VOCES DE MANDO Por J. M. Pasquini Durán |
El presidente Carlos Menem y el intendente Aldo Rico, correligionarios de última hora, aunque uno es civil y el otro militar, se merecen mutuamente. Ambos desprecian a sus rivales, piensan que son únicos en su especie, usan un lenguaje vulgar (algunos lo llamarían cuartelero) para descalificar, ejercen el gobierno con sentido patrimonial y son autoritarios de ejercicio, ya que de origen sus actuales cargos les fueron encomendados por mayoría en las urnas. Son deudores de Raúl Alfonsín, más presente que nunca en la atención pública a raíz del accidente que sobresaltó a todo el país. Menem le debe a su antecesor el Pacto de Olivos que allanó el camino a su reelección y Rico hoy no tendría carrera política si en lugar de llamarlo héroe lo hubiera metido preso por alzado. Para no abundar, una última coincidencia: frustrados los dos en la respectiva pretensión de llegar al siglo XXI sentados en el sillón de Rivadavia, ahora apoyan la candidatura de Eduardo Duhalde con la misma eficacia que un salvavidas de plomo. Hay que reconocer, sin embargo, que Menem y Rico llegaron hasta aquí porque recibieron mandato de un considerable número de ciudadanos. ¿Por qué los votantes eligen por derecha? La misma pregunta se hicieron los socialdemócratas europeos después de fracasar en las recientes elecciones al Parlamento Europeo. El italiano Luigi Pintor, fundador y columnista de il manifesto, contestó así: ¿Por qué no? Es lógico que camine hacia la derecha esta nueva Europa monetaria y militarista, con veinte millones de desocupados y un programa de rearme, con un líder laborista que declara la guerra al Demonio y un líder alemán que tiñe de verde el birrete de sus connacionales. El socialista Giorgio Bocca expuso otros argumentos: Resulta siempre más difícil votar por partidos de izquierda que juegan carrera por aparecer más moderados que los moderados, por ser como el líder laborista más thatcheriano que la Thatcher, más halcón que un general del Pentágono. La mayoría de los comentaristas de la izquierda europea se inclinan por descartar el efecto Kosovo en los resultados electorales y prefieren atribuírselos al efecto económico. Después de una cadena de victorias de izquierda, desde el Olivo de Prodi en el 96, Blair y Jospin en el 97 y Schroeder en setiembre del 98, con trece de los quince gobiernos de la Unión Europea en manos socialdemócratas, el electorado les dio vuelta la espalda, sobre todo a los que se enredaron en las teorías del libre mercado. Una de las pocas excepciones fue el francés Lionel Jospin, que sigue levantando la bandera de las 35 horas semanales de trabajo. Algunos de estos líderes estarán la próxima semana en Buenos Aires y habrá que escuchar sus propias versiones. De cualquier modo, antes y ahora, de las encuestas europeas emergen las mismas prioridades para los votantes: primero el trabajo, después la paz y luego el medio ambiente. En cuanto a prioridades, también en Argentina la primera es el empleo, a la que se agrega aquí la corrupción. Trabajo y honestidad administrativa son las demandas básicas de la sociedad y debido a la esperanza en ellas, más de una vez, se subordinan otras consideraciones. Saberlo no significa certeza sobre el voto, ya que la ruptura entre la sociedad y sus representaciones políticas quebró la correspondencia entre esas aspiraciones y las ideologías. Algunos confían del centro hacia la izquierda y otros del centro hacia la derecha, sin que importe siquiera la posición económica, social o cultural del votante y sin que la opción sea estable en el tiempo. El obrero sin empleo o mal pago y superexplotado, lo mismo que el pequeñoburgués que pierde calidad de vida, la mujer que soporta la economía del hogar o la desesperanza familiar, el joven universitario o el marginal quecomparten la falta de horizonte, cada cual hace su opción electoral al margen de fidelidades ideológicas. Estas incoherencias, si se las compara con certidumbres de pasadas décadas, sorprenden a más de un encuestador y a más de un político. Tal vez por eso, Francis Fukuyama, que publicó en 1989 su tesis sobre El fin de la historia, insistió el jueves pasado con sus opiniones: Nada de lo que ha sucedido en la política o la economía mundiales en los últimos diez años contradice, en mi opinión, la conclusión de que la democracia liberal