OPINION
Por Mario Wainfeld
Para los
protagonistas son meses de excitación. Se segregan hectolitros de adrenalina y de otros
fluidos corporales. Se discute, se riñe, surgen romances flamígeros que a menudo se
consuman en pocos días (y muchas veces se extinguen en días o en horas). El objetivo
único y concreto los hace monotemáticos. Pone anteojeras que impiden ver otras cosas
la familia, los afectos personales, el colesterol y genera inusuales por
altos niveles de capacidad de trabajo y eficiencia. Reina una alegría acelerada, de
estudiantina, que puede virar en segundos a discusiones o peleas virulentas. Se viaja a
los tumbos, se mastica a menudo comida fría y mal servida, se bebe en vasos de cartón.
Se acometen tareas fatigantes (caravanas, caminatas). No hay francos ni feriados. Es raro
que se llegue puntual a algún sitio y que el clima sea templado cuando se está al aire
libre. Las campañas electorales son incómodas, exigentes, fatigantes y al final del
camino pierden más de los que ganan. Y al unísono son una obsesión, un trabajo full
time, un estimulante y para unos cuantos un afrodisíaco. A los políticos de
ley las campañas le gustan como el dulce de leche, sólo que empalagan menos y no los
empachan nunca.
Raúl Alfonsín el jueves estaba en campaña. No es candidato y ocupa un segundo plano que
lo incomoda, pero sigue remando desde el lugar que le tocó. El ex presidente, que es el
más convencido de que hay que cumplir con un acto en una pequeña ciudad, su viaje
surcando el frío con sus amigos en una 4 x 4 hablando sin duda todo el tiempo de
política, pintan una buena postal de lo que es una campaña. Y de lo que es un político
de raza, para quien ese día y en ese lugar no había nada más importante en la tierra
que llegar a Ingeniero Jacobacci.
A veces las campañas glorifican porque la sociedad está tan encendida como los
dirigentes, dialoga con ellos, le transmite pasiones y demandas. Algo así ocurrió en
1946, en 1973, en 1983. Esos momentos reclaman (y a menudo engendran) líderes potentes,
emocionales como Juan Domingo Perón, como fue Alfonsín en 1983 y como llegó a serlo,
llevado si no inventado por el tono de su época, Héctor Cámpora. En 1999 la
consolidación democrática, la repetición de las rutinas electorales, la desesperanza,
la obsesión por sobrevivir dan otro tono a la por lo demás absurdamente
prolongada campaña electoral, que promete al final del camino ungir un presidente
muy distinto al menos como imagen y propuesta al tribuno que supo ser
Alfonsín en el 83.
Más parecidos que diferentes
El sistema bipartidista bromeó el escritor Gilbert K. Chesterton
consiste en que, de verdad, hay un solo partido. Si hubiera dos, no habría sistema.
Chesterton escribió sobre Inglaterra y hace muchos años, pero su ironía sigue siendo
sugestiva. El bipartidismo instalado propende a igualar a los partidos y, sobre todo, a
sus ofertas electorales. La pelea por el votante indeciso, de centro, flotante, los lleva
a moderar sus aristas. El peronismo y el radicalismo no son iguales, pero en campaña
buscan ser menos distintos. Y los candidatos que han elegido para representarlos en la
última elección del siglo se parecen mucho más de lo que se diferencian.
Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa son conservadores en imagen y en propuestas. Su
imagen familiar es más que tradicional, una esposa sobria y no disonante (ni una Evita,
ni una Hillary, ni una Zulema), hijos que no producen desaguisados y casi ni aparecen (ni
aún Antonio de la Rúa, que forma parte de todas las mesas chicas que integra su padre),
costumbres religiosas también clásicas, condimentadas con buenas vinculaciones con los
sectores conservadores de la Iglesia.
Alfonsín, Arturo Frondizi y Arturo Illia carecían de experiencia de gobierno. Juan
Perón la tenía pero acumulada en poco más de un año de cargos en un régimen de facto.
Carlos Menem había manejado una provinciamuy pequeña y atrasada. De la Rúa y Duhalde
llegan adonde están tras una larga carrera política y partidaria. Han transitado todo el
escalafón.
