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La adrenalina de las dos campañas

La lógica, los códigos, el sabor de las campañas políticas. Los estilos de dos candidatos con más semejanzas que diferencias. Los consejos de los asesores importados.

Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa, protagonistas de la campaña.
Llegaron adonde están doblegando a los líderes de sus partidos.

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OPINION
Por Mario Wainfeld

t.gif (862 bytes)  Para los protagonistas son meses de excitación. Se segregan hectolitros de adrenalina y de otros fluidos corporales. Se discute, se riñe, surgen romances flamígeros que a menudo se consuman en pocos días (y muchas veces se extinguen en días o en horas). El objetivo único y concreto los hace monotemáticos. Pone anteojeras que impiden ver otras cosas –la familia, los afectos personales, el colesterol– y genera inusuales –por altos– niveles de capacidad de trabajo y eficiencia. Reina una alegría acelerada, de estudiantina, que puede virar en segundos a discusiones o peleas virulentas. Se viaja a los tumbos, se mastica a menudo comida fría y mal servida, se bebe en vasos de cartón. Se acometen tareas fatigantes (caravanas, caminatas). No hay francos ni feriados. Es raro que se llegue puntual a algún sitio y que el clima sea templado cuando se está al aire libre. Las campañas electorales son incómodas, exigentes, fatigantes y al final del camino pierden más de los que ganan. Y al unísono son una obsesión, un trabajo full time, un estimulante y –para unos cuantos– un afrodisíaco. A los políticos de ley las campañas le gustan como el dulce de leche, sólo que empalagan menos y no los empachan nunca.
Raúl Alfonsín el jueves estaba en campaña. No es candidato y ocupa un segundo plano que lo incomoda, pero sigue remando desde el lugar que le tocó. El ex presidente, que es el más convencido de que hay que cumplir con un acto en una pequeña ciudad, su viaje surcando el frío con sus amigos en una 4 x 4 hablando sin duda todo el tiempo de política, pintan una buena postal de lo que es una campaña. Y de lo que es un político de raza, para quien ese día y en ese lugar no había nada más importante en la tierra que llegar a Ingeniero Jacobacci.
A veces las campañas glorifican porque la sociedad está tan encendida como los dirigentes, dialoga con ellos, le transmite pasiones y demandas. Algo así ocurrió en 1946, en 1973, en 1983. Esos momentos reclaman (y a menudo engendran) líderes potentes, emocionales como Juan Domingo Perón, como fue Alfonsín en 1983 y como llegó a serlo, llevado si no inventado por el tono de su época, Héctor Cámpora. En 1999 la consolidación democrática, la repetición de las rutinas electorales, la desesperanza, la obsesión por sobrevivir dan otro tono a la –por lo demás absurdamente prolongada– campaña electoral, que promete al final del camino ungir un presidente muy distinto –al menos como imagen y propuesta– al tribuno que supo ser Alfonsín en el ‘83.
Más parecidos que diferentes
“El sistema bipartidista –bromeó el escritor Gilbert K. Chesterton– consiste en que, de verdad, hay un solo partido. Si hubiera dos, no habría sistema.” Chesterton escribió sobre Inglaterra y hace muchos años, pero su ironía sigue siendo sugestiva. El bipartidismo instalado propende a igualar a los partidos y, sobre todo, a sus ofertas electorales. La pelea por el votante indeciso, de centro, flotante, los lleva a moderar sus aristas. El peronismo y el radicalismo no son iguales, pero en campaña buscan ser menos distintos. Y los candidatos que han elegido para representarlos en la última elección del siglo se parecen mucho más de lo que se diferencian.
Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa son conservadores en imagen y en propuestas. Su imagen familiar es más que tradicional, una esposa sobria y no disonante (ni una Evita, ni una Hillary, ni una Zulema), hijos que no producen desaguisados y casi ni aparecen (ni aún Antonio de la Rúa, que forma parte de todas las mesas chicas que integra su padre), costumbres religiosas también clásicas, condimentadas con buenas vinculaciones con los sectores conservadores de la Iglesia.
Alfonsín, Arturo Frondizi y Arturo Illia carecían de experiencia de gobierno. Juan Perón la tenía pero acumulada en poco más de un año de cargos en un régimen de facto. Carlos Menem había manejado una provinciamuy pequeña y atrasada. De la Rúa y Duhalde llegan adonde están tras una larga carrera política y partidaria. Han transitado todo el escalafón.
Los dos han enfrentado la oposición y hasta el desdén de los principales referentes de sus fuerzas. Carlos Menem y Alfonsín los han aceptado como imposición de las circunstancias, pero también como una derrota personal y un bajón.
Paradójicamente, estos dos hombres arquetípicos de sus partidos son candidatos a contragusto de la mayoría de los dirigentes de sus fuerzas. Ahora tiene bien o mal a muchos encolumnados, pero Duhalde nunca fue aceptado por la primera línea como “candidato natural”. Fue “candidato” a secas cuando Menem puso fuera de carrera a Carlos Reutemann y a Ramón Ortega.
El radicalismo, más cuidadoso de las formas, no opuso a De la Rúa obstáculos ostensibles. Pero su candidatura fue aceptada como una malhadada imposición y son muchos los dirigentes que siguen resistiéndolo con sordina. El jefe de Gobierno de la Capital, sin levantar la voz, rezonga ante sus íntimos por la falta de colaboración de “los jóvenes” Leopoldo Moreau y Federico Storani que –desplazados a un segundo plano de la escena nacional por los dos principales dirigentes del Frepaso y relegados en el espacio provincial por Melchor Posse– se dedican más a criticar que a sumarse a la campaña. Y no tiene que esforzarse mucho para recordar a otros que jugaron su propio juego: el principal pero no el único, el cordobés Ramón Mestre, aprendiz de brujo que se mandó solo y perdió una provincia importante a manos del PJ.
Los dos candidatos son personalistas, omnipresentes, desconfiados. Hablan con poca gente y en menos gente confían. El asesor publicitario James Carville le preguntó a Duhalde: “¿Quién maneja su agenda?”. “Yo”, contestó el gobernador. “Ni yo manejo mi agenda –le espetó el experto–. Usted no debe manejar la suya, tiene que cambiar. Un gobernador puede funcionar no delegando. Un presidente no.” Duhalde no le dijo ni “sí” ni “no”, pero no le será fácil asumir a pleno el consejo importado (y caro).
De la Rúa también tiene su asesor importado –Dick Morris–, que le dispara un kit de frases certeras y tajantes. Desde luego, contradictorias con las de su colega que calienta la oreja del gobernador bonaerense. Carville le propone permanentemente a Duhalde la confrontación con Menem. Morris le asegura a De la Rúa que los dos pesos pesado del peronismo “son como siameses. Si uno mata al otro, también muere”. Al fin del camino, uno tendrá razón y otro no. Como en el caso de los técnicos de fútbol, su razón y su sabiduría se medirán por el resultado que logran otros. Básicamente los primeros de la lista porque mucha gente participa en las campañas en pos de poder o dinero o gratificación o todo junto pero –en la tierra de Carville y de Morris y en esta misma– a la hora de la verdad la campaña se centra en los candidatos presidenciales.
Los climas
Los candidatos a vice pueden estar en la foto, pero su protagonismo es sideralmente menor al de sus compañeros de fórmula.

