Por Eduardo Fabregat Los datos son tan conocidos
como puede suponerse en un producto de tales características: en un mes de exhibición en
Estados Unidos, La guerra de las galaxias Episodio I - La amenaza fantasma lleva
recaudados más de 300 millones de dólares, tiene el mejor arranque de la
historia y va por la apuesta más fuerte de todas, despojar a Titanic de su record de 600
millones en Estados Unidos y 1800 a nivel mundial. También, y en especial desde que se
difundió el robo de las cintas en el cine de una pequeña localidad estadounidense, es
sabido que la industria pirata hizo su parte, que en Nueva York se ofrecen copias en VHS y
en los países asiáticos ya circulan los DVDs fantasma. Teniendo en cuenta la tan meneada
globalización, no es de extrañar que el film de George Lucas se consiga también en
Buenos Aires donde se estrena el 8 de julio, y encuentre un público ávido
que va de los treintañeros nostálgicos de aquella primera saga iniciada en 1977, a los
preadolescentes que consumieron la historia de los Skywalker (y una más que atractiva
galería de personajes humanos, extraterrestres y cibernéticos) por medio del video.
El de Star Wars, claro, es un fenómeno de fanatismo que no resiste el análisis
cinéfilo. Viendo el Episodio IV es decir, la primera película estrenada,
cualquiera puede darse cuenta de que ni Mark Hammill (Luke Skywalker), ni Carrie Fisher
(Princesa Leia), ni el jovencísimo Harrison Ford (el pirata Han Solo) hacen trabajos
dignos de un Oscar, y sólo el venerable Sir Alec Guinness pone distinción allí donde
sólo parece haber aventura. De eso se trata: La guerra de las galaxias es quizá una
historia ideal para ver a los doce años y en el cine, pero ante todo es un canto a la
aventura fantástica, basado en la viejísima cuestión de la lucha entre el bien y el
mal. Y potenciada por unos efectos especiales que en aquel fin de los 70 producían
asombro, y que hoy también están llevados a su -por ahora máxima expresión. La
amenaza fantasma posee el mismo espíritu, y por ello sirve de poco saber que la prensa
especializada del Norte le haya dedicado párrafos poco halagüeños. Es el Episodio I. Es
el origen de los conflictos desarrollados en La guerra..., El imperio contraataca y El
regreso del Jedi. Es el reencuentro con la Fuerza mística de los Caballeros Jedi, los
sables de luz y las batallas entre las estrellas. Es lo que cualquier degustador del cine
de ciencia ficción está esperando desde 1983, cuando la primera trilogía se cerró con
cierto tufillo a telenovela.
El ya mítico texto en perspectiva que abre el film presenta la situación galáctica una
generación antes de Luke, Leia y Han Solo. En una lucha de dominio de las rutas
comerciales, la Federación de Comercio acaba de cerrar las vías de suministro al
pequeño planeta Naboo, y la cuestión está a un tris de resolverse por la lucha armada.
Para solucionar el conflicto, el Consejo Jedi envía a un Caballero y su aprendiz a la
nave que controla el bloqueo: apenas llegados, Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) y Obi-Wan Kenobi
(Ewan McGregor) son atacados a traición por un pequeño ejército de robots cuyas cabezas
recuerdan a las de un galgo. La secuencia entrega la primera escena a puro sablazo
luminoso y artes marciales, hasta el escape del dúo a Naboo. Allí se toparán con uno de
los prodigios tecnológicos de la película: Jar Jar Binks, un payasesco alienígena
generado por computadora (y que para la filmación original fue encarnado por Ahmed Best,
un integrante de la troupe de Stomp) que los conducirá a una asombrosa ciudad submarina.
Y eso es sólo el comienzo.
Para los seguidores de la saga Star Wars, el Episodio I ofrece una multitud de pistas
disfrutables. E incluso permite alguna lectura contemporánea no tan trasnochada. Es que
empieza a quedar claro que la formación del Imperio tiene que ver con una poderosa
corporación económica (la Trade Federation), que aprovecha las flaquezas de la
República para ganar espacios y armar su ejército: mientras Naboo se debate bajo el
bloqueo, el Senado mantiene una típica discusión parlamentaria sin fin. En ello tiene
mucho que ver el senador Palpatine, un personaje que, como elpúblico ya sabe, llegará a
ser el Emperador, el amo del Lado Oscuro de la Fuerza. Como una especie de Carlos Corach
intergaláctico, Palpatine lleva adelante un doble juego en el que pretende ayudar a la
Reina Amidala (Natalie Portman) a salvar a Naboo, mientras planifica la destrucción de
los Jedi con la ayuda de la Federación y Darth Maul (Ray Park, un experto en artes
marciales que fue contratado como entrenador y terminó debutando en la pantalla), un
Señor del Sith que es antecesor del archimalvado Darth Vader. Que aquí, claro, aparece
en una forma por demás inocente: un niño de 9 años llamado Anakin Skywalker.
