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Unplugged: El retorno
Por Rodrigo Fresán

na32fo01.jpg (8145 bytes)t.gif (862 bytes) UNO. Hace poco más de un año me vi involucrado en un experimento ampliamente comentado desde estas páginas: durante algo más de dos meses me obligué a no ver televisión, a no encender el televisor, a formar parte de una minoría casi subversiva. Los resultados fueron variados y debidamente consignados en su oportunidad: cambio en la textura de los sueños y en los colores de la realidad, pérdida de algún trabajo por ser considerado “persona poco confiable”, etc. Ahora ese trabajo ya no existe (era una trabajo poco confiable, je) y yo vuelvo a no ver televisión por otros motivos menos científicos (cómo comprar un televisor cuando todavía no se ha comprado la mesa del comedor) pero igualmente reveladores. Ahora que no veo televisión porque no tengo televisor siguen sucediendo cosas más o menos extrañas, creo, o, por lo menos, más o menos dignas de ser consignadas.
DOS. Aquí, en el Extranjero, primero estuve viviendo en un apart. Con televisión. La calidad de la televisión local (con nobilísimas excepciones) es bastante lamentable. Supongo que similar a la de la Argentina pero, bueno, para uno los hijos propios siempre son un poco más lindos e inteligentes por más estúpidos y feos que sean. La curiosa sensación de ver la versión española de “Caiga Quien Caiga” y sentir el poco frecuente orgullo de ser argentinos. O las desopilantes intervenciones de Boris Izaguirre en “Crónicas Marcianas” quien, a pesar de ser venezolano, es –para todos lo que lo conocieron en aquellas turbulentes y blancas noches argentinas– tan argentino como Carlos Gardel (que era francés o uruguayo, ¿no?). Boris Izaguirre dixit: “Plantar un árbol, escribir un libro, tener un programa de televisión y recién después tener un hijo”.
TRES. Abriendo cajas y sacando libros me reencuentro con un contundente ejemplar de Todo Mafalda, libro indispensable para todo argentino en el Extranjero. Releo las partes en que Mafalda entabla su agresiva campaña para convencer a su padre de que le compre un televisor. Muy divertido pero uno de los rasgos contradictorios del personaje. ¿Qué necesidad tenía Mafalda de un televisor? Eran otras épocas y otras televisiones, claro. Se me ocurre que la gran ausencia de una gran novela argentina sobre la clase media se debe –tal vez conscientemente– a que Mafalda es esa gran novela argentina sobre la clase media. Definitiva e insuperable y ¿no será Mafalda una de las grandes novelas argentinas y punto? Me pregunto si este trascendental pensamiento se me hubiera ocurrido si viera televisión todos los días. Seguiremos informando.
CUATRO. El último libro de Stephen King (el segundo en menos de un mes) se llama The Storm of the Season y es un guión para televisión.
CINCO. Otra de terror. En París. En habitación de hotel. Prendo televisor mientras tomo notas de un libro para un artículo que estoy escribiendo sobre ABBA. En la pantalla aparece un documental sobre ABBA. Tiro todo, abro la puerta, salgo corriendo y que la apague la señora que hace las camas.
SEIS. Un par de semanas atrás, en Barcelona, fue la final de la Copa Europa. Tal vez lo sepan o lo hayan leído. O lo hayan visto por televisión: el Manchester United dio vuelta el partido (iba perdiendo y loganó) en el último minuto de juego. Asombroso. Más asombroso todavía era que yo estuviera escuchando ese partido por la radio. Me interesaba saber si iban a producirse destrozos, masacres, tormentas nucleares entre ambas hinchadas. No pasó nada salvo que casi casi comprendí lo que nunca había podido entender: supongo que no debe haber muchas cosas que demande más esfuerzo intelectual que la visualización en el aire del cerebro de un partido de fútbol narrado a los gritos desde una radio. La visión de esos seres con forma de ser humano y una radio pegada al oído los domingos siempre me había producido una mezcla de respeto e inquietud. ¿Qué hacían? ¿Cómo hacían? ¿Para qué lo hacían? Ahora –entonces– lo entendí: a los pocos minutos de escuchar un partido de fútbol por la radio se accede a una suerte de nirvana-satori-epifanía. Lo que prefieran, pero ya saben a lo que me refiero. La mente vuela y el vacío de llena de rectas que intersectan otras rectas. Los insondables misterios del universo se hacen obvios (aunque imposibles de transmitir) y el estallido inesperado de un gol es tan parecido al de una estrella nova, de un loto abriéndose, de una magdalena zambulléndose en una taza de té de tilo. Esas cosas. La gente que hoy escucha fútbol por radio en lugar de verlo por televisión son algo así como dadaístas, supongo, ¿no?

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