Por Cristian Alarcón Guillermo Coppola corre. Es un
viernes complicado. El lunes no hay bancos y hay un cheque de unos italianos que debe
cobrar en el microcentro antes de las tres. Por eso no está en el departamento de
Libertador y llama para que el encuentro sea en la esquina de Dorrego y Lugones. Allí
frena la cuatro por cuatro, el cronista sube y empieza las preguntas. Coppola viene de San
Fernando, con su novia, la vedette María Fernanda Callejón. Cumplieron con el
entrenamiento diario. Están deportivos. El, de short. Quiere hablar sin detener la marcha
de los negocios y su preocupación por Diego. Quiere contar su padecer de dos años
ocho meses. Quiere decir que nada podrá devolverle lo perdido. Ningún dinero.
Ninguna indemnización del Estado por los errores cometidos. Lo que no quita que
junto a Diego iniciemos el juicio que sea necesario, dice, como al pasar.
Este título se lo muestro a todo el mundo. Esto fue hace más de dos años. Y todos
creen que es de ayer dice veloz sobre la autopista.
Es la tapa de Página/12 del 30 de noviembre de 1996. Allí se lee Al borde del
knock out. Se refiere a las críticas del fiscal federal de Dolores, Jorge Mola, al
juez (Hernán) Bernasconi. Sostiene que se persigue a ciudadanos inocentes.
Advierte: Se afecta la seguridad jurídica del país.
¿Por qué tanto interés en esa nota?
Un fiscal ya dijo ahí lo que ahora va a probarse. Después un camarista de Mar del
Plata sostuvo que en sus treinta años de justicia nunca vio nada igual. Fue el Estado el
que habló por ellos. No Samantha, ni Julieta, ni Natalia. Si se hubiera actuado
correctamente hubiésemos evitado todo tipo de vergüenza. Que Diego deje el fútbol. Las
pérdidas de contratos, la caída de nuestra imagen internacional. Hubo empresarios que ya
no se sentaron a la mesa del narcotraficante. Y por sobre todo la vergüenza judicial. Es
increíble la impunidad. Que ese juez esté en funciones. Ahora busquemos
responsabilidades, cada uno que acepte la que le cabe.
Ya en la 9 de Julio los que piden monedas en los semáforos lo reconocen. Busca en la
guantera, baja los vidrios, les sonríe. Avanza.
¿Esto significa que usted piensa hacerle un juicio al Estado?
Nunca voy a tener herramientas para reprocharle al Estado lo que me hizo. ¿Un
juicio que me puede dar un beneficio económico? No me interesa. Lo que no quita que no lo
haga. Hay cosas que van más allá. Esperemos un fallo positivo. Igual en base a eso no
puedo compensar el sufrimiento de mi vieja durante tres años. Ella no sentía vergüenza
porque estaba curtida. Pero mis hijas: la chiquita en el colegio la sentía.
De todas formas hace mucho que convive con una imagen conflictiva.
Pero no de narcotraficante.
¿Por qué le más grave el narcotráfico que el homicidio?
Momentito: una cosa es que un juez que está en naca (Francisco
Trovato), de inepto me impute por conveniencia. Una cosa es la imagen que puede a uno
construirle la prensa. Son las reglas del juego.
¿Cuáles son las reglas?
Que a Noticias yo le puedo caer mal o bien. Pueden usar mi cara y el pelo blanco, y
decir que soy El Padrino. Pero otra cosa es que jueces de la calaña de Bernasconi, con el
discurso del justiciero, hagan desastres.
En Diagonal Norte le cuesta estacionarse. Fernanda Callejón atiende dos celulares y pasa
algunos llamados. El maneja, habla por teléfono y se pone el pantalón del buzo para ir a
la Banca Nazionale. Vuelve a la media hora.
Mientras, ella habla con el cronista. A Guille lo condenó la sociedad
prejuiciosa, dice. Guille regresa. Pronto: al Paseo Alcorta. Hay que comprarle ropa
deportiva a Diego. Pone primera y continúa la entrevista. Dice: Además que quede
claro: yo cero política
Sin embargo en apariencia eso fue lo que lo perjudicó.
Lo lamento por aquellos que se equivocaron tanto. Porque yo a la Quinta de Olivos
fui cuando era amigo de Carlitos. Primera vez que fui a la Quinta. Mirá que tuve
oportunidad de ir con otros presidentes. Menos mal que no.
