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El espionaje militar sólo sacudió parte del tablero

A pesar de que la causa de espionaje militar llega a implicar a un jefe de Inteligencia, aún no hay respuesta del gobierno nacional por un operativo "marginal" que compromete a muchos cuadros castrenses.

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t.gif (862 bytes)  Trece imputados por abuso de autoridad y violación a la Ley de Defensa Nacional por la Justicia federal, unos pocos pases a disponibilidad, algún traslado y un par de mudanzas constituye el saldo hasta ahora de la situación en la que se encuentra parte del Tercer Cuerpo de Ejército por los episodios de espionaje interno realizado por militares sin el aparente conocimiento de los jefes del área y del Estado Mayor. Mientras estos hechos enfrentaron abiertamente al jefe de inteligencia del Ejército con el titular del Tercer Cuerpo, el jefe del Estado Mayor, Martín Balza, busca su propia salida.

La reciente decisión de mudar la cuestionada Central de Reunión de Informaciones (CRI), que tenía su sede en dependencias del parque Sarmiento en Córdoba, es el último recurso al que apeló el general Juan Manuel Llavar, con el fin de controlar más de cerca la actividad de los hombres de esa unidad militar. El ex batallón de Inteligencia 141, que ahora será instalado en los cuarteles del camino a la Calera, cumplió un temible papel en los años de dictadura militar, ya que era el centro de operaciones de las sedes clandestinas de detención y tortura. La noticia de que las tareas de inteligencia se siguen realizando aun después de la apertura de la causa judicial reavivó la necesidad de tomar medidas fuertes. Los militares que trabajan en la CRI demostraron su molestia con la decisión de Llavar, y recurrieron a la Jefatura II de Inteligencia, a cargo del general Jorge Miná, de donde dependen logísticamente. El contrapunto entre Llavar y Miná tuvo su máxima expresión en esta medida, que igual comenzó a concretarse el viernes pasado.

Llavar sigue sosteniendo a rajatabla que las tareas de espionaje se realizaron a sus espaldas, aunque hombres de su entorno dejaron trascender que ya no sostiene que se trató de "marginales", como dijo Balza en alguna oportunidad. Ahora en realidad sospecha que los hombres a su cargo en inteligencia lo "puentearon" y cumplieron órdenes directas de la Jefatura II, con sede en Buenos Aires. Y allí es donde sólo Miná puede tener las respuestas.

Balza, por su parte, salió a denunciar intervenciones de sus teléfonos y de las líneas del Estado Mayor del Ejército, en un evidente paso tendiente a ponerse del lado de los damnificados. ¿Qué denuncia en realidad el jefe del Ejército? ¿Es que Balza desconoce que la Justicia de Córdoba debió intervenir líneas del Ejército y así se pudo descubrir que los agentes de inteligencia espían a toda la sociedad? A partir de esas intervenciones se supo que parte de las llamadas y los faxes se reciben en líneas del Estado Mayor del Ejército argentino.

Las revelaciones que se suman día tras día demuestran que las motivaciones de los espías no corren por un solo carril. La variedad de contenidos en las tareas de inteligencia, de personas y ámbitos seguidos de cerca implicaría que hay una gimnasia en estos menesteres.

Ciertas informaciones son muy valoradas en algunos ámbitos y suelen ser bien pagadas: los ascensos, los favores políticos y las demostraciones de fuerza en el ámbito castrense se miden por la cantidad y calidad de información de que se dispone.

"Los derechos humanos nos interesan porque es una forma de atacar al Ejército", señaló Abel Guillamondegui -–ex jefe de inteligencia del Tercer Cuerpo-- en su declaración ante la Justicia, y lo dijo todo.

El fantasma de Luciano Benjamín Menéndez nunca abandonó las filas del Ejército con sede en Córdoba y aunque su presencia ya no se asoma públicamente sigue teniendo predicamento. "A veces tomamos un café", dijo hace unos días el general Llavar.

Miná sigue en su cargo y los civiles imputados, en sus correspondientes puestos de trabajo. Prueba de que las consecuencias del escándalo de espionaje desatado en Córdoba son hasta ahora escasos, excepto porque logró interrumpir y prácticamente paralizar la búsqueda de la "verdad histórica" y la investigación del destino que corrieron los niños que nacieron en cautiverio durante los años de dictadura.

 

Situación de los acusados

Jorge Miná, el general defendido expresamente por Balza ante la Justicia de Córdoba, quedó finamente imputado. Quienes trabajan en la investigación que lleva adelante Cristina Garzón de Lascano descuentan que Miná conocía el trabajo de inteligencia y aún más, señalan que impartió órdenes precisas en ese sentido. Miná aún sigue en funciones.

José Luis Bo, ex jefe de Contrainteligencia de la Jefatura II fue pasado a disponibilidad porque Juan Manuel Llavar le remitió directamente a Balza los elementos que lo incriminaban. Está suspendido.

Abel José Guillamondegui, ex jefe de la Central de Reunión de Informaciones del Tercer Cuerpo, corrió la misma suerte que Bo y es el militar más comprometido en la causa. De familia militar, su padre fue contemporáneo de Luciano Benjamín Menéndez en su paso por el Ejército; contrató a los abogados Gustavo Franco y Eduardo Rodríguez Aramburu para su defensa en la causa y los puso también a disposición de sus dos subordinados que trabajaron de espías bajo sus órdenes.

Néstor Baudano: con el grado de mayor, fue trasladado a la unidad militar de Mendoza pero no por este hecho. Además del espionaje, quedó implicado en una causa por ser propietario junto a dos "colegas" de la agencia cordobesa de seguridad MBM, negocio incompatible con su cargo militar.

Roberto Quiroga: suboficial mayor, fue el único detenido por unos días en la causa, por el delito de falso testimonio después de declarar ante la jueza. Rápidamente el fiscal federal Carlos Torres, del juzgado de Ricardo Bustos Fierro, pidió su sobreseimiento. También está suspendido.

Edmundo Orsolini: sargento ayudante, trabajaba bajo las órdenes de Guillamondegui y fue acusado por partida doble, tanto en el seguimiento de la causa Menéndez como en las tareas de inteligencia realizadas a políticos, periodistas y otros sectores sociales. Fue pasado a disponibilidad por Llavar.

Alfredo Silva: abogado, personal civil de inteligencia, era adscripto docente en la misma cátedra de la Facultad de Derecho que el abogado de Abuelas en Córdoba, Elvio Zanotti. Silva se presentó ante los periodistas como el abogado de los acusados en un primer momento, sin develar su condición de agente de inteligencia, y días después resultó imputado. No fue separado de su cargo en el Ejército.

Santiago Houston: funcionario de la Administración Nacional de Aduanas, región Centro, cumple funciones desde hace un año en el juzgado federal Nº 1 a pedido del juez Ricardo Bustos Fierro. Nunca fue relevado de su puesto y sigue caminando los pasillos de Tribunales Federales.

Hay algunos personajes que falta identificar en esta historia. Son los agentes que trabajaban bajo seudónimos o claves: "Guastavino" y "Mara" y los que se identifican con códigos numéricos en las escuchas, como "S17" y "A44".

 

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