OPINION
¿El fin de la tercera vía?
Por Juan Abal Medina (h.)* |
La
llamada tercera vía propuesta por los jefes de gobierno de Gran Bretaña, Tony Blair, y
Alemania, Gerhard Schroeder, ha entrado con fuerza en el debate político y académico
contemporáneo y en nuestro país ha llamado la atención tanto de la Alianza como del
duhaldismo que, con distinto énfasis, han buscado utilizarlo como paraguas en su
oposición a las políticas del presidente Carlos Menem.
Presentada por algunos como una renovación de la izquierda democrática, la tercera vía
fue, sin embargo, mayoritariamente identificada con un nuevo camino que se aleja tanto del
capitalismo salvaje como de la tradición social-demócrata. En el documento titulado
Europa: la tercera vía, el nuevo centro presentado por Blair y Schroeder,
cinco días antes de las elecciones para el Parlamento Europeo del pasado fin de semana,
se sostiene que la socialdemocracia necesita abandonar viejos dogmas y buscar
menos regulación y más flexibilidad frente a una realidad que señala que
el Estado no debe crecer, sino reducirse.
El giro hacia el centro se justificó, básicamente, en la búsqueda de
terminar con la hegemonía conservadora en la política europea y en fundar una nueva era,
en la que los partidos de la tercera vía gobernarían por muchos años. Los casi 18
puntos por los que la oposición venció al partido de Schroeder y la derrota que los
maltrechos conservadores británicos propinaron a Blair, ponen en tela de juicio estos
sueños. Paradójicamente, las elecciones parlamentarias dejaron a un solo gobierno
social-demócrata, de un país importante, como claro ganador: el socialismo francés de
Lionel Jospin, que con su propuesta de la izquierda plural mantiene su
identificación política tradicional socialista y se niega a reconocer la tercera vía.
Es muy pronto para decretar el fin de este experimento político; después de todo, las
elecciones para el Parlamento Europeo nunca han tenido la trascendencia política que los
europeístas han esperado. Sin embargo, lo cierto es que las victorias electorales ya no
serán la respuesta con la que los nuevos social-demócratas europeos puedan
lavar sus culpas; dependerán, más que nada, de los logros concretos que consigan
enfrentando los problemas de sus países, como únicos justificativos válidos para
demostrar que su propuesta ha valido la pena. En nuestro país sería bueno que los
partidos entraran de lleno en esta discusión y no siguieran, como hasta ahora, copiando
sólo las consignas o las etiquetas escapando al debate real sobre las ideas.
* Politólogo. |
|