Por Esteban Pintos El inminente lanzamiento del
primer disco solista de Gustavo Cerati marca un nuevo y significativo mojón en el viaje
sonoro de quien posiblemente sea el mayor compositor de canciones pop que haya alumbrado
el rock argentino en los últimos veinte años. Titulado Bocanada, el cd que lo regresa de
la oscuridad de varias catacumbas electrónicas en las que se había sumergido por propia
decisión, resume buena parte de sus sensaciones, miedos, obsesiones, ideas e influencias,
la mayoría de las cuales se fueron acumulando en su internación por un laberinto en el
que se introdujo sólo formalmente el 21 de setiembre de 1997, pero en el que
ya había estado dando vueltas desde antes. Sin embargo, aquel día de la primavera fue el
primero en que Cerati se sintió liberado del peso de la mochila (en eso parecía haberse
convertido) Soda Stereo, para la historia la gran bestia pop de la década del ochenta.
Quizá los antecedentes inmediatos, obvios, sean sus discos off-Soda de principios de los
noventa, justamente cuando ya parecía que estaba todo dicho con el megatrío. Colores
santos, su colaboración con Daniel Melero, y Amor amarillo, su primera incursión en
solitario, encuentran más de un lustro después una lógica continuación.
Pero eso no es todo, porque en el medio también figuran Dynamo el disco del quiebre
vanguardista de Soda, Sueño estereo un maduro conjunto de canciones de
hombres maduros y los experimentos electrónicos firmados por el colectivo Plan V y
más recientemente por OCIO (su dúo con Flavio Etcheto). Sin que deba tomarse como
peyorativo, Cerati ha sido uno de los grandes (si no el único) sampler humano que dio la
tercera generación de compositores del rock hecho en la Argentina y cantado en
castellano. En él se juntan y funden los Beatles, Spinetta, García, The Police, Elvis
Costello, Ride y My Bloody Valentine, por citar sólo algunos nombres. Con ellos y desde
ellos (¿hacia ellos?), ha escrito grandes canciones y estribillos inolvidables, ha sido
clásico y moderno, popular y vanguardista.
Con todo ese background del que pocos pueden vanagloriarse (Páez y Calamaro como
congéneres, Spinetta y García como antecedentes), ha concebido una obra que descansa en
suaves melodías, artesanales arreglos y el latido propio de ciertos ritmos levemente
bailables, como cimiento para sus construcciones-canciones, casi todas de compleja
elaboración y fácil resolución a la vez. Así es capaz de fusionar cuerdas y samplers,
guitarras acústicas y máquinas de ritmo ahí está la saga Aquí y
ahora, en sus dos partes, segmentos instrumentales y (unas pocas) explosiones
eléctricas, y dotarlo todo de un tono melancólico, otoñal. La canción que da título
al disco, con su tempo trip hop de cámara, y la fantasmagoria de una orquesta de cuerdas
sobre la que se asienta la dramática Verbo carne (es notable cómo logra
combinar palabras aparentemente inconexas, una especialidad que tal vez comparta, oh
sorpresa, con el Indio Solari), son la cumbre de uno de los extremos del disco. Por el
otro lado, saltan el tono relativamente norteño (aunque nada que ver con Cuando
pasa el temblor, como se ha aventurado) del single Raíz y cierto
coqueteo con una base rockera de la contagiante Paseo inmoral, amén del aire
iniciático de Tabú (que abre el disco). Puntos altos de entre quince
canciones que no es seguro despierten la pasión de multitudes, pero que sí quedarán
como fiel retrato temporal de un hombre que pisa los cuarenta y que ya conoce ese lugar
donde revientan las estrellas.
|