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EE.UU. no quiere que las compras por Internet paguen impuestos

La administración Clinton presiona para que no se grave el comercio por la red, actividad donde sus empresas son dominantes.

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Por Cledis Candelaresi
t.gif (862 bytes)  Desde que el Congreso aprobó la reforma tributaria, Estados Unidos no cesó de presionar al gobierno de Carlos Menem para que vete un artículo de esa iniciativa, con el argumento de que lesionaba sus intereses comerciales. En esta ocasión, le correspondió a Roque Fernández tranquilizar los ánimos norteamericanos con una carta dirigida al secretario de Comercio, William Daley. En la misiva, el ministro de Economía intentó persuadir a la administración de Bill Clinton de que Argentina no tiene la intención de imponer gravámenes sobre la importación de servicios ni arancelar el creciente comercio que se practica vía electrónica, dos desvelos estadounidenses.
El artículo 8 de la controvertida norma modifica el Código Aduanero, de modo tal que “las locaciones y prestaciones de servicios... derechos de autor y derechos de propiedad intelectual”, tendrán el mismo tratamiento que las mercancías que se importan. La respuesta norteamericana fue inmediata. “Esta modificación motivó diversas gestiones del gobierno de los Estados Unidos, tendientes a procurar que el presidente Menem vetara dicho artículo”, consigna un paper de Cancillería, fechado a fines de mayo.
El 10 de diciembre pasado Daley envió una nota a Fernández confesando la inquietud de su gobierno. La administración Clinton temió que al equipararse los servicios (y demás rubros) a las mercaderías, se les podrían aplicar a esos derechos aduaneros.
Si lo hiciera, Argentina impondría una barrera a la importación de esos bienes o al comercio on line, rubros en los que Estados Unidos tiene indiscutida preeminencia como proveedor. Quizás para no perder esa prerrogativa es que, en la misma carta, Daley advirtió que, en caso de gravar aquellos bienes, Argentina podría incumplir los compromisos asumidos ante la Organización Mundial de Comercio.
Poco después, el canciller Guido Di Tella recibió una nota de similar tenor, pero firmada por Charlene Barshefsky, funcionaria de la USTR, organismo del que provinieron las más fuertes presiones norteamericanas para que Argentina endureciera la legislación con la que ampara la propiedad intelectual (la Ley de Patentes y otras conexas).
El titular del Palacio San Martín contraatacó con argumentos técnicos. En una carta dirigida a la funcionaria, Di Tella aclaró que Argentina no aplica gravámenes sobre software, pero que ya gravó desde 1995 otros artículos (como discos compactos), cuyo precio incluye un derecho de autor. A juicio argentino no existe ninguna disposición del GATT que impida gravar la importación de servicios. Finalmente, la declaración de la OMC sobre comercio electrónico “es de naturaleza política y, por lo tanto, no legalmente vinculante”.
Pero fue Economía el que suscribió el compromiso político de no utilizar aquella modificación del Código Aduanero para frenar la creciente exportación estadounidense de servicios o productos intelectuales ni el comercio electrónico, que por ahora está libre de impuestos. Esta garantía fue otorgada en una de las cartas dirigidas a la Secretaría de Comercio firmadas por Fernández, y que parece haber resultado convincente.
Menem no vetó el polémico artículo. Sin embargo, el reciente informe anual de la USTR detalla el conflicto bilateral pero, al mismo tiempo, alude a la declarada voluntad del gobierno argentino de no aumentar los tributos sobre el comercio exterior.

 

Más importante que Patentes
La importación de servicios y el comercio electrónico es un terreno casi virgen en regulaciones, en el que los Estados Unidos pretenden conservar su lugar de privilegio como proveedores. Bien podría decirse que este afán es el que motivará los principales conflictos bilaterales de ahora en más en el continente: la presión norteamericana se está centrando en garantizar el libre comercio más que en conseguir leyes de propiedad intelectual, que aseguren millonarios royalties a sus laboratorios (patentes). Tan fuerte es este interés, que EE.UU. hasta pone en riesgo la constitución de su promocionada Alca, con tal de asegurarse que los otros países no entorpecerán con impuestos el intercambio electrónico de bienes.
En marzo de 1998, Charlene Barshefsky estuvo a punto de hacer naufragar la cumbre ministerial costarricense del Alca. Fue cuando, hasta último momento, pretendió arrancar un compromiso escrito del resto de países de que no impondrían aranceles sobre la importación de servicios, ni afectarían el comercio que se realiza por vía electrónica. La férrea oposición, liderada por Brasil, impidió un compromiso en los términos deseados, aunque se declaró la intención de estudiar el tema.

 

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