Por Cecilia Bembibre Mónica Lleó aparece bañada
de luz roja en el escenario, y los asistentes se frotan las manos. Después de todo, no
todos los días la salida del viernes es a ver un striptease, y menos en un lugar tan poco
sórdido como la Dama de Bollini. Que, alejado por igual de la histeria de las discotecas
y de la clandestinidad del cabaret, decidió de todos modos anunciar como novedad un
espectáculo de striptease junto a los shows de tango y flamenco. Sobre un escenario
pequeño, penumbroso, en el que se recorta un biombo oscuro y nada más, Mónica inicia la
ceremonia de gestos deliberados, acompañados por la música de un saxo. Llega un momento
en el que su cuerpo demarcado por breteles y portaligas es apenas el soporte donde los
presentes proyectan sus fantasías. Es entonces cuando elige otro camino. Sin dejar de
sacarse la ropa, sume al público en el más profundo desconcierto, del que pronto emerge
con la primera carcajada. La bailarina deseada por todos acaba de transformarse en una
actriz en ropa interior que se arranca las pestañas postizas y la peluca con gestos
toscos. Queda claro: no es un striptease convencional.
A lo largo de su rutina en la que se viste y desviste como una nena, como la
ayudante de un mago, como una alegre campesina, Mónica conjura el poder seductor de
su desnudo con una nota de farsa. Después de todo, el striptease es, según explica, una
trampa. Strip: sacarse la ropa; tease: engañar,
recita de memoria para Página/12 minutos antes del debut, con un maquillaje que le dibuja
los pómulos y un acento entre canario y porteño. En esta época donde el cuerpo
está tan expuesto no es importante qué se muestra, sino cómo, agrega. Lleó
estudió teatro en Barcelona donde presentó este espectáculo, Lenguas vivas
y vino hace cuatro años a Buenos Aires. Aquí alterna sus cursos de striptease con
esporádicas apariciones en ciclos televisivos. El cómo al que alude hace la diferencia
entre la loba y la actriz: ella es, ante todo, una intérprete. Y su rito de desnudo es
apenas un soporte escénico para explayarse sobre el erotismo, un tema que la obsesiona
desde sus años de estudiante, cuando seguía al pie de la letra los guiones mágicos para
sacarse la ropa escritos por el autor catalán Joan Brossa.
En cada uno de los actos la actriz funde el desnudo con la picardía, el humor e incluso
el grotesco. Si bien el espectáculo es desparejo, quizás demasiado corto, las
desprolijidades no atenúan la intención de búsqueda. Las mujeres que al principio miran
de reojo se vuelven quizás tras haber comprobado que el cuerpo de Lleó no se
parece al de Demi Moore protagonistas a medida que el acto avanza. Son suyas las
sonrisas que aparecen cuando Lleó se escabulle a medio vestir y que se vuelven carcajadas
cuando lee, vestida de niña y lamiendo provocativa un chupetín gigantesco, el increíble
manual de urbanidad para señoritas imaginado por el escritor francés Pierre Louÿs.
Nunca digáis tengo doce consoladores en el cajón. Decid nunca me
aburro sola, recomienda la voz impostada, y las damas se retuercen de risa
mientras el texto vira a lo pornográfico. Los hombres, en cambio, quizás se encuentren
con un escollo: este striptease conceptual quizás no es lo que esperaban. No
porque carezca de lugares comunes: hay breteles finitos y volados, hay luces tenues y
favorecedoras, la música es irresistible y hay, sobre todo, una chica quitándose la ropa
en el escenario. ¿Hasta dónde? Ella tiene su respuesta preparada: El striptease es
como la magia: el secreto consiste en no revelar el truco. Y yo el truco no lo
enseño.
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