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Por juan sasturain y juan jose panno El aire Boca entró con aire de entrecasa: la cancha era un living, el festejo del cumpleaños de los pibes en el jardín con todos los padres presentes. El mensaje era tan light como un aire de familia después del cabaret y un Boca Padre sano y responsable. Después, lo habitual, Boca ayer estuvo lleno de aire. El equipo siempre cuenta con el que le insufla su hinchada que hincha e hincha (sopla, sopla), manda aire más o menos puro o enrarecido, como una especie de ventilador colocado tras sus velas para que vaya adelante. Pero ayer la hinchada no necesitó hinchar en ese sentido empujar al equipo porque no había ido sino a confirmar lo hecho, a celebrar. Entonces la hinchada sin objeto: la mera celebración no alcanza, dejó de hinchar pero no de hincharse, no soltó el aire y se tensó hasta reventar. Pareció que, obtenida la victoria, logrado el objetivo, no había porqué ni contra qué. Entonces la tensión se volvió contra los hinchadores y el único fervor de la nochecita helada estuvo en la segunda bandeja de la popular bostera: pegarse y pegarse y volverse a pegar. Un asco. Ese aire tóxico rimó con el estruendo de las bombas y fuegos de artificio: la dirección (la empresa) tiene el monopolio pirotécnico del festejo y es dueña de reventar el aire de la Boca a la hora señalada. Pero la cancha de Boca estuvo llena ayer, también, de aire envasado: globitos y más globitos, un muñeco inflable para hacerse la fiesta un forzudo escudito con cabeza de estrella y músculos ostentosos y ondulantes y, sobre todo, la gran Copa. El plantel levantó antes de empezar el partido una horrible y opaca Copa de Aire, casi un espejismo, un simulacro devaluado de cualquier tipo de trofeo. Si toda gloria (y el recuerdo de la gloria) son efímeros y hasta las piedras de las pirámides se desgastan, no se sabe si una Copa de Aire es una burla superadora de cualquier pretensión de vanidad o el síntoma de un tiempo en que lo que dura no sirve porque no se puede reemplazar. Tampoco se puede reemplazar el hincha que exhaló sus últimos suspiro a los 81 años y en plena tribuna celebrando el gol de Riquelme. Aire familiar, aire insuflado, diversas formas de hinchar y de hincharse y un aliento final. La tierra La tierra de la cancha de Boca está a flor de piel, a flor de piso. Piso e tierra que dejaron los recitales de zapateo, las aradas de marcadores desaprensivos. Cuando Boca descendió del limbo bicampeón en el que flotaba y tocó tierra para jugar con Lanús (aterrizó de su sueño de Copa de Aire) puso los dos pies bien firmes y se dispuso a jugar un partido absolutamente terrenal, por no decir groseramente vulgar. Y así salió, increíblemente, pese a los cuatro goles: aburrido, sin tensión ni entusiasmo en las tribunas, con larguísimos períodos de forcejeo en que se prestaron la pelota. Boca, sin necesidad de volar y Lanús sin posibilidades de levantar vuelo jugaron a nivel del piso pero no a ras del suelo: ojalá. En general la pelota anduvo mucho por arriba, sólo rodó por tierra en la zona media más o menos intrascendente en los pies del Chino Pereda, tuvo sus momentos de goce y paraíso terrenal cuando Riquelme le puso el pie encima, amagó enterrarla. El Diez resucitó desenterró, en realidad durante todo el campeonato y en el partido de ayer en particular, una jugada que es más que eso, para convertirse en una actitud: la pisada. Riquelme pisa la pelota y al hacerlo refunda el juego, lo pone en el momento previo al movimiento. En el sentido avícola del gesto, la pisada es una forma de posesión: el que (la) pisa es el dueño. Porque la pisada es anterior al juego, es el gesto primordial de detener la pelota para indicar que se empieza de nuevo y bajo otras reglas. Y las reglas de Riquelme son otras de las habituales: la pelota es la que debe correr (deslizarse) y volar (en parábola) con destino cierto y prefijado; el tiempo futbolero está hecho de discontinuos segmentos que alternan velocidad y pausa, arranque y freno; lasdimensiones del fútbol no asocian la distancia menor (al gol, por ejemplo) con la línea recta ni la velocidad del juego con la rapidez de desplazamientos: Riquelme es un mediador (no un