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“Los premios oficiales a uno lo envejecen mucho ”

La afirmación es del escritor español Manuel Vicent, quien acaba de ganar, el prestigioso Premio Alfaguara. “Se podría hacer un paralelo entre la próstata y el Premio Nacional de Literatura, las cataratas y el premio Príncipe de Asturias, el cáncer residual y el Nobel”, dispara.

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Vicent siguió de cerca la guerra de Kosovo en una serie de artículos intensos,
sumamente críticos.
Por Cecilia Bembibre

t.gif (862 bytes) Hace unos años, los libros de la serie El ojo mágico, que contenían imágenes generadas por computadora, se hicieron populares como antídoto ideal del anfitrión contra la falta de conversación de sus invitados. El escueto prólogo explicaba que, si se fijaba la mirada sobre el dibujo –en realidad, una especie de estampado multicolor– un milagro de la óptica permitiría ver surgir de la página una figura tridimensional. El pequeño universo de las reuniones sociales donde el libro hacía furor quedaba entonces dividido entre quienes veían El ojo mágico y quienes, privados del don de la proeza visual, se retiraban a un rincón con dolor de cabeza. La prosa de Manuel Vicent ejerce una especie de efecto-ojo-mágico sobre el lector. Las metáforas más insólitas, los recuerdos personales y las historias imposibles coexisten de tal forma que llega un momento de la lectura en el que la imagen emerge, con olor, sabor, sonido, y se vuelve extrañamente cercana. Pero, a diferencia del juguete libresco-virtual, los lectores de Vicent (“gente ya mayor, de la generación del 68, progre, desencantada, y sus vástagos”, como él los reconoce) no se aburren. Por su novela más reciente, Son de mar, ganó el Premio Alfaguara de Novela. Vicent, colaborador de Página/12, está en Buenos Aires para presentarla.
–¿Qué significan los premios, después de tantos textos publicados?
–Los premios oficiales a uno lo envejecen mucho. Entre otras cosas porque te ponen medallas, y te tienes que comprar un traje oscuro para la recepción. Suelen llegar acompañados ya de las enfermedades. Casi se podría hacer un estudio de paralelo entre la próstata y el Premio Nacional, las cataratas y el Príncipe de Asturias, o el cáncer residual y el Nobel.
–¿Hasta dónde participa el escritor de la promoción de su libro?
–Ya es parte de la actividad creativa: el escritor le da vida espiritual al libro y la promoción le da vida material. Antes se escribía un libro, y ese libro ponía en marcha un proceso, y ahora se escribe para que las máquinas no se paren. Con lo cual todos los libros que se publican son anónimos. El autor más famoso del mundo, si publicara un libro sin promocionarlo, pasaría inadvertido. El sistema tiene la ventaja de que un libro, si está bien promovido, se conoce; y la desventaja de que si la novela es mala, se entera más gente.
–¿Cuál fue el germen de Son de mar?
–Todo comienza siempre por una sensación o una idea. En este caso fue una visión plástica de unos náufragos que salen del mar, ahogados, pero vestidos de novios. Y a partir de entonces hay que imaginar la identidad de la pareja, pensar que ese novio tal vez fue alguien que naufragó diez años antes.
–La intriga que plantea la novela no se resuelve...
–Es la protagonista quien elige si el personaje que regresa es el que se fue o no. Pero también en la última página del libro es el lector el que decide qué identidad tiene este personaje. Siempre he soñado con escribir una novela policíaca en la que la última página el lector llegara a la conclusión que el asesino era él mismo. En Son de mar sucede algo así.
–La imagen del Mediterráneo recorre toda la historia ¿qué lo fascina de ese mar?
–Es el más caótico que hay, sede de desgracias y a la vez un ideal de belleza universal. Cuando hablan de la convulsión del Caribe, me parece un cuento naif de piratas y bucaneros. ¿No acaban de tirar sobre el Mediterráneo miles y miles de toneladas de bombas sobre un pueblo inocente? Pero el Partenón, los dioses de la mitología y la belleza tienen que ver con el mismo lugar. Es un mar interior, lo llevamos dentro como una parte sumergida de nuestro cerebro.
–Recién hacía mención al conflicto de Kosovo, sobre el que escribió varios artículos. ¿Cómo ve el desenlace?
