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EXCLUSIVO: ASI ES “LA AMENAZA FANTASMA”, QUE SE ESTRENA AQUI EL 8 DE JULIO
El génesis de algo llamado “la Fuerza”

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Qui-Gon Jinn (Liam Neeson), Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) y Anakin Skywalker (Jake Lloyd). 
Los mayores son los Caballeros Jedi, guiados por la Fuerza; el niño será en el futuro el malvado  Darth Vader.

El film que está batiendo records en EE.UU. ofrece una multitud de pistas para los seguidores de la saga estrenada en 1977. George Lucas demuestra que el futuro del cine ya llegó, con efectos especiales asombrosos, y se da el gusto de trabajar con actores de porte. En Buenos Aires se consiguen ya ediciones piratas. na31fo02.jpg (16229 bytes)

La Reina Amidala (Natalie Portman), un personaje clave en la historia del Episodio I de “Star Wars”.
A diferencia de la saga original, George Lucas tuvo aquí actores de calidad, incluso consagrados.

Por Eduardo Fabregat

t.gif (862 bytes) Los datos son tan conocidos como puede suponerse en un producto de tales características: en un mes de exhibición en Estados Unidos, La guerra de las galaxias Episodio I - La amenaza fantasma lleva recaudados más de 300 millones de dólares, tiene el mejor “arranque” de la historia y va por la apuesta más fuerte de todas, despojar a Titanic de su record de 600 millones en Estados Unidos y 1800 a nivel mundial. También, y en especial desde que se difundió el robo de las cintas en el cine de una pequeña localidad estadounidense, es sabido que la industria pirata hizo su parte, que en Nueva York se ofrecen copias en VHS y en los países asiáticos ya circulan los DVDs fantasma. Teniendo en cuenta la tan meneada globalización, no es de extrañar que el film de George Lucas se consiga también en Buenos Aires –donde se estrena el 8 de julio–, y encuentre un público ávido que va de los treintañeros nostálgicos de aquella primera saga iniciada en 1977, a los preadolescentes que consumieron la historia de los Skywalker (y una más que atractiva galería de personajes humanos, extraterrestres y cibernéticos) por medio del video.
El de Star Wars, claro, es un fenómeno de fanatismo que no resiste el análisis cinéfilo. Viendo el Episodio IV –es decir, la primera película estrenada–, cualquiera puede darse cuenta de que ni Mark Hammill (Luke Skywalker), ni Carrie Fisher (Princesa Leia), ni el jovencísimo Harrison Ford (el pirata Han Solo) hacen trabajos dignos de un Oscar, y sólo el venerable Sir Alec Guinness pone distinción allí donde sólo parece haber aventura. De eso se trata: La guerra de las galaxias es quizá una historia ideal para ver a los doce años y en el cine, pero ante todo es un canto a la aventura fantástica, basado en la viejísima cuestión de la lucha entre el bien y el mal. Y potenciada por unos efectos especiales que en aquel fin de los 70 producían asombro, y que hoy también están llevados a su -por ahora– máxima expresión. La amenaza fantasma posee el mismo espíritu, y por ello sirve de poco saber que la prensa especializada del Norte le haya dedicado párrafos poco halagüeños. Es el Episodio I. Es el origen de los conflictos desarrollados en La guerra..., El imperio contraataca y El regreso del Jedi. Es el reencuentro con la Fuerza mística de los Caballeros Jedi, los sables de luz y las batallas entre las estrellas. Es lo que cualquier degustador del cine de ciencia ficción está esperando desde 1983, cuando la primera trilogía se cerró con cierto tufillo a telenovela.
El ya mítico texto en perspectiva que abre el film presenta la situación galáctica una generación antes de Luke, Leia y Han Solo. En una lucha de dominio de las rutas comerciales, la Federación de Comercio acaba de cerrar las vías de suministro al pequeño planeta Naboo, y la cuestión está a un tris de resolverse por la lucha armada. Para solucionar el conflicto, el Consejo Jedi envía a un Caballero y su aprendiz a la nave que controla el bloqueo: apenas llegados, Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) y Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) son atacados a traición por un pequeño ejército de robots cuyas cabezas recuerdan a las de un galgo. La secuencia entrega la primera escena a puro sablazo luminoso y artes marciales, hasta el escape del dúo a Naboo. Allí se toparán con uno de los prodigios tecnológicos de la película: Jar Jar Binks, un payasesco alienígena generado por computadora (y que para la filmación original fue encarnado por Ahmed Best, un integrante de la troupe de Stomp) que los conducirá a una asombrosa ciudad submarina. Y eso es sólo el comienzo.
