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“No soy el músico perfecto yo soplo con el corazón”

Roberto “Fats” Fernández, ciudadano de la Boca, es uno de los músicos argentinos de jazz más prestigiosos y queridos. Lleva casi medio siglo tocando la trompeta, y no cree que los géneros tengan barreras. Tampoco en la perfección técnica.

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t.gif (862 bytes)  ”Yo estaba tocando en Jamaica, un boliche muy importante de la década del 60. Un día me llama el Gato Barbieri a su mesa y me propone integrar su quinteto. Yo le digo ‘pero cómo, si tu hermano Rubén toca la trompeta fenómeno’. Y él me dijo que me quería a mí porque yo tenía mucho feeling. Me acuerdo que le pregunté a Baby (López Fürst): ‘Che, el ñato este dice que yo tengo mucho feeling, ¿qué es eso?’. Y ahí me enteré de que feeling quiere decir sentimiento.” Al trompetista Roberto “Fats” Fernández le gusta repetir anécdotas como ésta, que describen la forma en que se ganó un lugar destacado en la historia del jazz local. Este ciudadano de la Boca –nacido y criado, aclara– de 62 años, toca la trompeta desde los seis años. Empezó “en la bandita de exploradores del Colegio Don Bosco, en la esquina de mi casa. A los catorce empecé a ganar mis primeras monedas gracias al instrumento. Así que calculá, tengo cuarenta y ocho años de profesión”.
El currículum de Fats incluye haber formado parte del quinteto del Gato Barbieri, haber ocupado el lugar de “el trompetista latino” de la Georgians Jazz Band, haber acompañado a Ray Charles tocado junto a leyendas de la talla de Dizzy Gillespie, Chick Corea, Paquito de Rivera, Arturo Sandoval, Brandford y Winton Marsalis. Y sobre todo una sensación generalizada de respeto, más allá de rubros y generaciones. Actualmente, dejó de lado por un tiempo su quinteto (lo explica así: “Quiero que la gente que me acompaña esté bien paga, si esto no es posible, mejor no toco”). Los sábados está concretando un espectáculo en la librería y bar Clásica y Moderna junto al pianista Andrés Beeuwsaert. No sólo es Fats, por razones de peso: Dizzie Gillespie lo apodó “Golden sound” (Sonido de oro) y Freddie Hubbard “Mr. Chops” (señor labios). Cuando sale a hacer fotos para la nota, en plena avenida Almirante Brown, en el corazón del barrio de la Boca, cierra los ojos e improvisa un largo solo de “Whispering”. Detrás están las grúas del puerto y el colectivo 152, y el apodo que alguna vez le impuso Astor Piazzolla aparece como el más acertado: “El Troilo de la trompeta”.
–En su repertorio se alternan tangos, temas de compositores argentinos, clásicos de jazz y algunos originales. ¿Cómo definiría su estilo?
–Hay elementos que se van incorporando a lo largo de la vida, es algo inevitable. En un momento, tocaba con los Georgians en los clubes, y en los bailes alternábamos con Pichuco, con D’Arienzo, con Angel D’Agostino, con Osvaldo Fresedo... Era la época de típica y jazz. Todo eso va quedando, de alguna manera, como una sensibilidad, una manera de frasear, de sentir el sonido. Yo soy un músico de esta ciudad, toco tango desde chico y el tango forma parte de mi vida. No veo por qué no pueda incorporarse al jazz el repertorio de la música popular argentina
–¿Eso se discute entre músicos?
–Hay colegas míos que opinan que el jazz siempre fue de elites, en la Argentina. Yo creo que, por el contrario, ayudó a que la música popular tuviera más libertad, porque a partir del jazz es posible improvisar sobre la música brasileña, sobre el tango, y hasta sobre la música clásica, por qué no. Creo que soy un músico versátil, he ido ampliando mi repertorio a través de una búsqueda personal.
–¿En qué consiste esa búsqueda?
–Siempre busqué tener mi sonido y mi expresión. Por eso los colegas de acá y de afuera me valoran mucho. Porque saben que soy un cacho de barrio, no toco a la manera de.... Puedo tener a lo mejor alguna frase de algún tipo, claro que la voy a tener. Si he escuchado tanta música en mi vida... Tengo toda la música en mis oídos. Pero no es una cosa que haga ex profeso. Yo voy a la noche y toco. Escucho a Andrés (Beeuwsaert) cómo toca en el piano y toco arriba de eso. Que es lo que hago cuando toco en casa. Pongo un disco y toco. Y si el tema es complicado lo pongo una vez más, hasta que ya tengo todo en el oído. Antes de venir para acá, por ejemplo, estaba tocando arriba de Clifford Brown. Total, si desafino, no se puedeenojar porque está muerto. Bah, si estuviera vivo no creo que se enojara tampoco, ¿vos qué opinás?