Los dos han enfrentado la oposición y hasta el desdén de los principales referentes de
sus fuerzas. Carlos Menem y Alfonsín los han aceptado como imposición de las
circunstancias, pero también como una derrota personal y un bajón.
Paradójicamente, estos dos hombres arquetípicos de sus partidos son candidatos a
contragusto de la mayoría de los dirigentes de sus fuerzas. Ahora tiene bien o mal a
muchos encolumnados, pero Duhalde nunca fue aceptado por la primera línea como
candidato natural. Fue candidato a secas cuando Menem puso fuera
de carrera a Carlos Reutemann y a Ramón Ortega.
El radicalismo, más cuidadoso de las formas, no opuso a De la Rúa obstáculos
ostensibles. Pero su candidatura fue aceptada como una malhadada imposición y son muchos
los dirigentes que siguen resistiéndolo con sordina. El jefe de Gobierno de la Capital,
sin levantar la voz, rezonga ante sus íntimos por la falta de colaboración de los
jóvenes Leopoldo Moreau y Federico Storani que desplazados a un segundo plano
de la escena nacional por los dos principales dirigentes del Frepaso y relegados en el
espacio provincial por Melchor Posse se dedican más a criticar que a sumarse a la
campaña. Y no tiene que esforzarse mucho para recordar a otros que jugaron su propio
juego: el principal pero no el único, el cordobés Ramón Mestre, aprendiz de brujo que
se mandó solo y perdió una provincia importante a manos del PJ.
Los dos candidatos son personalistas, omnipresentes, desconfiados. Hablan con poca gente y
en menos gente confían. El asesor publicitario James Carville le preguntó a Duhalde:
¿Quién maneja su agenda?. Yo, contestó el gobernador. Ni
yo manejo mi agenda le espetó el experto. Usted no debe manejar la suya,
tiene que cambiar. Un gobernador puede funcionar no delegando. Un presidente no.
Duhalde no le dijo ni sí ni no, pero no le será fácil asumir a
pleno el consejo importado (y caro).
De la Rúa también tiene su asesor importado Dick Morris, que le dispara un
kit de frases certeras y tajantes. Desde luego, contradictorias con las de su colega que
calienta la oreja del gobernador bonaerense. Carville le propone permanentemente a Duhalde
la confrontación con Menem. Morris le asegura a De la Rúa que los dos pesos pesado del
peronismo son como siameses. Si uno mata al otro, también muere. Al fin del
camino, uno tendrá razón y otro no. Como en el caso de los técnicos de fútbol, su
razón y su sabiduría se medirán por el resultado que logran otros. Básicamente los
primeros de la lista porque mucha gente participa en las campañas en pos de poder o
dinero o gratificación o todo junto pero en la tierra de Carville y de Morris y en
esta misma a la hora de la verdad la campaña se centra en los candidatos
presidenciales.
Los climas
Los candidatos a vice pueden estar en la foto, pero su protagonismo es sideralmente menor
al de sus compañeros de fórmula.
Ramón Palito Ortega y Carlos Chacho Alvarez fueron elegidos por
su alto perfil, pero no imprimen su estilo y su presencia en las campañas. En las filas
del orteguismo eso se toma con cierta naturalidad. A Alvarez le cuesta más convencer a
sus huestes (y tal vez a su espejo) de que no competir con De la Rúa, permanecer en
segundo plano, es la estrategia adecuada para mantener la unidad de una coalición muy
reciente y para ganarse la confianza del candidato a presidente. Graciela Fernández
Meijide piensa parecido a Chacho, alaba su templanza para bancarse el segundo lugar.
Seguramente pesa en su juicio su relación con Melchor Posse, que replica el
funcionamiento de la fórmula nacional. Graciela comparte con eldirigente provincial todo
el trajín de la campaña y agradece en público y ante confidentes que le reconozca sin
ambages su primer lugar.