Ramón “Palito” Ortega y Carlos “Chacho” Alvarez fueron elegidos por su alto perfil, pero no imprimen su estilo y su presencia en las campañas. En las filas del orteguismo eso se toma con cierta naturalidad. A Alvarez le cuesta más convencer a sus huestes (y tal vez a su espejo) de que no competir con De la Rúa, permanecer en segundo plano, es la estrategia adecuada para mantener la unidad de una coalición muy reciente y para ganarse la confianza del candidato a presidente. Graciela Fernández Meijide piensa parecido a Chacho, alaba su templanza para bancarse el segundo lugar. Seguramente pesa en su juicio su relación con Melchor Posse, que replica el funcionamiento de la fórmula nacional. Graciela comparte con eldirigente provincial todo el trajín de la campaña y agradece en público y ante confidentes que le reconozca sin ambages su primer lugar.
Pero apenas se baja un peldaño en las líneas del Frepaso brotan los lamentos por la baja presencia de Chacho, que asocian a una pérdida de poder interno del Frepaso en la Alianza. Los chachistas más incondicionales replican a esta queja con tres argumentos: el primero es refrescarles que el Frepaso perdió con holgura la interna ante la UCR y que eso y no el rol en la campaña es lo que motiva las asimetrías de poder. El segundo es que la Alianza con este esquema viene ganando y no es del caso entorpecer la línea de campaña que debe ser impresa por De la Rúa. De rondón les enrostra a sus compañeros más díscolos que las rebeldías antialiancistas y minoritarias de los frepasistas de Córdoba, Catamarca y Río Negro son facturas internas que debe levantar Alvarez de los aliados radicales.
El argumento más convincente es el segundo. Una buena campaña es aquella que obtiene el triunfo y en este momento los aliancistas están convencidos de que así ocurre. Las últimas encuestas conocidas, incluyendo la que publica hoy Página/12, le dan ventaja sobre el PJ, sustentadas en la enorme diferencia que obtienen en la Capital y paridad en la provincia de Buenos Aires. Los aliancistas miden bien en el Gran Buenos Aires pero todavía no tienen buena intención de voto en el interior. Su lectura, optimista, es que ese interior, donde el radicalismo es usualmente fuerte, en definitiva los votará y que ganando provincia y Capital no pueden perder la nacional.
En el PJ no campea la desesperación pero tampoco la euforia que reinaba hace un mes. La mayoría de los peronistas advierten que Duhalde, tras un crecimiento fenomenal en los primeros meses del año, entró en una meseta cuyo techo no es fácil de horadar. Algunos asesores políticos de Duhalde le propusieron en estos días seguir doblando la apuesta de diferenciarse del menemismo. Uno de ellos le sugirió desatar una ofensiva pública contra la aprobación del pliego de senador de Carlos Corach y una andanada de críticas a la dirigencia de la CGT. Duhalde no dijo ni “sí” ni “no”, pero esas jugadas no parecen gustarle mucho a Julio César “Chiche” Aráoz, su nuevo jefe de campaña, quien prefiere tender puentes –si no hacia Menem– hacia el resto del peronismo. Y de momento Aráoz preside el muy estrecho círculo áulico del gobernador.
El clima aliancista es en estos días más respirable que el peronista y todo en las campañas se vive intensamente y con vértigo. Pero también es provisorio: puede cambiar, conforme sucedió varias veces en los últimos tiempos. Los que viven en campaña padecen esos subibajas con pasión que no parecen ser la media en el resto de la sociedad. Es un problema, porque el sistema democrático necesita que haya “animales políticos” obsesivos, monotemáticos, dedicados a full a la búsqueda del poder..., si no se es así no se llega a las primeras líneas ni mucho menos a Presidente. Pero también necesita el calor y la presencia –que es control y que es demanda– de los ciudadanos de a pie, sin los cuales la política es apenas una pasión para iniciados.