–Esta guerra ha sido una gran humillación para Europa. Se ha librado para que quede claro quién manda. Estados Unidos, frente a unidades políticas y monetarias de la Comunidad Europea –que generan una ilusión hegemónica en el día de mañana– ha dejado claro que es el gallo del corral de este planeta. Pero los derrotados son europeos. Esa Europa vieja, llena de cultura, con universidades milenarias, que de pronto destruye uno de sus países con una guerra humanitaria desproporcionada, no sólo no ha evitado el mal sino que lo ha multiplicado por cien. Como mínimo, fue un ataque mal planteado. Bombardear monasterios y puentes, destruir fábricas... esos no son métodos.
–¿Cómo describiría esa identidad europea que sueña con la hegemonía?
–Como la política sigue a la economía, creo que a la larga se va a producir una unidad política, aunque no estoy seguro que suceda a nivel social. Cuando la humanidad tiene ese movimiento de sístole, de concentración, la evidencia de que el mundo es uno, parece que se hace más evidente lo que nos separa que lo que nos une. Los telones de acero hoy son de terciopelo, de cultura, de etnias.
–¿La guerra es, en alguna medida, un aprendizaje?
–No soy nada optimista, porque creo que la guerra de Kosovo acaba de empezar. Se está produciendo ahora una limpieza étnica al revés. Y los serbios son gente muy dura de pelar, ya vencieron a los nazis y a Stalin. En mi opinión, vamos a ver cosas terribles todavía. Ojalá me equivoque.
–Usted escribe literatura y periodismo. ¿Encara las dos actividades con actitud diferente?
–No. Considero que el periodismo es la gran ficción literaria del siglo XX, Como lo fue la novela burguesa en el XIX o el teatro en el XVII. En el siglo XX el periodismo y la cinematografía son la materia de nuestros sueños, y por eso están muy lejos de la realidad. El hecho de que lo que conocemos hoy sea planetario, instantáneo, compulsivo, y a la vez fragmentado como un espejo que se rompe en mil pedazos, y que cada esquirla de ese vidrio contenga una parte de la realidad... eso no es más que ficción. Que la información se nos sirva a través de unas pantallas donde se mueven unos pequeños algodoncillos rosas y azules, y que a ello lo llamemos la realidad, dista mucho de ser auténtico.
–A diferencia de la novela o el teatro, el periodismo no se propone como ficción.
–No, no lo hace. Pero dentro de un siglo, cuando nuestros sucesores quieran saber qué nivel teníamos de crímenes, tendrán que acudir a las hemerotecas. Y será muy difícil deslindar qué era información grabada y qué eran sueños filmados.
–¿Su concepción le trae discusiones con los periodistas que persiguen la “objetividad”?
–Bueno, en todas las redacciones hay periodistas que a la hora de corregir un cable vacilan un segundo entre elegir un adjetivo u otro. Los que dudan ese segundo ya son escritores. Y el escritor propiamente dicho capaz de crear libros gordísimos, pero al que le da igual un adjetivo que otro, no es escritor.
–¿Qué opina de los críticos que dicen que su obra es clásica?
–No lo creo. Aspiro a ver la vida siempre de un lado propio, no perder la virginidad en la mirada, asombrarme de lo que pasa y reordenar el mundo con palabras. Clásico es cuando tocas una fibra sensible que atañe a todo el mundo. Y eso sólo lo consiguen los grandes-grandes. De todas formas, el gran crítico de todo esto es el tiempo. La literatura es, de todas las artes que hay, la que más pronto se pudre.

 

Una intriga en la playa

Desde la primera página la novela ganadora del premio Alfaguara, Son de mar, plantea la intriga. Dos muertos, él con un smoking pasado de moda, ella con un trajecito Chanel, aparecen sobre una playa mediterránea. Ella, Martina, es la esposa del millonario de la ciudad. El se parece mucho a Ulises, su ex esposo a quien se tragó el mar diez años antes. La historia de amor entre los adolescentes que fueron se cuela entre las imágenes de los cuerpos empapados sobre la arena. La desaparición misteriosa de Ulises, el duelo de Martina, el reencuentro en la madurez, las dudas sobre la identidad del amante ante las que ella cierra los ojos, cada una de las piezas son provistas al lector por separado, dándole la posibilidad de imaginar las palabras que Vicent calla.

 

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