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COPPOLA PRESENTA A COPPOLA
“Yo fui a la Quinta por primera vez cuando era amigo de Carlitos”

Está convencido de que “estamos más cerca de saber cómo intervino la política en el caso” y aprovecha para mostrar su desprecio por Ramón Hernández o Eduardo Duhalde. Crónica de un raid por la ciudad de la mano de Coppola y su novia.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) Guillermo Coppola corre. Es un viernes complicado. El lunes no hay bancos y hay un cheque de unos italianos que debe cobrar en el microcentro antes de las tres. Por eso no está en el departamento de Libertador y llama para que el encuentro sea en la esquina de Dorrego y Lugones. Allí frena la cuatro por cuatro, el cronista sube y empieza las preguntas. Coppola viene de San Fernando, con su novia, la vedette María Fernanda Callejón. Cumplieron con el entrenamiento diario. Están deportivos. El, de short. Quiere hablar sin detener la marcha de los negocios y su preocupación por Diego. Quiere contar su padecer de “dos años ocho meses”. Quiere decir que nada podrá devolverle lo perdido. Ningún dinero. Ninguna indemnización del Estado por los errores cometidos. “Lo que no quita que junto a Diego iniciemos el juicio que sea necesario”, dice, como al pasar.
–Este título se lo muestro a todo el mundo. Esto fue hace más de dos años. Y todos creen que es de ayer –dice veloz sobre la autopista.
Es la tapa de Página/12 del 30 de noviembre de 1996. Allí se lee “Al borde del knock out”. Se refiere a las críticas del fiscal federal de Dolores, Jorge Mola, al juez (Hernán) Bernasconi. Sostiene que se persigue a “ciudadanos inocentes”. Advierte: “Se afecta la seguridad jurídica del país”.
–¿Por qué tanto interés en esa nota?
–Un fiscal ya dijo ahí lo que ahora va a probarse. Después un camarista de Mar del Plata sostuvo que en sus treinta años de justicia nunca vio nada igual. Fue el Estado el que habló por ellos. No Samantha, ni Julieta, ni Natalia. Si se hubiera actuado correctamente hubiésemos evitado todo tipo de vergüenza. Que Diego deje el fútbol. Las pérdidas de contratos, la caída de nuestra imagen internacional. Hubo empresarios que ya no se sentaron a la mesa del narcotraficante. Y por sobre todo la vergüenza judicial. Es increíble la impunidad. Que ese juez esté en funciones. Ahora busquemos responsabilidades, cada uno que acepte la que le cabe.
Ya en la 9 de Julio los que piden monedas en los semáforos lo reconocen. Busca en la guantera, baja los vidrios, les sonríe. Avanza.
–¿Esto significa que usted piensa hacerle un juicio al Estado?
–Nunca voy a tener herramientas para reprocharle al Estado lo que me hizo. ¿Un juicio que me puede dar un beneficio económico? No me interesa. Lo que no quita que no lo haga. Hay cosas que van más allá. Esperemos un fallo positivo. Igual en base a eso no puedo compensar el sufrimiento de mi vieja durante tres años. Ella no sentía vergüenza porque estaba curtida. Pero mis hijas: la chiquita en el colegio la sentía.
–De todas formas hace mucho que convive con una imagen conflictiva.
–Pero no de narcotraficante.
–¿Por qué le más grave el narcotráfico que el homicidio?
–Momentito: una cosa es que un juez que está en “naca” (Francisco Trovato), de inepto me impute por conveniencia. Una cosa es la imagen que puede a uno construirle la prensa. Son las reglas del juego.
–¿Cuáles son las reglas?
–Que a Noticias yo le puedo caer mal o bien. Pueden usar mi cara y el pelo blanco, y decir que soy El Padrino. Pero otra cosa es que jueces de la calaña de Bernasconi, con el discurso del justiciero, hagan desastres.
En Diagonal Norte le cuesta estacionarse. Fernanda Callejón atiende dos celulares y pasa algunos llamados. El maneja, habla por teléfono y se pone el pantalón del buzo para ir a la Banca Nazionale. Vuelve a la media hora.
Mientras, ella habla con el cronista. “A Guille lo condenó la sociedad prejuiciosa”, dice. Guille regresa. Pronto: al Paseo Alcorta. Hay que comprarle ropa deportiva a Diego. Pone primera y continúa la entrevista. Dice: “Además que quede claro: yo cero política”