 

Una anécdota off the record

El gobernador de Entre Ríos Jorge Busti llegó al Ministerio de Economía sudando la gota gorda pese al frío reinante. Fue recibido por el viceministro de Economía, Pablo Guidotti, a quien contó sus cuitas. Las cuentas de Entre Ríos están bastante equilibradas pero hace falta alguna ayuda para repechar la crisis económica. Sugirió varias iniciativas y sólo recibió de respuesta “nones” y a veces silencio. Entonces Busti (foto) estalló: “¿Donde vivís vos Guidotti?”. El segundo de Roque Fernández lo miró perplejo. “Lo que quiero decirte es que nadie sabe dónde vivís. Yo vivo y viviré en Entre Ríos, la gente me conoce, va a mi casa, se queja y me pide cosas. Si perdemos las elecciones yo me voy a quedar remando y poniendo la cara en Entre Ríos. A vos nadie te va a buscar porque nadie te conoce y de última agarrás un master en cualquier lado y te vas del país.” Un gobernador peronista, que no es Busti, contaba la anécdota que transmite bien el antagonismo creciente entre el ala política del PJ y los técnicos de Economía, y la remataba diciéndole a Página/12: “No se lo digas a nadie pero con el Mingo (Cavallo) estábamos mucho mejor”.

 

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