intermediador parasitario) un canal de fútbol. Entierra la pelota al pisarla, y la desentierra con la naturalidad que parece crecer del piso. El fuego Se quema, se quema, se quema y se quemó/ a River se le queman las ganas de campeón. Fuego para incinerar a los hinchas de River en cada cargada; fuego para calentar en la cancha llena un título de campeón que se fue cocinando a fuego lento; fuegos artificiales de poco gracia al final; fuego de verdad en el festejo de los goles, especialmente el de Riquelme. Hagan fuego, señores... A los seis minutos, el fogonero Cagna robó una pelota en tres cuartos de cancha y la descargó sobre Riquelme, que devolvió de primera. Cagna lo buscó a Palermo y el grandote, también a un toque, jugó para Riquelme en la media luna. Y entonces Riquelme, que tiene el fuego sagrado de los cracks, se sacó de encima a Barrionuevo y casi sin calentarse, desde el punto del penal, lo midió a Elizaga y lanzó la pelota al fondo del arco como quien arroja una ramita a las brasas. Golazo. De los mejores de Boca en el campeonato, convertido por el mejor jugador del equipo. A esa joya se le sumó al ratito un cabezazo de Bermúdez, tras un ollazo, que dejó al arquero de Lanús dando vueltas como un pollito al spiedo. Por entonces nadie que imaginara un baile y una goleada inolvidables podía presumir de adivino. Era casi obvio que Boca iba a hacer leña del Lanús caído. Pero, la luz de un fósforo fue. Lanús levantó un poquito de temperatura; Fernández metió un cabezazo en el travesaño; Vilallonga descontó con otro cabezazo y a partir de ahí el partido entró en el freezer, envuelto en papel de plomo. Palermo, que no es de los que salen a la cancha con balas de fogueo, y que juega su propia interna con Calderón en la tabla de goleadores, empezó a apuntar: 1) pum, cabezazo en el travesaño; 2) pum, gol de penal por mano de Ciglic, que Elizaga casi ataja; 3) pum, zurdazo al lado de un palo; 4) pum, remate atajado muy bien por el arquero. Y sobre la hora, en vez de pum, mágico clic en un toque a Barhijo que con el arco vacío cerró la cuenta. Después, con el partido en cenizas y las tribunas en llamas llegaron las sobrias cañitas voladoras, pomposamente anunciadas como fuegos de artificio, que no alcanzaron la altura de la nueve estrella azul y oro. El agua Hacía falta tanta agua de los bomberos para apagar el infierno de piñas, patadas voladoras, cuerpos voladores y sensatez pisoteada, que se desató en la bandeja del medio del arco de Casa Amarilla, mientras se jugaba el segundo tiempo. En la noche de los campeones, los émulos de Guevara y Garmendia arrancaron convirtiendo en ring algunos rincones de la popular. En el primer bloque los boxeadores eran uno o dos o tres contra uno, después tres contra tres... y luego, a medida que crecía la obrita del terror, llegaron a ser decenas los involucrados en una absurda pelea por espacios de poder en la barra brava boquense. Una locura. En los palcos, parado bajo una de las torres de iluminación, un bombero recibió la orden: ¡manguera! y, sin decir agua va, el tipo apuntó a los del primer piso y el chorro helado empapó, sobre todo, a los que estaban en la planta baja y no sabían de qué se trataba. La primera reacción llegó con cantos de indignación: Bombero/ hijos de puta.... La segunda fue de ingenioso oportunismo: Esa lluvia de mierda no quiere parar/ esa lluvia de mierda no quiere parar/ es de River, que no deja de llorar. Los exaltados de arriba siguieron a las piñas y los neoexaltados de abajo empezaron a tironear el tejido que los separaba de la cancha. Los bomberos ubicados detrás del arco, desbordados, provocaron nuevos diluvios, apuntando directamente a los que se colgaban del alambrado. Y como las olas de la indignación de la gente crecía, pidieron refuerzos y entraron en la escena, por un costado de la popular, los roperos de laGuardia de Infantería con sus enormes machetes. Repartieron un par de palazos y despejaron la zona hasta que renació la calma. En realidad, la paz se hizo cuando el árbitro dio por terminado el partido. Pero ya por entonces la fiesta se había evaporado. Todavia no se sabe ni cuantos ni quienes se iran Por Facundo Martínez
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