Por Sergio Kiernan La palabra más usada para
describir al nuevo presidente sudafricano es misterioso. Reservado, enemigo
jurado de los reportajes y de la prensa en general, amigo del secreto y la privacidad,
Thabo Mbeki es a la vez extremadamente popular como figura política y casi un desconocido
como persona. Tal vez por su aversión a las confidencias y porque nunca pierde la
paciencia ni habla de más, Mbeki es una especie de signo en el que se puede ver lo que se
teme o lo que se quiere. Ha sido descripto como un moderado, un maquiavélico, un
comunista irredento, un infiltrado mandelista en el PC, un reaccionario, un pragmático.
En lo que todos están de acuerdo es en que el nuevo presidente es un cuadro histórico
del Congreso Nacional Africano, alguien moldeado y formado por figuras como Nelson
Mandela. El otro histórico líder de la resistencia negra, Oliver Tambo, fue quien educó
políticamente a Thabo en el exilio y quien le abrió las puertas de la política
sudafricana.
La historia de Mbeki comienza en el Transkei, en el seno de una familia Xhosa, una de las
mayores etnias del sur de Africa. Nacido en junio de 1942, sus padres eran parte de la
élite negra de esos tiempos anteriores al apartheid pero ya duramente racistas. Govan, su
padre, era un maestro con dos títulos universitarios. Epainette, su madre, era también
docente y fue una de las primeras mujeres sudafricanas en afiliarse al Partido Comunista.
En 1948, los Mbeki dejaron su vida urbana y relativamente privilegiada para hacerse cargo
de una tienda en un pueblito sin luz ni agua corriente. Thabo y sus hermanitos
compartieron esta tarea militante encargada por el partido: mientras los padres predicaban
y organizaban, los chicos hacían de escribidores para las mujeres locales, casi todas
analfabetas, cuyos maridos trabajaban en las lejanas minas del Transvaal. Viejos amigos de
la familia dicen que este trabajo de leer cartas para las mujeres y escribir sus
respuestas, enterándose de los secretos de un pueblo entero, educó a Thabo en la
durísima vida de sus compatriotas menos privilegiados.
El aislamiento de la vida rural alimentó la afición de Mbeki por los libros: a los doce
años era un lector consumado y un estudiante de marxismo. Su padre, Govan, era su maestro
y el verdadero creador de la legendaria reserva personal de Thabo. Para Govan, la familia
no era un vínculo de sangre sino de trabajo compartido y el máximo elogio para un hijo
era llamarlo un buen camarada. En 1953, los Mbeki dejaron la aldea después de
que una tormenta destruyera la tienda y se instalaron en Port Elizabeth, donde Govan
volvió a dar clases y editó una revista del partido. Thabo fue enviado a Lovedale, un
internado fundado por misioneros presbiterianos que ya era conocido como cuna de una parte
de la intelectualidad negra sudafricana. Tres años después, Thabo se afiliaba al Partido
Comunista y era expulsado de la escuela por organizar una huelga. A los 14 años,
estudiaba para graduarse como alumno libre.
En 1958, cuando tenía 16 años, Thabo tuvo un hijo con la hija de un colega de su padre,
Olive Mpahlwa. Los dos adolescentes nunca se casaron y su hijo, Monwabise (el que
trae alegría), casi no conoció a su padre, que 4 años después partía para el
exilio. Para cuando Mbeki pudo volver a Sudáfrica, su hijo se contaba entre los miles de
desaparecidos de la represión del sistema del apartheid.
En 1963, el joven Thabo se mudó a Inglaterra, después de un breve paso por Johannesburgo
y de partir al exilio tras la condena de su padre y de Nelson Mandela a cadena perpetua.
Admitido en la Universidad de Sussex, el joven sudafricano descubrió el laborismo
inglés, las pipas, los trajes oscuros y conservadores, las camisas de seda a medida, los
whiskies de malta añejos y el ejemplo de políticos moderados y prácticos como Martin
Luther King. Mientras la década del `60 radicalizaba a millones, Mbeki comenzaba un
camino completamente diferente. Para 1966, Mbeki recibía un master en Economía y
presentaba a la vez una segunda tesis sobre poesía inglesa romántica. Hasta 1969,
trabajó en las oficinas del Congreso Nacional Africano en Londres, manteniendo un bajo
perfil y cimentando una amplia fama de mujeriego. En 1970 desaparece de Inglaterra y
reaparece en Moscú, donde realizó un curso de entrenamiento militar y pasó 9 meses
estudiando en la Escuela Lenin. Un compañero de viaje, Essop Pahad, cuenta que sus
fuertes dudas sobre el comunismo provienen de esa época. Vivir en
Moscú realmente nos abrió los ojos. Mbeki se casó, en 1974 y en un castillo
inglés, con Zanele Dlamini, actualmente la directora del Banco de Desarrollo Femenino de
Sudáfrica. Para entonces, y pese a que participó en acciones guerrilleras en Zambia, su
carrera era definitivamente política: Oliver Tambo lo había descubierto y lo estaba
entrenando como uno de los diplomáticos del CNA. En los largos años de
exilio, operando casi siempre desde Zambia, Mbeki se transformó en uno de los arquitectos
de las sanciones internacionales contra el apartheid y fue uno de los creadores de la
estrategia de minar la base política del ala dura afrikaner demostrando a empresarios,
políticos y líderes comunitarios que el CNA podía gobernar para blancos y negros.
