Una tragedia sin fin Por Elie Wiesel* |
En Kosovo, parece que la guerra terminó. Las víctimas de ayer emergen del miedo que, durante semanas, los torturaba. Ahora les toca a ellos avanzar hacia el porvenir de la esperanza. Pero mi pensamiento los retiene. Menos de un mes pasó desde mi visita a Macedonia y a Albania. La imagen parece salir de la Biblia: convoyes atravesando montes y valles en búsqueda de un lugar seguro, de un paisaje acogedor, multitudes angustiadas donde maridos y mujeres, padres e hijos extraviados, se buscan, se buscan. Los padres lloran; los niños sonríen. ¿Qué es lo más penoso de mirar? ¿La risa de los niños o las lágrimas de los adultos? Frente a esos niños, se siente vergüenza. Delante de sus padres, uno se siente ocioso. Marcados por una desgracia ancestral implacable, nos miran en silencio antes de comenzar a relatar, y uno quisiera esconderse en cualquier lugar, ahí donde la vida es más simple y la condición humana menos cruel. Se los despojó de sus hogares, de sus fortunas, de sus relaciones, hasta de su existencia; ahora tienen un aire de pedirnos explicaciones, o de que rindamos cuentas. Uno les pediría que hablasen más, y al mismo tiempo uno tiene miedo de lo que van a decir. Parece que hay límites a lo que el ser humano puede absorber. No hay derecho a no preguntarles. Sus recuerdos atormentados, sus heridas incandescentes, nos toca a nosotros recibirlas. Si ellos tienen la fuerza para contar, nosotros la deberíamos tener para abrirnos a ellos. Recuerdos de traición y de abandono, de agonía y de tortura: adolescentes que asistieron a la ejecución de sus padres; ancianos que hubiesen aceptado morir en lugar de sus hijos; mujeres jóvenes violadas, ancianas acurrucadas sobre su pasado, humilladas a la sombra de sus casas en llamas. Al evocar sus sufrimientos, todos ponen mala cara al recordar que, a menudo, los verdugos y torturadores eran sus vecinos. Voy de un campo al otro, de una tienda a la otra, a veces el director del campo aparta a los fotógrafos y a los cameramen: se trata de prisioneros liberados que dejaron a sus familias tras ellos. Más vale evitar las represalias. Entonces, ellos cuentan, cuentan y no llegan a terminar sus relatos. En medio de una frase, su voz se quiebra. Un hombre todavía vigoroso asistió al asesinato de su hermano. Un anciano de cabeza noble es uno de los dos sobrevivientes de una masacre que costó la vida de 180 prisioneros: su hijo estaba entre ellos. Un hombre silencioso no hace más que mirarme. Un amigo de él me confió: en su celda atestada vio que un policía serbio le decía a su hijo de 5 años: elegí a quién golpeo hoy. Y sin embargo, tuvieron suerte: están con vida. Pero sus familias --mujeres y niños-- quedaron allá, en uno de los pueblos incendiados o en las montañas. Al recordarlos, comienzan a llorar, como diciendo: las palabras son muy pobres para expresar lo que sufrimos; escuchen más bien a nuestras lágrimas. Entonces, uno las escucha apretando los labios. Paso mucho tiempo entre los niños. Los israelitas crearon para ellos un centro aparte: escucharlos cantar canciones israelíes abriga el corazón. ¿Su deseo? Volver a sus casas. Lo antes posible. Antes de la llegada del invierno. Pero, ¿sus casas no están en ruinas? No importa. Las reconstruiremos. ¿Y los serbios? ¿Cómo van a vivir a su lado? Ahí las cosas se complican. Todos juran con fuerza: ellos no olvidarán, ellos no perdonarán. Todo eso causa temor. ¿Es que esta tragedia no tiene fin? No habiendo hecho nada para proteger a los albanokosovares, ¿la OTAN deberá proteger a los serbios, sus verdugos de ayer? Cuando estas líneas se publican, son los serbios los que erran por los caminos del exilio. Se los ve en camiones o a pie, atormentados, angustiados. En cuanto a los refugiados, comenzaron a volver a sus hogares. Se los ve jubilosos. ¿Encontrarán la fuerza moral para sobreponerse a su cólera y canalizarla hacia la reconstrucción de sus hogares? ¿Es el momento de recordarles que el odio nunca es una solución? ¿Que no debería ser ni siquiera una opción? ¿Que no es deshonroso poner fin al sufrimiento? El capítulo yugoslavo está lejos de haber terminado. (Traducción: Celita Doyhambéhère)
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