Por Julio Nudler |
Ahora sabemos (o confirmamos) tres cosas de la economía argentina actual: 1) es una fábrica de desigualdad, y por tanto de pobreza; 2) ajusta por nivel de ocupación, oscilando en tasas muy altas de desempleo; 3) agrega menos valor de lo que se creía, por lo que hubo que recalcular el PBI (ahora PIB) a la baja. Los dos primeros rasgos son noticia y tema recurrente (con sus tópicos conexos, como la inseguridad o la ola de protestas). El último queda más reservado a los economistas, pero es tan revelador como los otros: muestra, en definitiva, una economía que, en nombre de la competitividad, se torna menos productiva. Siendo aquello de lo que todos vivimos el valor agregado (de éste sale la retribución a los factores de producción, y por tanto el salario), no nos puede resultar indiferente cuál sea el verdadero tamaño de la torta. Si de encontrar culpables se trata, sospechoso número uno es el modelo (aunque sin sobreseer por ello a sus protagonistas: gobernantes, funcionarios, empresarios, ahorristas/inversores y pueblo en general). Entre los diversos esquemas que hoy compiten en el mundo próspero, representando variantes de capitalismo de mercado, la Argentina adoptó la disyuntiva estadounidense, pero sin incluir la sintonía fina monetaria y fiscal que es una pieza clave de la política económica norteamericana. De todas formas, aunque la economía de Estados Unidos atraviesa una racha clamorosa, la sigue como una sombra esa profunda inequidad que provocan como contrapartida la flexibilidad laboral y la baja calidad de los bienes sociales. Si aun el éxito de este esquema no ayuda a reducir la desigualdad sino que se alimenta de ella, sería absurdo esperar que su fracaso la atenuara. Quizá sea cuestionable hablar tan drásticamente de fracaso en relación con el modelo ejecutado en este país meridional durante esta década. El pesimismo puede deberse en parte a la mala coyuntura internacional, al extravío político preelectoral, a la parálisis de las iniciativas y a la mala calidad de la gestión pública. Pero va a ser difícil que con un modelo intrínsecamente regresivo, la Argentina se reinvente más igualitaria, aun suponiendo que se lo pueda aplicar con mayor éxito. Estaría bueno preguntarse si conservar la convertibilidad equivale a conservar todas las características asociadas durante estos años con esta política económica. Es decir, si todo lo demás es apenas la consecuencia lógica de la convertibilidad, o si ésta es reformable desde dentro, sin necesidad de demolerla. ¿Convertibilidad es necesariamente pérdida de valor agregado y desigualdad? ¿Quién conoce la respuesta?
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