y la economía de mercado son las únicas alternativas viables para la sociedad actual. Esta conclusión, sumada a la volatilidad del voto mayoritario, despintó las fronteras entre los partidos y otras distinciones netas. Izquierda y derecha se reconocen en las expresiones más crispadas, porque el resto de los discursos compite, a veces con desesperación patética, por las posiciones de centro, suponiendo que en ese lugar neutro podrán recibir más votos desideologizados que en cualquier otro puesto del abanico político. El resultado de tanto esfuerzo tuvo una primera consecuencia de imagen que agregó confusión al cuadro general. Todos parecen competir por la administración técnica de la misma economía que provocó el desempleo masivo, lo cual supone una contradicción flagrante con el deseo de atraer a un electorado que quiere romper con esa tendencia de exclusión social. Los directivos del Fondo Monetario Internacional (FMI) han recibido como cierto ese mensaje de uniformidad y decidieron, por lo tanto, enviar un par de tecno-burócratas a presentarles el pliego de condiciones para el futuro, ya que descuentan que no importa quién gane cualquiera tendrá que seguir el rumbo. A los financistas les interesa comprometer a los futuros gobernantes en el pago puntual de la deuda externa, que ya ocupa un tercio del presupuesto nacional, y en nuevos ajustes estructurales, que bajen todavía más el costo laboral. A propósito, entre las herencias de la era menemista, quedan en los tribunales unos 2500 procesos contra delegados y militantes sindicales, a los que hay que sumar los periodistas y editores perseguidos por la misma vía. Encima hay que agradecer que no vayan presos, como los editores de Planeta en Chile. Dado el nivel de los mensajeros, y la misión misma, parece una insolencia protocolar del FMI cometida con los modales del alguacil Rico. A lo mejor se trata de un hábito adquirido en los últimos diez años de trato con la Argentina, durante los cuales el gobierno menemista dio tantas muestras de fidelidad que cualquiera podría confundirla con obsecuencia. Acaba de hacerlo otra vez el Presidente en Nueva York, pronunciándose a favor de la ley de patentes que quiere la industria farmacéutica norteamericana, sin hacer caso de las opiniones contrarias del Congreso ni de los empresarios argentinos. Las políticas públicas de Menem han tenido dos lealtades principales: la Casa Blanca, sobre todo para la economía, y el Vaticano, sobre todo para los temas privados de la procreación. Sus ministros han dado su cuota a las mismas líneas, desde las relaciones carnales de Di Tella a la adhesión incondicional de Corach a la nueva doctrina de seguridad hemisférica, que ahora se basa en la hipótesis militar de conflicto contra el narcoterrorismo, que no es otra cosa que la continuidad de la guerra antisubversiva, que resultaba anacrónica después de la implosión del comunismo europeo. A raíz de esa conducta, Menem se va del gobierno con un creciente índice de impopularidad, pero con el prestigio intacto en Washington y la Santa Sede. Estaba en Nueva York, justamente, para recibir otra distinción papal en premio por su cruzada contra el aborto bajo cualquier circunstancia. Fue agasajado en el yate Princesa, protagonista de la serie El crucero del amor, por dignatarios como el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, titular del Consejo Pontificio para la Familia, uno de los más notorios exponentes del conservadurismo fundamentalista católico. Quizásinspirado por el ambiente, el Presidente lo llamó Judas a Cavallo, se ubicó a años luz por encima de Duhalde y De la Rúa y anunció otra de sus opciones personales, pronunciándose en contra del matrimonio homosexual en razón de la naturaleza de las cosas. Extraviado en esas espiritualidades, Menem no alcanzó a explicar por qué este año la desocupación será del quince por ciento y el subempleo de otro quince por ciento, por qué los ricos ganan ahora veintiocho veces más que los pobres si hace diez años la diferencia era de catorce veces, y cómo puede hacer la familia para permanecer integrada y feliz en medio de tanta miseria. No hay ninguna razón, aunque así lo crea el FMI y más de uno en el país, para que tanta desgracia suceda debido a la naturaleza de las cosas. Más bien, lo contrario.
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