–Sin embargo en apariencia eso fue lo que lo perjudicó.
–Lo lamento por aquellos que se equivocaron tanto. Porque yo a la Quinta de Olivos fui cuando era amigo de Carlitos. Primera vez que fui a la Quinta. Mirá que tuve oportunidad de ir con otros presidentes. Menos mal que no.
–¿Habla de la dictadura?
–Sí, y no iba, había jugadores que iban. A mí no me interesó nunca. No necesité. Diego habla como habla porque no le regalaron un escarbadiente. ¿A ver si está claro? Todavía nos debe plata la Secretaría de Lucha Contra el Narcotráfico. Aunque Diego participó gratis, tuvimos que pagar pasajes. En Paseo Alcorta es difícil elegir la ropa de Diego. El está hoy ocupado en la familia. Su cuñada Delia, la mujer de Hugo, fue mamá. Nadie lo mueve del Mater Dei. Habla con Guillermo cada hora. Entre el manager y la vedette van seleccionando buzos, medias, rodilleras. Nada les parece. “Para el Diego es re difícil”, le dice Fernanda al cronista. Siguen.
–Quizás la exposición y la vinculación con los entornos implican algunos compromisos y esas sí sean las reglas de juego.
–Disculpame, pero a Ramón (Hernández) lo conocí cuando era ordenanza de un banco. Y creo que con el tiempo siguió siendo ordenanza, con cargo. Porque las veces que lo vi a Ramón en fotos fue poniéndole la corbata al Presidente. Yo no lo vi firmando un decreto. No sé si Ramón tiene poder. Ni me interesa. Acá sólo tuvimos perjuicios producto de que alguno se comió equivocado una relación inexistente. Y así va a terminar.
–Alguna explicación existe.
–Lo único que está claro es que todo pasó en la época en que nosotros colaboramos con la Secretaría de Narcotráfico de la Nación. En la de la provincia estaba y sigue estando (Juan Alberto) Yaría. Hubo una marcha en Dolores en defensa de Bernasconi. Eran seis. Uno era Yaría. Calladito.
–Duhalde.
–Yo digo que no. Sus senadores votaron la suspensión.
–Su mujer los usó para diferenciarse del menemismo.
–Solamente hubo una expresión que le jodió mucho a Diego. Yo estaba preso y Duhalde dijo: “Que se pudra en la cárcel”. En cambio yo sufrí, viéndolos con mi vieja, cuando lloraron en la tele por el libro (El Otro). Lo de Chiche fue política. Ahora, habría que preguntarle a Palito a ver qué opina él. Nos conocemos hace mucho. Yo fui contador, un pinche, cuando en el ‘78 trajo a (Frank) Sinatra.
Así, de paso, dice las cosas Guillermo Coppola. Es claro que va a cobrárselas. Que no habla del inminente fallo “por respeto al tribunal”, pero deja caer lo que finalmente quiere, simulado entre fanfarrias. Ya tiene las bolsas de ropa para Diego. Y vuelve a casa. María Fernanda se va a la suya en la misma camioneta. A él lo espera un asistente. Lo informa sobre las cuentas pagadas. Usa el ascensor de servicio, por el que entraron cuando fue allanado. Al llegar acomoda obsesivamente los papeles en la mesa del office. Sigue hablando mientras se saca la ropa como si estuviera en un vestuario. Y se cubre con una toalla.
–Es evidente que hay una protección a Bernasconi, es indudable.
–¿Los que lo protegen son los mismos de hace tres años?
–Hubo cambio de figuritas. Está claro. No dudo de la honorabilidad del Senado, pero me llama la atención. Eso sí, estamos cada vez más cerca de saber cómo intervino la política en esto.
La mujer que hace diez años se ocupa de la casa le informa de los llamados. Y le muestra una carta del consorcio en la que se extreman las medidas de seguridad. No le gusta. Prohíben usar la entrada de servicio. “Sobre todo a la noche”, dice ella, con un gesto de picardía. El se acomoda a cada rato la toalla y se pasea en pantuflas. Está por cambiarse para su adicción a la exhibición. Tarda. Vuelve a llamar “Diegote”. Guillermo cuenta las 34 puertas de los muebles de cocina que nunca registraron los policías. Muestra el jarrón gemelo. Muestra una balanza de alimentos que podría haber servido de prueba al “enfermo del juez”. Sigue semidesnudo. Se queja de la temperatura excesiva de la calefacción centraldel edificio. Bromea: “La vecina más joven es Libertad Lamarque. De pedo se salvó de Bernasconi”.

 

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