Anakin (Jake Lloyd) es la clave del nuevo film de Lucas. De hecho, el pequeño Skywalker
es, más que los manejos de Palpatine y la Federación, la amenaza fantasma
del título. Qui-Gon y Obi-Wan nombres que, de manera para nada casual, remiten a la
filosofía de los samurai orientales encuentran al chico al buscar refugio en
Tatooine. Allí, Anakin es un esclavo de increíble capacidad para diseñar, armar y
arreglar artefactos (Puedo arreglarlo todo, dice ante la mirada extrañada de
Qui-Gon), como lo demuestra el androide que tiene a medio terminar, aún sin
piel y con movimientos torpes. He ahí un descubrimiento sorprendente aun para
los conocedores: el famoso robot dorado C3PO... es una creación de Darth Vader. Su
compañero, el androide-lavarropas R2D2 es decir Artoo Detoo, o bien
Arturito también aparece en el film iniciático, y ya con categoría de
pequeño héroe, al solucionar un desperfecto de la nave de la Reina Amidala en el fragor
de una batalla.
Las batallas, por supuesto, abundan en La amenaza fantasma. Conocido recreador de escenas
históricas el ataque final de Star Wars, según reconoció, está inspirada en 30
segundos sobre Tokio, de Melvyn LeRoy, Lucas armó aquí una carrera de pod racers
entre Anakin, el campeón Sebulba y otros competidores que no hacen al caso, que es el
momento más memorable de la película, en lo tecnológico y en su tensión narrativa. Y
que es nada menos que una versión ultramoderna de la carrera de cuadrigas de Ben Hur, con
el conocido Jabba The Hutt jugando las veces de emperador romano. Uno más de tantos
gustos que se dio el creador de la saga, que si en los primeros films tuvo que lidiar con
la rigidez actoral de Hammill y Fisher, aquí se da el gusto de tener a Neeson, McGregor
(quien logra una notable simbiosis con Guinness) y Portman en los protagónicos, y a gente
como Samuel L. Jackson y Pernilla August, actriz de Bergman y Bille August, en personajes
secundarios. Eso, más el increíble despliegue de chiches tecnológicos, vestuario,
escenarios y edición digital, demuestra que Lucas sabe cómo disfrutar su obra. Al punto
de permitirse chistes como presentar las naves de combate de la Federación con la forma
de una dona.
Lo demás es la historia, tan potente como entonces. Lo que puede decirse sin estropear la
sorpresa del espectador es que Qui-Gon presentará a Anakin ante el Consejo Jedi,
preguntándose si no es el mencionado en una profecía para balancear la
Fuerza, y pidiendo permiso para entrenarlo, ante la resistencia del Maestro Yoda,
Mace Windu (Jackson) y el mismo Kenobi. Que se producirán los primeros cruces entre
Skywalker y Amidala, en el futuro padres de Luke y Leia. Que el destino de los nobles
Caballeros no es nada halagüeño. Que Obi Wan Kenobi, aquí un personaje no tan
relevante, deberá pasar su primera prueba de fuego. Pero, ante todo, que el Episodio I -
La amenaza fantasma, más allá de fanatismos y mitologías, encierra dos horas de una
historia atrapante, contada a buen ritmo y con el aporte de una tecnología más
sorprendente que las mismas navecitas. Con eso, y con la compañía de la Fuerza, es
suficiente.
La vigilia de los fans La fiebre desatada por el Episodio I también dio pie a la gira El poder del
mito, que arrancó en Irlanda el jueves y continúa por Gran Bretaña, Dinamarca,
Alemania, Suiza, Bélgica, España, Portugal, Italia y Francia. Utilizando la historia y
la imaginería de Star Wars podrá verse una reproducción a tamaño real de una
nave de combate, y por los stands aparecerá nada menos que Darth Vader, con su cohorte de
stormtroopers de armadura blanca la exposición itinerante montada por Lucas propone
rescatar epopeyas similares pero de este planeta, como el Rey Arturo, Guillermo Tell y el
dios escandinavo Thor. Menos ambiciosa pero más cercana, la Primera Convención argentina
de La guerra de las galaxias convoca a los fans locales a un encuentro en la sala Pablo
Picasso de La Plaza, el 4 de julio, para ir matando la espera del estreno. A 3,50 la
entrada, se ofrecerán avances del film, charlas, sorteos y merchandising de regalo. |
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