–Usted sabe bien quién es y qué lugar ocupa. ¿Alguna vez lo han acusado de fanfarrón?
–Yo no tengo falsa humildad. Siempre fui medio fanfarrón, pero siempre fui igual, no cambié. Como tampoco cambió el compromiso que tengo con lo que hago. Por algo sigo dando clases, haciendo cosas nuevas y estudiando metódicamente, todos los días, a pesar de que este medio no ofrece todas las oportunidades que uno quisiera.
–¿Cuánto tiempo estudia por día?
–Todo lo que puedo. Toco en mi departamento, y los vecinos ya están acostumbrados. El día que me mudé toqué unos cuantos sobreagudos como para que supieran que se había mudado un trompetista. Pero ojo que no me preocupa la perfección técnica. Hay algo que sale de adentro que hace que uno haga lo que hace. Si la música no se toca con el corazón no es música, son notas. Yo toco con el corazón. A mis alumnos les explico los patterns, las escalas, los modos griegos, porque de alguna forma tienen que aprender. Pero yo aprendí al lado de monos como el Gato Barbieri, Carlos Constantini o Carlos Acosta, el clarinetista y líder de los Georgians.
–¿Se ensayaba mucho o se aprendía tocando?
– ¡Tocando!. En aquella época, no existía eso de ensayar tres o cuatro horas. No, te daban tu parte y a tocar. Cuando mucho, si era muy complicado, te ponías a sacarlo a un costadito. Mi primera grabación fue en discos de pasta de 78 rpm. Se grababa directamente en acetato. Y ahí sí que tenías que tener aceitados el oído y los labios, porque si te equivocabas arruinabas todo el registro.
–Frente a esta época que usted describe, ¿cómo ve el panorama del jazz en la Argentina?
–Para mí es muy difícil hacer esa comparación. Si pienso en la época de oro del jazz en la Argentina, aquello era un hervidero de lugares para tocar. En la calle Corrientes salías de un club, cruzabas y entrabas en otro. Y todo el tiempo te encontrabas con artistas internacionales que venían a tocar acá. Había algo que se respiraba en el ambiente, algo que, lamentablemente, no está más. Pero ojo que yo no soy un tipo que se haya quedado colgado en el pasado. He tocado dignamente durante todos estos años y tengo cuerda para rato. Y no puedo decir que lo que hay ahora no sirve, si fuera así me quedaría en mi casa con mi señora y mis perros. Sin embargo, sigo haciendo cosas nuevas. Ese es el compromiso que he asumido con la música. Y como yo mucha gente que, aun cuando las condiciones son más adversas que antes, sigue apostando a la música. En los últimos años, he notado que han salido mejores trompetistas que músicos de otros instrumentos. Juan Cruz Urquiza, Diego Urquiola, Richard Nant, Ramiro Nazello, Guillermo Cagliero, por nombrar algunos, son jóvenes talentosísimos. La creatividad nunca fue privilegio de una época. Para mi, está claro que siempre que haya gente honrada tocando, habrá buena música.
–¿Son difíciles las condiciones para un músico de jazz en la Argentina?
–En mi caso, soy un tipo que ha tenido la suerte de vivir de la música que decentemente toca. A partir del ‘87 comencé a grabar en Melopea, de donde salieron todos mis discos. Cuando llegó de México, Litto Nebbia hipotecó su casa para poder armar su estudio, y me habló para grabar. Esos son gestos de confianza que no se olvidan, y Litto es un tipo que lleva la música en el alma.
–Grabar ¿le permitió vivir de la música?
–No, como todos los que estamos en esto, también necesité hacer el manguito, porque nadie vive de lo que gana grabando, al menos en el mercado argentino. No me da verguenza contar qué trabajé con Yuyú Da Silva, que toqué con Palito Ortega en sus giras, que hice música para películas. Si hasta estuve en el programa de Gerardo Sofovich. Lo que puedo decir es que aprendí cómo debía tocarse ese tipo de música. Pude haberme ido a trabajar afuera. Muchas veces, me han ofrecido contratos de compañías multinacionales. Pero no hay nada que hacerle, esto (dice mirando el barrio, pero como si mirara toda la Argentina) me tira.

 

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