Pero apenas se baja un peldaño en las líneas del Frepaso brotan los lamentos por la baja
presencia de Chacho, que asocian a una pérdida de poder interno del Frepaso en la
Alianza. Los chachistas más incondicionales replican a esta queja con tres argumentos: el
primero es refrescarles que el Frepaso perdió con holgura la interna ante la UCR y que
eso y no el rol en la campaña es lo que motiva las asimetrías de poder. El segundo es
que la Alianza con este esquema viene ganando y no es del caso entorpecer la línea de
campaña que debe ser impresa por De la Rúa. De rondón les enrostra a sus compañeros
más díscolos que las rebeldías antialiancistas y minoritarias de los frepasistas de
Córdoba, Catamarca y Río Negro son facturas internas que debe levantar Alvarez de los
aliados radicales.
El argumento más convincente es el segundo. Una buena campaña es aquella que obtiene el
triunfo y en este momento los aliancistas están convencidos de que así ocurre. Las
últimas encuestas conocidas, incluyendo la que publica hoy Página/12, le dan ventaja
sobre el PJ, sustentadas en la enorme diferencia que obtienen en la Capital y paridad en
la provincia de Buenos Aires. Los aliancistas miden bien en el Gran Buenos Aires pero
todavía no tienen buena intención de voto en el interior. Su lectura, optimista, es que
ese interior, donde el radicalismo es usualmente fuerte, en definitiva los votará y que
ganando provincia y Capital no pueden perder la nacional.
En el PJ no campea la desesperación pero tampoco la euforia que reinaba hace un mes. La
mayoría de los peronistas advierten que Duhalde, tras un crecimiento fenomenal en los
primeros meses del año, entró en una meseta cuyo techo no es fácil de horadar. Algunos
asesores políticos de Duhalde le propusieron en estos días seguir doblando la apuesta de
diferenciarse del menemismo. Uno de ellos le sugirió desatar una ofensiva pública contra
la aprobación del pliego de senador de Carlos Corach y una andanada de críticas a la
dirigencia de la CGT. Duhalde no dijo ni sí ni no, pero esas
jugadas no parecen gustarle mucho a Julio César Chiche Aráoz, su nuevo jefe
de campaña, quien prefiere tender puentes si no hacia Menem hacia el resto
del peronismo. Y de momento Aráoz preside el muy estrecho círculo áulico del
gobernador.
El clima aliancista es en estos días más respirable que el peronista y todo en las
campañas se vive intensamente y con vértigo. Pero también es provisorio: puede cambiar,
conforme sucedió varias veces en los últimos tiempos. Los que viven en campaña padecen
esos subibajas con pasión que no parecen ser la media en el resto de la sociedad. Es un
problema, porque el sistema democrático necesita que haya animales políticos
obsesivos, monotemáticos, dedicados a full a la búsqueda del poder..., si no se es así
no se llega a las primeras líneas ni mucho menos a Presidente. Pero también necesita el
calor y la presencia que es control y que es demanda de los ciudadanos de a
pie, sin los cuales la política es apenas una pasión para iniciados.
Una anécdota off the record El gobernador de Entre Ríos Jorge Busti llegó al Ministerio de Economía
sudando la gota gorda pese al frío reinante. Fue recibido por el viceministro de
Economía, Pablo Guidotti, a quien contó sus cuitas. Las cuentas de Entre Ríos están
bastante equilibradas pero hace falta alguna ayuda para repechar la crisis económica.
Sugirió varias iniciativas y sólo recibió de respuesta nones y a veces
silencio. Entonces Busti (foto) estalló: ¿Donde vivís vos Guidotti?. El
segundo de Roque Fernández lo miró perplejo. Lo que quiero decirte es que nadie
sabe dónde vivís. Yo vivo y viviré en Entre Ríos, la gente me conoce, va a mi casa, se
queja y me pide cosas. Si perdemos las elecciones yo me voy a quedar remando y poniendo la
cara en Entre Ríos. A vos nadie te va a buscar porque nadie te conoce y de última
agarrás un master en cualquier lado y te vas del país. Un gobernador peronista,
que no es Busti, contaba la anécdota que transmite bien el antagonismo creciente entre el
ala política del PJ y los técnicos de Economía, y la remataba diciéndole a Página/12:
No se lo digas a nadie pero con el Mingo (Cavallo) estábamos mucho mejor. |
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