UNO. Hace poco más de un año me vi
involucrado en un experimento ampliamente comentado desde estas páginas: durante algo
más de dos meses me obligué a no ver televisión, a no encender el televisor, a formar
parte de una minoría casi subversiva. Los resultados fueron variados y debidamente
consignados en su oportunidad: cambio en la textura de los sueños y en los colores de la
realidad, pérdida de algún trabajo por ser considerado persona poco
confiable, etc. Ahora ese trabajo ya no existe (era una trabajo poco confiable, je)
y yo vuelvo a no ver televisión por otros motivos menos científicos (cómo comprar un
televisor cuando todavía no se ha comprado la mesa del comedor) pero igualmente
reveladores. Ahora que no veo televisión porque no tengo televisor siguen sucediendo
cosas más o menos extrañas, creo, o, por lo menos, más o menos dignas de ser
consignadas.
DOS. Aquí, en el Extranjero, primero estuve viviendo en un apart. Con televisión. La
calidad de la televisión local (con nobilísimas excepciones) es bastante lamentable.
Supongo que similar a la de la Argentina pero, bueno, para uno los hijos propios siempre
son un poco más lindos e inteligentes por más estúpidos y feos que sean. La curiosa
sensación de ver la versión española de Caiga Quien Caiga y sentir el poco
frecuente orgullo de ser argentinos. O las desopilantes intervenciones de Boris Izaguirre
en Crónicas Marcianas quien, a pesar de ser venezolano, es para todos
lo que lo conocieron en aquellas turbulentes y blancas noches argentinas tan
argentino como Carlos Gardel (que era francés o uruguayo, ¿no?). Boris Izaguirre dixit:
Plantar un árbol, escribir un libro, tener un programa de televisión y recién
después tener un hijo.
TRES. Abriendo cajas y sacando libros me reencuentro con un contundente ejemplar de Todo
Mafalda, libro indispensable para todo argentino en el Extranjero. Releo las partes en que
Mafalda entabla su agresiva campaña para convencer a su padre de que le compre un
televisor. Muy divertido pero uno de los rasgos contradictorios del personaje. ¿Qué
necesidad tenía Mafalda de un televisor? Eran otras épocas y otras televisiones, claro.
Se me ocurre que la gran ausencia de una gran novela argentina sobre la clase media se
debe tal vez conscientemente a que Mafalda es esa gran novela argentina sobre
la clase media. Definitiva e insuperable y ¿no será Mafalda una de las grandes novelas
argentinas y punto? Me pregunto si este trascendental pensamiento se me hubiera ocurrido
si viera televisión todos los días. Seguiremos informando.
CUATRO. El último libro de Stephen King (el segundo en menos de un mes) se llama The
Storm of the Season y es un guión para televisión.
CINCO. Otra de terror. En París. En habitación de hotel. Prendo televisor mientras tomo
notas de un libro para un artículo que estoy escribiendo sobre ABBA. En la pantalla
aparece un documental sobre ABBA. Tiro todo, abro la puerta, salgo corriendo y que la
apague la señora que hace las camas.
SEIS. Un par de semanas atrás, en Barcelona, fue la final de la Copa Europa. Tal vez lo
sepan o lo hayan leído. O lo hayan visto por televisión: el Manchester United dio vuelta
el partido (iba perdiendo y loganó) en el último minuto de juego. Asombroso. Más
asombroso todavía era que yo estuviera escuchando ese partido por la radio. Me interesaba
saber si iban a producirse destrozos, masacres, tormentas nucleares entre ambas hinchadas.
No pasó nada salvo que casi casi comprendí lo que nunca había podido entender: supongo
que no debe haber muchas cosas que demande más esfuerzo intelectual que la visualización
en el aire del cerebro de un partido de fútbol narrado a los gritos desde una radio. La
visión de esos seres con forma de ser humano y una radio pegada al oído los domingos
siempre me había producido una mezcla de respeto e inquietud. ¿Qué hacían? ¿Cómo
hacían? ¿Para qué lo hacían? Ahora entonces lo entendí: a los pocos
minutos de escuchar un partido de fútbol por la radio se accede a una suerte de
nirvana-satori-epifanía. Lo que prefieran, pero ya saben a lo que me refiero. La mente
vuela y el vacío de llena de rectas que intersectan otras rectas. Los insondables
misterios del universo se hacen obvios (aunque imposibles de transmitir) y el estallido
inesperado de un gol es tan parecido al de una estrella nova, de un loto abriéndose, de
una magdalena zambulléndose en una taza de té de tilo. Esas cosas. La gente que hoy
escucha fútbol por radio en lugar de verlo por televisión son algo así como dadaístas,
supongo, ¿no?
REP
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