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HOY TERMINA EN SUDAFRICA LA ERA MANDELA
El sucesor misterioso

Aclamado el lunes por el Parlamento, elegido en unos comicios casi plebiscitarios, Thabo Mbeki sucederá hoy a Nelson Mandela al frente de la difícil presidencia de una Sudáfrica multirracial.

El presidente electo Thabo Mbeki recibe sentado la ovación de Mandela y otros parlamentarios.
Mbeki fue elegido el 2 de junio en las segundas elecciones democráticas en la historia sudafricana.

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Por Sergio Kiernan

t.gif (862 bytes) La palabra más usada para describir al nuevo presidente sudafricano es “misterioso”. Reservado, enemigo jurado de los reportajes y de la prensa en general, amigo del secreto y la privacidad, Thabo Mbeki es a la vez extremadamente popular como figura política y casi un desconocido como persona. Tal vez por su aversión a las confidencias y porque nunca pierde la paciencia ni habla de más, Mbeki es una especie de signo en el que se puede ver lo que se teme o lo que se quiere. Ha sido descripto como un moderado, un maquiavélico, un comunista irredento, un infiltrado mandelista en el PC, un reaccionario, un pragmático.
En lo que todos están de acuerdo es en que el nuevo presidente es un cuadro histórico del Congreso Nacional Africano, alguien moldeado y formado por figuras como Nelson Mandela. El otro histórico líder de la resistencia negra, Oliver Tambo, fue quien educó políticamente a Thabo en el exilio y quien le abrió las puertas de la política sudafricana.
La historia de Mbeki comienza en el Transkei, en el seno de una familia Xhosa, una de las mayores etnias del sur de Africa. Nacido en junio de 1942, sus padres eran parte de la élite negra de esos tiempos anteriores al apartheid pero ya duramente racistas. Govan, su padre, era un maestro con dos títulos universitarios. Epainette, su madre, era también docente y fue una de las primeras mujeres sudafricanas en afiliarse al Partido Comunista. En 1948, los Mbeki dejaron su vida urbana y relativamente privilegiada para hacerse cargo de una tienda en un pueblito sin luz ni agua corriente. Thabo y sus hermanitos compartieron esta tarea militante encargada por el partido: mientras los padres predicaban y organizaban, los chicos hacían de escribidores para las mujeres locales, casi todas analfabetas, cuyos maridos trabajaban en las lejanas minas del Transvaal. Viejos amigos de la familia dicen que este trabajo de leer cartas para las mujeres y escribir sus respuestas, enterándose de los secretos de un pueblo entero, educó a Thabo en la durísima vida de sus compatriotas menos privilegiados.
El aislamiento de la vida rural alimentó la afición de Mbeki por los libros: a los doce años era un lector consumado y un estudiante de marxismo. Su padre, Govan, era su maestro y el verdadero creador de la legendaria reserva personal de Thabo. Para Govan, la familia no era un vínculo de sangre sino de trabajo compartido y el máximo elogio para un hijo era llamarlo “un buen camarada”. En 1953, los Mbeki dejaron la aldea después de que una tormenta destruyera la tienda y se instalaron en Port Elizabeth, donde Govan volvió a dar clases y editó una revista del partido. Thabo fue enviado a Lovedale, un internado fundado por misioneros presbiterianos que ya era conocido como cuna de una parte de la intelectualidad negra sudafricana. Tres años después, Thabo se afiliaba al Partido Comunista y era expulsado de la escuela por organizar una huelga. A los 14 años, estudiaba para graduarse como alumno libre.
En 1958, cuando tenía 16 años, Thabo tuvo un hijo con la hija de un colega de su padre, Olive Mpahlwa. Los dos adolescentes nunca se casaron y su hijo, Monwabise (“el que trae alegría”), casi no conoció a su padre, que 4 años después partía para el exilio. Para cuando Mbeki pudo volver a Sudáfrica, su hijo se contaba entre los miles de desaparecidos de la represión del sistema del apartheid.
En 1963, el joven Thabo se mudó a Inglaterra, después de un breve paso por Johannesburgo y de partir al exilio tras la condena de su padre y de Nelson Mandela a cadena perpetua. Admitido en la Universidad de Sussex, el joven sudafricano descubrió el laborismo inglés, las pipas, los trajes oscuros y conservadores, las camisas de seda a medida, los whiskies de malta añejos y el ejemplo de políticos moderados y prácticos como Martin Luther King. Mientras la década del `60 radicalizaba a millones, Mbeki comenzaba un camino completamente diferente. Para 1966, Mbeki recibía un master en Economía y presentaba a la vez una segunda tesis sobre poesía inglesa romántica. Hasta 1969, trabajó en las oficinas del Congreso Nacional Africano en Londres, manteniendo un bajo perfil y cimentando una amplia fama de mujeriego. En 1970 desaparece de Inglaterra y reaparece en Moscú, donde realizó un curso de entrenamiento militar y pasó 9 meses estudiando en la Escuela Lenin. Un compañero de viaje, Essop Pahad, cuenta que sus “fuertes dudas sobre el comunismo” provienen de esa época. “Vivir en Moscú realmente nos abrió los ojos”. Mbeki se casó, en 1974 y en un castillo inglés, con Zanele Dlamini, actualmente la directora del Banco de Desarrollo Femenino de Sudáfrica. Para entonces, y pese a que participó en acciones guerrilleras en Zambia, su carrera era definitivamente política: Oliver Tambo lo había descubierto y lo estaba entrenando como uno de los “diplomáticos” del CNA. En los largos años de exilio, operando casi siempre desde Zambia, Mbeki se transformó en uno de los arquitectos de las sanciones internacionales contra el apartheid y fue uno de los creadores de la estrategia de minar la base política del ala dura afrikaner demostrando a empresarios, políticos y líderes comunitarios que el CNA podía gobernar para blancos y negros.
Mbeki reclutó amigos y creó canales de diálogo con el establishment blanco, canales que resultaron invalorables cuando el gobierno blanco quiso negociar una salida concertada. Mientras subía en la estructura del CNA, también subía en la de su simbiótico compañero de lucha, el PC. A fines de los años setenta, Mbeki era miembro de su comité central. Curiosamente, el ahora presidente jamás admitió ser afiliado y a comienzos de los noventa renunció ruidosamente a todo cargo en el partido. Todavía hoy se discute si Mbeki era un comunista que trabajaba en el CNA o un agente de Mandela y Tambo en el Comité Central. Hace cinco años, Mandela completó su fórmula presidencial con Mbeki como candidato a vicepresidente. El anciano líder no estaba del todo seguro: él también es Xhosa y, en el delicado panorama racial sudafricano, esto podía sonar a preferencia tribal. Mbeki se impuso, sin embargo, y ya en el poder socavó el poder del favorito de Mandela, Cyril Ramaphosa. Lo hizo con tanto éxito que en Africa del Sur saben que no habrá realmente una transición: desde hace por lo menos tres años, el presidente “ejecutivo” del país es Mbeki.
Esto es un arma de doble filo. El lado positivo es que Mbeki ya conoce los resortes del poder en el país y no necesita que le expliquen cómo gobernar. Públicamente prometió superar a su mentor Mandela y lograr más votos que él, lo que cumplió ganando por el 65 por ciento de los votos pese a que es un flojo orador y detesta los actos. Más importante, logró crear una situación política donde acercó posiciones con el antes irreductible líder zulú Mangosuthu Buthelezi, a la vez que minó a la oposición blanca.
El lado negativo es que el nuevo presidente asume con una historia de acusaciones de corrupción (un escándalo por el manejo de fondos de una campaña contra el sida, su amistad con un notorio traficante de heroína, una investigación sobre contratos truchos del gobierno con Liberia) y por errores políticos como haber apoyado a la dictadura militar nigeriana cuando el mundo entero la condenaba por sus abusos a los derechos humanos.
Tras cinco años de gobierno democrático con Mandela al frente, Sudáfrica está en camino a consolidar sus nuevas instituciones. El desafío de Mbeki es encauzar una economía en estado de coma (ver recuadro) y en la que las diferencias sociales son tan abrumadoras como antes eran las raciales. “Los relativamente ricos, que por las reglas del apartheid siguen siendo abrumadoramente blancos, ¿están preparados a pagar la elevación de los pobres, que por las reglas del apartheid son abrumadoramente negros?”. La pregunta, realizada por Mbeki en mayo ante la Asamblea Nacional, está en el centro de su agenda política. Pragmático, el nuevo presidente sabe queradicalizar las cosas ahuyentará las inversiones, por lo que se espera que mantenga la política de equilibrio fiscal que arrancó hace dos años bajo Mandela. Pero también sabe que la pobreza de “la otra nación” es una bomba de tiempo que puede acabar con su sueño de mostrar un país que se sabe gobernar a sí mismo, que es “la excepción de Africa”.