Mbeki reclutó amigos y creó canales de diálogo con el establishment blanco, canales que
resultaron invalorables cuando el gobierno blanco quiso negociar una salida concertada.
Mientras subía en la estructura del CNA, también subía en la de su simbiótico
compañero de lucha, el PC. A fines de los años setenta, Mbeki era miembro de su comité
central. Curiosamente, el ahora presidente jamás admitió ser afiliado y a comienzos de
los noventa renunció ruidosamente a todo cargo en el partido. Todavía hoy se discute si
Mbeki era un comunista que trabajaba en el CNA o un agente de Mandela y Tambo en el
Comité Central. Hace cinco años, Mandela completó su fórmula presidencial con Mbeki
como candidato a vicepresidente. El anciano líder no estaba del todo seguro: él también
es Xhosa y, en el delicado panorama racial sudafricano, esto podía sonar a preferencia
tribal. Mbeki se impuso, sin embargo, y ya en el poder socavó el poder del favorito de
Mandela, Cyril Ramaphosa. Lo hizo con tanto éxito que en Africa del Sur saben que no
habrá realmente una transición: desde hace por lo menos tres años, el presidente
ejecutivo del país es Mbeki.
Esto es un arma de doble filo. El lado positivo es que Mbeki ya conoce los resortes del
poder en el país y no necesita que le expliquen cómo gobernar. Públicamente prometió
superar a su mentor Mandela y lograr más votos que él, lo que cumplió ganando por el 65
por ciento de los votos pese a que es un flojo orador y detesta los actos. Más
importante, logró crear una situación política donde acercó posiciones con el antes
irreductible líder zulú Mangosuthu Buthelezi, a la vez que minó a la oposición blanca.
El lado negativo es que el nuevo presidente asume con una historia de acusaciones de
corrupción (un escándalo por el manejo de fondos de una campaña contra el sida, su
amistad con un notorio traficante de heroína, una investigación sobre contratos truchos
del gobierno con Liberia) y por errores políticos como haber apoyado a la dictadura
militar nigeriana cuando el mundo entero la condenaba por sus abusos a los derechos
humanos.
Tras cinco años de gobierno democrático con Mandela al frente, Sudáfrica está en
camino a consolidar sus nuevas instituciones. El desafío de Mbeki es encauzar una
economía en estado de coma (ver recuadro) y en la que las diferencias sociales son tan
abrumadoras como antes eran las raciales. Los relativamente ricos, que por las
reglas del apartheid siguen siendo abrumadoramente blancos, ¿están preparados a pagar la
elevación de los pobres, que por las reglas del apartheid son abrumadoramente
negros?. La pregunta, realizada por Mbeki en mayo ante la Asamblea Nacional, está
en el centro de su agenda política. Pragmático, el nuevo presidente sabe queradicalizar
las cosas ahuyentará las inversiones, por lo que se espera que mantenga la política de
equilibrio fiscal que arrancó hace dos años bajo Mandela. Pero también sabe que la
pobreza de la otra nación es una bomba de tiempo que puede acabar con su
sueño de mostrar un país que se sabe gobernar a sí mismo, que es la excepción de
Africa.
Una economía en coma La economía le presenta al nuevo presidente un panorama cercano a la
catástrofe. De lejos el país más industrializado del continente, Sudáfrica está
estancada desde hace una década y la ecuación política no permite pensar en un futuro
mejor. Las sanciones contra el apartheid no sólo cerraron mercados a las exportaciones y
paralizaron las inversiones extranjeras, sino que llegaron a la etapa de desinversión,
donde compañías multinacionales levantaban sus fábricas y se retiraban del mercado. La
llegada de Nelson Mandela al poder no revirtió del todo el problema: Sudáfrica no
recibió ni remotamente las inversiones que esperaba y necesitaba.
Los cinco años de gobierno del Congreso Nacional Africano fueron muy poco fructíferos en
cuanto a la economía. El país perdió 500.000 puestos de trabajo en un período en que
entraban al mercado 2.500.000 nuevos trabajadores. El rand perdió la mitad de su valor
frente al dólar y la industria produce lo mismo que en 1988. Para peor, el valor del oro
(que todavía responde por el 17 por ciento de las exportaciones total) cayó en un 70 por
ciento y la entropía criminal afectó duramente al turismo.
Thabo Mbeki probablemente continuará intentando poner bajo control si no la economía, al
menos el sobredimensionado sector estatal, como trató como segundo de Mandela. No será
fácil: para reducir el déficit presupuestario estatal a un más manejable 3 por ciento,
Mbeki tuvo que aumentar los impuestos. La cerrada resistencia sindical y comunista a las
privatizaciones y la racionalización de puestos de trabajo hizo imposible bajar los
gastos. Superar estas resistencias puede crear una profunda e imprevisible crisis en el
Congreso Nacional Africano, un partido esencialmente aliancista donde la izquierda tiene
un rol muy fuerte. |
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