¿Habla de la dictadura?
Sí, y no iba, había jugadores que iban. A mí no me interesó nunca. No necesité.
Diego habla como habla porque no le regalaron un escarbadiente. ¿A ver si está claro?
Todavía nos debe plata la Secretaría de Lucha Contra el Narcotráfico. Aunque Diego
participó gratis, tuvimos que pagar pasajes. En Paseo Alcorta es difícil elegir la ropa
de Diego. El está hoy ocupado en la familia. Su cuñada Delia, la mujer de Hugo, fue
mamá. Nadie lo mueve del Mater Dei. Habla con Guillermo cada hora. Entre el manager y la
vedette van seleccionando buzos, medias, rodilleras. Nada les parece. Para el Diego
es re difícil, le dice Fernanda al cronista. Siguen.
Quizás la exposición y la vinculación con los entornos implican algunos
compromisos y esas sí sean las reglas de juego.
Disculpame, pero a Ramón (Hernández) lo conocí cuando era ordenanza de un banco.
Y creo que con el tiempo siguió siendo ordenanza, con cargo. Porque las veces que lo vi a
Ramón en fotos fue poniéndole la corbata al Presidente. Yo no lo vi firmando un decreto.
No sé si Ramón tiene poder. Ni me interesa. Acá sólo tuvimos perjuicios producto de
que alguno se comió equivocado una relación inexistente. Y así va a terminar.
Alguna explicación existe.
Lo único que está claro es que todo pasó en la época en que nosotros colaboramos
con la Secretaría de Narcotráfico de la Nación. En la de la provincia estaba y sigue
estando (Juan Alberto) Yaría. Hubo una marcha en Dolores en defensa de Bernasconi. Eran
seis. Uno era Yaría. Calladito.
Duhalde.
Yo digo que no. Sus senadores votaron la suspensión.
Su mujer los usó para diferenciarse del menemismo.
Solamente hubo una expresión que le jodió mucho a Diego. Yo estaba preso y Duhalde
dijo: Que se pudra en la cárcel. En cambio yo sufrí, viéndolos con mi
vieja, cuando lloraron en la tele por el libro (El Otro). Lo de Chiche fue política.
Ahora, habría que preguntarle a Palito a ver qué opina él. Nos conocemos hace mucho. Yo
fui contador, un pinche, cuando en el 78 trajo a (Frank) Sinatra.
Así, de paso, dice las cosas Guillermo Coppola. Es claro que va a cobrárselas. Que no
habla del inminente fallo por respeto al tribunal, pero deja caer lo que
finalmente quiere, simulado entre fanfarrias. Ya tiene las bolsas de ropa para Diego. Y
vuelve a casa. María Fernanda se va a la suya en la misma camioneta. A él lo espera un
asistente. Lo informa sobre las cuentas pagadas. Usa el ascensor de servicio, por el que
entraron cuando fue allanado. Al llegar acomoda obsesivamente los papeles en la mesa del
office. Sigue hablando mientras se saca la ropa como si estuviera en un vestuario. Y se
cubre con una toalla.
Es evidente que hay una protección a Bernasconi, es indudable.
¿Los que lo protegen son los mismos de hace tres años?
Hubo cambio de figuritas. Está claro. No dudo de la honorabilidad del Senado, pero
me llama la atención. Eso sí, estamos cada vez más cerca de saber cómo intervino la
política en esto.
La mujer que hace diez años se ocupa de la casa le informa de los llamados. Y le muestra
una carta del consorcio en la que se extreman las medidas de seguridad. No le gusta.
Prohíben usar la entrada de servicio. Sobre todo a la noche, dice ella, con
un gesto de picardía. El se acomoda a cada rato la toalla y se pasea en pantuflas. Está
por cambiarse para su adicción a la exhibición. Tarda. Vuelve a llamar
Diegote. Guillermo cuenta las 34 puertas de los muebles de cocina que nunca
registraron los policías. Muestra el jarrón gemelo. Muestra una balanza de alimentos que
podría haber servido de prueba al enfermo del juez. Sigue semidesnudo. Se
queja de la temperatura excesiva de la calefacción centraldel edificio. Bromea: La
vecina más joven es Libertad Lamarque. De pedo se salvó de Bernasconi.
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