que el propio Handke designó alguna vez a los
periodistas. Finalmente, los dos directores, confundidos por los testimonios discordantes,
por los demasiados modos en que son narrados los mismos hechos, renuncian al proyecto del
film sobre la guerra. Esta historia es todavía demasiado reciente para poder ser
contada, dice sabiamente uno al otro.
El miércoles, en el estreno de la obra en el Burgtheater de Viena, había una gran
expectativa, no sólo porque hasta el último momento Handke amenazaba con retirar su obra
si la prensa seguía atacándolo, sino porque databan de pocos días algunas
consideraciones suyas sobre algunos gobiernos europeos el alemán
especialmente empeñados en seguir los bombardeos. Estos criminales
dijo son hippies fracasados; forman parte de la generación que cantaba
Hagan el amor, no la guerra. Para concluir diciendo: Los
antiserbios son tan insoportables para mí como los antisemitas en su peor época.
Los asistentes al estreno de la obra aplaudieron de pie. No así los críticos: según el
diario Die Zeit, la obra es una mezcla de antimoral posmoderna y misticismo
reaccionario. Para el Frankfurter Rundschau se trata de una manipulación de
la realidad, un escándalo moral, estético y teatral en vistas de la tragedia en los
Balcanes. Más moderada, la revista Theater Heute admitió que, a pesar de todo,
ésta es la única pieza que refleja en el teatro la tragedia de los Balcanes.
De cualquier forma, no faltan aquellos que ven en Handke al poeta capaz de entrar en
contacto con la esencia del dilema, que dejando de lado las cuestiones retóricas con las
que siembra su furioso discurso se anticipa a la tragedia, viendo aquello que el que no es
poeta no consigue ver. Después de dos meses de guerra, con demasiadas bombas que cayeron
sobre objetivos equivocados y con la perspectiva de un país reducido a la miseria por, al
menos, cien años más, cuando el resultado de la intervención de la OTAN es sin ninguna
duda negativo, la tesis que Bismarck formulaba hace poco más de cien años
Dejen que en los Balcanes se masacren los unos a los otros parece
la más acertada: la situación es peor que si nunca nadie hubiese intervenido. Y en eso
Handke parece tener razón.
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