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Por Marta Dillon Un mapa de la provincia de Corrientes, un guardapolvo blanco, chipá y yerba mate se acomodaron en el altar improvisado con dos caballetes y un tablón sobre el que más tarde se comería guiso carrero. "Señor, recibe nuestras ofrendas, son el símbolo de la lucha de nuestro pueblo que te pide fuerzas para sostener su dignidad", dijo el sacerdote y la plaza del "aguante", como en un grito, hizo llegar sus aplausos al cielo. La misa que concelebraron tres curas, el mediodía del domingo, selló el silencio en el que se sumergió la ciudad completa. Sólo una voz se escuchaba, una que reunía la garganta temblorosa de las casi tres mil personas que cantaron juntas las alabanzas a un Dios en el que pueblo correntino cree y confía. La devoción los mantiene unidos, por ella se reconocen los autoconvocados y se ponen a salvo de lo que más temen: que su reclamo sea captado por cualquier signo político que traicione este despertar de una sociedad que no confía en ningún dirigente. El saludo de la paz de esta misa celebrada a la intemperie quebró el ánimo de la gente que resiste el letargo del fin de semana inventando nuevas consignas que den calor a la protesta. Los abrazos se hicieron eternos, cada palmada venía acompañada de una misma palabra: fuerza. Pero eso no es lo que falta. Aunque los dos diarios oficialistas --Epoca y El Expreso-- hayan acusado a la oposición de bloquear a la Iglesia cuando se retiraron de las conversaciones con el arzobispo Antonio Castagna, la comunidad católica hizo la misa como un gesto a los manifestantes. La promesa del gobernador de anunciar hoy un cronograma de pagos no alcanza a poner un paño frío sobre el ánimo de la gente (ver aparte). Ni tampoco que los cuadros medios y de mayor jerarquía de la policía provincial hayan cobrado los sueldos de abril y parte de mayo, porque en la carpa "la familia policial" mantiene el bastión. Todavía se siguen armando carpas en la Plaza 25 de Mayo. Ayer fue la Unión de Taxistas Correntinos la que sumó su toldo y su pancarta. Y se espera también a los trabajadores rurales y aquellos indigentes que el país vio por televisión cuando la inundación se llevó todo, aunque nunca tuvieron mucho. La vida social de la provincia hoy tiene el signo de la toma de conciencia. En todos lados se escucha la referencia a Catamarca, "pero acá es peor, peor que en Paraguay", insisten los maestros que siguiendo su vocación instalaron grandes carteleras con explicaciones didácticas sobre cómo se disparó el gasto público en los últimos seis años: de 400 millones que debía la provincia en 1993 se llegó a una deuda que actualmente alcanza los 1400 millones. Una carga que los empleados públicos sienten en su bolsillo con el atraso de casi tres meses en el cobro de sus haberes y la pérdida de todas las obras sociales. Ser atendido en un servicio de salud implica un desembolso de por lo menos cinco pesos, "pero a veces es preferible un remedio casero o traer a los chicos a la carpa de los trabajadores de sanidad", dice una de las tutoras autoconvocadas. Y a su alrededor la gente asiente, se saluda con dos besos como es costumbre y pasan el domingo en el único sitio de esta ciudad desierta en el que el calor de la gente devuelve la vida al pulso ciudadano. Ayer ya no hubo legisladores intentando sumar simpatías, sólo mate y chipá cuerito puesto en común para darse ánimo y "aguantar" hasta que la semana empiece y se abra la legislatura, esa puerta que se ve desde la plaza custodiada por ochenta gendarmes que, a pesar de los aplausos que recibieron el viernes, miran con desconfianza a la gente que cada tanto levanta sus banderas argentinas y canta: "Este pueblo no cambia de idea, pelea, pelea por su dignidad". A pesar del frío, que no es habitual en esta zona, unas cinco mil personas participaron de una lenta marcha que partió desde la Plaza 25 de Mayo, donde están instaladas las carpas, frente a la Gobernación y a la Legislatura y llegó por la calle Salta hasta la Costanera, para luego regresar al paseo público, el centro neurálgico de toda la provincia.
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