Por Hilda Cabrera Nuestro mundo es un
mundo de relaciones, y éstas me interesan particularmente, dice la narradora y
autora de teatro Griselda Gambaro, a propósito de una obra que estrena hoy en el Teatro
del Pueblo. El título, De profesión maternal, alude a la conflictiva relación entre una
madre y su hija. Esta historia podría ser convencional si no fuera porque en esta
obra hay un desfasaje y los vínculos no son convencionales, apunta la autora en una
entrevista con Página/12. Esta señora de aspecto frágil, menuda, de mirada franca y
respuestas breves, es dueña de una dramaturgia que se ha impuesto por sí misma. Acaba de
finalizar la escritura de otra pieza, Lo que va dictando el sueño, que en realidad
explica es una frase tomada de Sor Juana Inés de la Cruz, lo que va
dictando el fuego, porque la obra trata de eso, del sueño, de cómo se mete en la
realidad y cómo dicta su discurso.
Gambaro es una de las autoras argentinas preferidas de los teatristas más jóvenes del
país y de los elencos extranjeros. Ha escrito algo más de treinta obras y vio estrenar
sus piezas en varias ciudades de América y Europa. Mi teatro no permite prever la
respuesta del público, pero así y todo viaja, apunta Gambaro, quien dijo tener la
pretensión de hablar como igual en cualquier medio distinto del propio, aun
del económicamente más rico, políticamente más estable y culturalmente más
refinado. Por eso, cuando se mencionan como influencias al inglés Harold Pinter y a
otros famosos dramaturgos europeos, ella insiste en que su escritura tiene raíces
nacionales y que su valor reside en lo específicamente literario y dramático, no en el
supuesto color local ni en las penurias políticas y económicas:
Nuestra dramaturgia y nuestro teatro no son parientes pobres ni tranquilizadores de
malas conciencias. En todo caso, si existen influencias, éstas derivan de su
pasión por Armando Discépolo y Roberto Arlt.
Es lo que dice esta narradora de novelas y relatos complejos y fuertes en imágenes, como
Dios nos quiere contentos, Después del día de fiesta y Ganarse la muerte, libro de 1976
que el gobierno militar retiró de circulación. La autora decidió entonces emigrar a
España. Regresó en 1980 y estrenó Decir sí en Teatro Abierto 1981, y más tarde Real
envido y La malasangre (1982). Entre sus últimos títulos figuran Antígona furiosa,
Penas sin importancia, La casa sin sosiego y Es necesario entender un poco. En cuanto a De
profesión maternal, la dirige Laura Yusem y tiene como protagonistas a María Rosa Gallo,
Alicia Zanca y Catalina Speroni. Graciela Galán se encarga de la escenografía, la
iluminación y el vestuario, y Claudio Koremblit de la música. En general me excuso
de escribir por encargo, pero no pude rechazar el pedido que me hizo María Rosa Gallo
para que escribiera una pieza que hablara de mujeres desde la óptica de una mujer,
cuenta Gambaro, refiriéndose a este estreno.
¿Es determinante el hecho de que no haya un varón en esta historia?
No, porque la relación de la hija con la pareja de la madre, que es otra mujer, no
es de rechazo. Además, todo se encadena a través de los sentimientos de las mujeres. Y
de esto lo que me interesó mostrar es lo mucho que cuesta establecer un contacto. Casi
siempre el temor y la ansiedad impiden cualquier comunicación.
¿Por qué optó por escribir una pieza corta?
Me impuse decir lo esencial en muy poco tiempo, sintetizar imágenes de un pasado
que en este caso es conflictivo, porque hay una historia de abandono y una imposibilidad
visceral de llegar a un entendimiento.
¿El amor no es garantía para una relación armónica?
No. El amor es un largo ejercicio de cuidado del otro. Ayuda, porque puede
conducirnos a un lugar de comprensión, pero no brota como agua de manantial. En las
relaciones familiares el entendimiento es todavía másdifícil, porque esos contactos
arrastran muchas historias, y los rechazos pueden ser grandes.
¿Existe una autonomía del texto teatral?
Creo que no. En realidad no me gustaría que fuera enteramente autónomo. El texto
tiene que llevar en sí mismo la posibilidad de transitar el escenario, de corporizarse en
los actores, inspirar una escenografía y llegar al público. No importa que mis obras,
por ejemplo, se conviertan en algo distinto a como las imaginé. Me alegra infinitamente
cuando veo que los más jóvenes ponen textos míos. Pienso que los sienten próximos, que
tienen actualidad.
¿Y la aceptación en el exterior?
Me halaga también, pero lo vivo como una casualidad. Mis obras no están sostenidas
afuera por la cultura de un país. La Argentina ha dejado inermes a sus creadores. Algunos
grupos han podido viajar con sus espectáculos, pero los autores argentinos no tenemos en
general la posibilidad de salir con los elencos que tienen obras nuestras en cartel.
Afuera sólo contamos con la fuerza del texto y con el interés que, generalmente por
azar, pueda despertar en algunos traductores y especialistas. No niego que me estimula que
se divulgue mi trabajo, pero me importa mucho más qué pasa en nuestro país, donde no
encontramos quién nos promocione.
¿Qué puede decir de Las paredes, otra pieza suya en cartel?
Que ahora es una pieza transparente, pero hace treinta años no la entendieron. Los
críticos la compararon con los trabajos de Harold Pinter. Pero esto sucedió a menudo con
mis obras, a las que también tildaron de absurdistas. Pasó con El desatino (versión
teatral del relato de 1965), El campo... Pero el tiempo las fue aclarando. Me parece bien
que tengan pluralidad de sentidos y conmuevan más allá de nuestras fronteras. Significa
que no son obras de coyuntura, perecederas, a las que por otra parte no desmerezco porque
ellas también abren camino.
¿Cuáles son los temas que más la conmueven?
No podría decirlo. El mundo avanza rápidamente y no puedo seguir con igual
atención los datos de la técnica, la ciencia, el arte y la política. En realidad sigo
los ecos de mi propia historia en ese mundo que avanza. Busco temas en los que creo hallar
consistencia sin preocuparme si responden o no a una coyuntura. Soy un ser vivo, y por lo
tanto siento que la realidad, sobre todo nuestra realidad, me invade. Aunque uno no se lo
proponga trabaja con datos del aquí y el ahora, y éstos forman un todo con la propia
historia y la de nuestra gente.
¿Cómo siente hoy el país?
Lo padezco, como cualquier otra persona sensible. Vivimos en medio de un bombardeo
de infinitas injusticias. Uno trata de modificar esta situación con su trabajo, pero es
cada vez más difícil mantener fuerte el ánimo. Hay tanta corrupción y tanta pobreza.
Uno siente impotencia, pero tampoco tiene que sobredimensionarla. Si fuéramos muchos más
los que hiciéramos algo por nuestro país, los que nos gobiernan no estarían tan
tranquilos. Tendríamos otra gente y no tantos incapaces y corruptos. Nuestra esperanza
son las organizaciones no gubernamentales. Nuestro país está repleto de islas, de gente
que trabaja, crea y tiene conciencia de lo propio. Si nos hubiéramos plegado a los
lineamientos oficiales, políticos y económicos, hoy estaríamos todos muertos.
|