Por Fernando Almirón Desde Ushuaia En Tierra del Fuego, el
resultado de las elecciones provinciales del próximo domingo llegará después de
atravesar la tormenta de dos polarizaciones. Una: la isla no está excluida de la
competencia electoral que a nivel nacional protagonizan el PJ y la Alianza con vistas a
las presidenciales de octubre. La otra: así como sucede en el fútbol, para los fueguinos
este comicio es un clásico en el que se pone en juego la obsesión por vencer el vecino
más próximo. Los candidatos de Río Grande intentarán quedarse con el trofeo que
representa el control de la provincia, el que en dos oportunidades debieron resignar ante
el triunfo de los políticos que llevan los colores de Ushuaia. El final está abierto y
promete ser apasionante gracias a los especialistas de la anticipación. Confundidos en la
poca visibilidad que predomina en el fin del mundo, hasta ahora los pronósticos de los
encuestadores parecen hechos para alegrar a quienes los contrataron, porque según ellos
todos ganan.
Los jefes de campaña de las tres fuerzas que compiten por la gobernación fueguina
confiesan, en privado, que las empresas que contrataron para hacer las mediciones sólo
lograron sumar más desconcierto a la confusión general, pero que no pueden dejar de
aferrarse a sus pronósticos. Así, los tres hombres que el domingo 20 esperan convertirse
en el próximo gobernador del territorio más austral del continente se muestran seguros
de la victoria durante las escasas 7 horas que dura el día en esta parte del mundo, y
sueñan pesadillas en las prolongadas noches que faltan para que se concrete el comicio.
Duermen con la luz encendida Roque Martinelli, del oficialista Movimiento Popular Fueguino
y actual ministro de Economía de la provincia; Carlos Manfredotti, la apuesta del
justicialismo y un hombre de Ushuaia; Jorge Colazo, dos veces intendente de Río Grande y
la esperanza de la Alianza.
Según los guarismos que se manejan en el cruce de datos oficiosos, ninguno de ellos
logró posicionarse como el favorito. Una condición clave en Tierra del Fuego, cuyo
sistema electoral establece que el ganador será el que obtenga la mitad más uno de los
votos. Si ninguno lo logra, se llamará a una segunda vuelta, ballottage en el que
competirán las dos fórmulas que hayan sumado la mayor cantidad de adhesiones en la
primera convocatoria.
Mientras del otro lado de la ventana la primera nevada de la temporada cubre la ciudad en
silencio, en las mesas de los bares los dirigentes provinciales señalan que el resultado
del escrutinio estará sujeto a una compleja combinación de factores. Por un lado la
nacionalización del voto fueguino. Si la elección presidencial de octubre logra hacer
pie en la isla, tanto el PJ como la Alianza podrían hacer la diferencia que necesitan en
la primera vuelta con los votos que logren arrebatarle al MoPoF, relegando al partido
provincial a una butaca entre los espectadores de la polarización nacional. Esto es lo
que intentan tanto los justicialistas de Manfredotti como los aliancistas encolumnados
detrás de Colazo.
Ambos candidatos saben que Tierra del Fuego tiene escaso peso específico a la hora de
contar los votos en una elección general. Los habilitados para sufragar en la provincia
apenas superan los 63 mil electores, una cifra irrisoria si se la compara con los padrones
de los municipios del conurbano bonaerense. Pero como en política la realidad no es la
única verdad, los fueguinos no están dispuestos a desaprovechar el valor simbólico que
para los presidenciales representa un triunfo electoral en el último tramo de sus
campañas. Esta es la razón por la que Fernando de la Rúa se trasladó en tres
oportunidades hasta el territorio fueguino en los últimos 60 días. La misma que llevó a
Duhalde hasta el fin del mundoel sábado pasado, y quince días atrás, a Carlos Menem. El
Presidente fue nombrado cacique honorario de los indios ona, pocas horas después del
entierro de la última sobreviviente pura de esta etnia.
El otro factor se refiere a la vida cotidiana de dos ciudades ubicadas donde el mundo pega
la vuelta, en una isla habitada por gente que no es de ahí. Ushuaia y Río Grande, y su
mutua enemistad. Una situación de enfrentamiento que, según afirman en Tierra del Fuego,
está por encima de cualquier otra confrontación. Hasta ahora el gobierno fueguino estuvo
en manos de los dirigentes de Ushuaia. Pero apareció Jorge Colazo, que quiere alterar el
tablero. El carismático candidato de la Alianza e intendente de Río Grande se propone
aprovechar la paridad que parte en dos a los electores de la isla para dar batalla a los
dirigentes de la capital provincial. Dice que en su ciudad les lleva más 20 puntos de
ventaja a sus adversarios, pero que necesita afirmarse en Ushuaia, donde la población le
es esquiva por motivos estrictamente locales. Y desembarcó en la bella ciudad al frente
de una campaña puerta a puerta con la que intentará vencer el desprecio que sus
pobladores tienen por los de Río Grande.
Algo similar ocurre con el justicialista Manfredotti, quien aparece bien posicionado entre
el electorado de Ushuaia, pero necesita sumar puntos en Río Grande. Martinelli, por su
parte, apelará al mejor argumento que puede salvar su destino: Tierra del Fuego es un
isla poblada por los defraudados de las promesas de los políticos, y que aquí lograron
hacerse de un destino.
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