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OPINION
Somos quienes somos, a pesar del daño
Por Maruja Torres *

Cinco minutos después de que la azafata nos anunciara que permaneceríamos encerrados dos horas en el avión, me eché a llorar. Mis compañeros de puente aéreo, tan puteados como yo, comprendían. Es duro levantarse a las siete de la mañana para volar a las 9.45 y, antes de salir, enterarte de que 41 vuelos habían sido interrumpidos a tan temprana hora, también sin que nadie nos rindiera cuentas. Finalmente, nos habíamos gastado una pasta, dijo un compañero de fila, ojalá privaticen pronto Aena, insinuó. “Y que la sodomicen”, añadí. “La privatización no me parece suficiente.” El otro estuvo de acuerdo.
Yo no lloraba por tener que quedarme en el interior de un aeroplano, sino porque (¡gracias, Aena!, ¡gracias Iberia!) la espera me había permitido hincarle el diente a un libro conmovedor que tenía puesto en mi mesilla guardando cola (con el de Félix Bayón, perdona, amigo; y el de Pere Gimferrer, excúsame, oh, maestro). Pero el libro con el que finalmente me enrollé en la espera me tiraba mucho, en estos días de Derechos Humanos y triunfo de la bondad sobre el pinochetismo. Se titula A veinte años, Luz y trae a nuestro presente historias de la historia más reciente, que al ser expuestas como literatura aún duelen más.
Déjenme que les cuente que su autora es una escritora argentina, bella, rubia y menuda. Elsa Osorio, que en España se gana la vida como puede, y con alegría. Ha publicado varios y buenos libros, pero éste, repito, creo que es el primer tiento a la complejidad de un tema que a todos nos concierne: el robo de bebés de madres secuestradas, con todo lo que ello originó y comporta. Osorio se aleja dramáticamente de lo fácil, ahonda, crea situaciones, personajes: se pregunta por la condición humana en condiciones tan extremas.
Lloré y, quizá por eso, mis compañeros de avión, tan cabreados usando sus móviles para avisar a jefes y socios, no entendieron que, al poco de llorar, me echara a reír. Y eso es lo admirable de este libro, que me gustaría que se vendiera mucho, pero sobre todo que se leyera mucho. Hay un personaje maravilloso, la puta Miriam López, que en realidad es quien pone en marcha el drama, que en los peores momentos te hace cagar de la risa; que es lo que suele ocurrir con la vida.
Es un libro que tiene tanto que ver con lo que ocurre como con lo que ocurrió. Los editores argentinos no lo quisieron editar por considerarlo pasado de moda, por no ser un novelón histórico de, un suponer, la época de San Martín, los colonos españoles, etcétera; por no descubrir naderías del menemismo que acaban por no provocar resultado alguno más allá de la efervescencia porteña, la espuma de los días; puro ombliguismo, de lo más histórico, repito, de lo que va a determinar el futuro. De esos muchachos y muchachas que, sin que nadie se lo pida, saben que nacieron en torno al ‘76, en la Argentina y quieren saber de dónde vienen.
Por suerte ha sido editado en España, por suerte Luz (la protagonista que busca sus orígenes) ha sido parida editorialmente (muestra de las chicas y chicos que fueron arrancados del torturado vientre materno) en un momento histórico extraordinario, en el que la aterrada heroína por los Derechos Humanos se ve recompensada por el desarrollo del caso Pinochet. Pero es una novela sobre quiénes somos, a pesar de quien nos hizo daño. Sin embargo, se los ruego: no crean que A veinte años, Luz es un libro de mera política, un ajuste de cuentas, un panfleto. No, es el esfuerzo notable de alguien que escribe muy bien y piensa con el corazón bien puesto, para arrancar la ficción literaria, es decir, la verdad verdadera, del nudo de los hechos, de los duros hechos, de las cuentas por saldar, de las personas perdidas, del dolor y el desconcierto.
* Columnista del diario español El País.

 

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