Para los seguidores de la saga Star Wars, el Episodio I ofrece una multitud de pistas disfrutables. E incluso permite alguna lectura contemporánea no tan trasnochada. Es que empieza a quedar claro que la formación del Imperio tiene que ver con una poderosa corporación económica (la Trade Federation), que aprovecha las flaquezas de la República para ganar espacios y armar su ejército: mientras Naboo se debate bajo el bloqueo, el Senado mantiene una típica discusión parlamentaria sin fin. En ello tiene mucho que ver el senador Palpatine, un personaje que, como elpúblico ya sabe, llegará a ser el Emperador, el amo del Lado Oscuro de la Fuerza. Como una especie de Carlos Corach intergaláctico, Palpatine lleva adelante un doble juego en el que pretende ayudar a la Reina Amidala (Natalie Portman) a salvar a Naboo, mientras planifica la destrucción de los Jedi con la ayuda de la Federación y Darth Maul (Ray Park, un experto en artes marciales que fue contratado como entrenador y terminó debutando en la pantalla), un Señor del Sith que es antecesor del archimalvado Darth Vader. Que aquí, claro, aparece en una forma por demás inocente: un niño de 9 años llamado Anakin Skywalker.
Anakin (Jake Lloyd) es la clave del nuevo film de Lucas. De hecho, el pequeño Skywalker es, más que los manejos de Palpatine y la Federación, la “amenaza fantasma” del título. Qui-Gon y Obi-Wan –nombres que, de manera para nada casual, remiten a la filosofía de los samurai orientales– encuentran al chico al buscar refugio en Tatooine. Allí, Anakin es un esclavo de increíble capacidad para diseñar, armar y arreglar artefactos (“Puedo arreglarlo todo”, dice ante la mirada extrañada de Qui-Gon), como lo demuestra el androide que tiene a medio terminar, aún sin “piel” y con movimientos torpes. He ahí un descubrimiento sorprendente aun para los conocedores: el famoso robot dorado C3PO... es una creación de Darth Vader. Su compañero, el androide-lavarropas R2D2 –es decir Artoo Detoo, o bien “Arturito”– también aparece en el film iniciático, y ya con categoría de pequeño héroe, al solucionar un desperfecto de la nave de la Reina Amidala en el fragor de una batalla.
Las batallas, por supuesto, abundan en La amenaza fantasma. Conocido recreador de escenas históricas –el ataque final de Star Wars, según reconoció, está inspirada en 30 segundos sobre Tokio, de Melvyn LeRoy–, Lucas armó aquí una carrera de pod racers entre Anakin, el campeón Sebulba y otros competidores que no hacen al caso, que es el momento más memorable de la película, en lo tecnológico y en su tensión narrativa. Y que es nada menos que una versión ultramoderna de la carrera de cuadrigas de Ben Hur, con el conocido Jabba The Hutt jugando las veces de emperador romano. Uno más de tantos gustos que se dio el creador de la saga, que si en los primeros films tuvo que lidiar con la rigidez actoral de Hammill y Fisher, aquí se da el gusto de tener a Neeson, McGregor (quien logra una notable simbiosis con Guinness) y Portman en los protagónicos, y a gente como Samuel L. Jackson y Pernilla August, actriz de Bergman y Bille August, en personajes secundarios. Eso, más el increíble despliegue de chiches tecnológicos, vestuario, escenarios y edición digital, demuestra que Lucas sabe cómo disfrutar su obra. Al punto de permitirse chistes como presentar las naves de combate de la Federación con la forma de una dona.
Lo demás es la historia, tan potente como entonces. Lo que puede decirse sin estropear la sorpresa del espectador es que Qui-Gon presentará a Anakin ante el Consejo Jedi, preguntándose si no es el mencionado en una profecía para “balancear la Fuerza”, y pidiendo permiso para entrenarlo, ante la resistencia del Maestro Yoda, Mace Windu (Jackson) y el mismo Kenobi. Que se producirán los primeros cruces entre Skywalker y Amidala, en el futuro padres de Luke y Leia. Que el destino de los nobles Caballeros no es nada halagüeño. Que Obi Wan Kenobi, aquí un personaje no tan relevante, deberá pasar su primera prueba de fuego. Pero, ante todo, que el Episodio I - La amenaza fantasma, más allá de fanatismos y mitologías, encierra dos horas de una historia atrapante, contada a buen ritmo y con el aporte de una tecnología más sorprendente que las mismas navecitas. Con eso, y con la compañía de la Fuerza, es suficiente.

 

La vigilia de los fans

La fiebre desatada por el Episodio I también dio pie a la gira El poder del mito, que arrancó en Irlanda el jueves y continúa por Gran Bretaña, Dinamarca, Alemania, Suiza, Bélgica, España, Portugal, Italia y Francia. Utilizando la historia y la imaginería de Star Wars –podrá verse una reproducción a tamaño real de una nave de combate, y por los stands aparecerá nada menos que Darth Vader, con su cohorte de stormtroopers de armadura blanca– la exposición itinerante montada por Lucas propone rescatar epopeyas similares pero de este planeta, como el Rey Arturo, Guillermo Tell y el dios escandinavo Thor. Menos ambiciosa pero más cercana, la Primera Convención argentina de La guerra de las galaxias convoca a los fans locales a un encuentro en la sala Pablo Picasso de La Plaza, el 4 de julio, para ir matando la espera del estreno. A 3,50 la entrada, se ofrecerán avances del film, charlas, sorteos y merchandising de regalo.

 

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