 

Una economía en coma

La economía le presenta al nuevo presidente un panorama cercano a la catástrofe. De lejos el país más industrializado del continente, Sudáfrica está estancada desde hace una década y la ecuación política no permite pensar en un futuro mejor. Las sanciones contra el apartheid no sólo cerraron mercados a las exportaciones y paralizaron las inversiones extranjeras, sino que llegaron a la etapa de desinversión, donde compañías multinacionales levantaban sus fábricas y se retiraban del mercado. La llegada de Nelson Mandela al poder no revirtió del todo el problema: Sudáfrica no recibió ni remotamente las inversiones que esperaba y necesitaba.
Los cinco años de gobierno del Congreso Nacional Africano fueron muy poco fructíferos en cuanto a la economía. El país perdió 500.000 puestos de trabajo en un período en que entraban al mercado 2.500.000 nuevos trabajadores. El rand perdió la mitad de su valor frente al dólar y la industria produce lo mismo que en 1988. Para peor, el valor del oro (que todavía responde por el 17 por ciento de las exportaciones total) cayó en un 70 por ciento y la entropía criminal afectó duramente al turismo.
Thabo Mbeki probablemente continuará intentando poner bajo control si no la economía, al menos el sobredimensionado sector estatal, como trató como segundo de Mandela. No será fácil: para reducir el déficit presupuestario estatal a un más manejable 3 por ciento, Mbeki tuvo que aumentar los impuestos. La cerrada resistencia sindical y comunista a las privatizaciones y la racionalización de puestos de trabajo hizo imposible bajar los gastos. Superar estas resistencias puede crear una profunda e imprevisible crisis en el Congreso Nacional Africano, un partido esencialmente aliancista donde la izquierda tiene un rol muy fuerte.

 

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