Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

Chicos y agrandados
Por Sandra Russo

na36fo01.jpg (15558 bytes)t.gif (862 bytes) “Reviseló, este león se tira pedos”, dice una nena de unos cinco a un nene de unos seis, mientras apoya sobre una camilla un muñeco de peluche. “No hay nada que hacer, este león está hecho mierda”, dictamina el presunto y mínimo veterinario después de echarle una ojeada al muñeco. Son niños, y están jugando un verdadero juego de niños que se puede ver en “Agrandadytos”, los jueves por Canal 13. Salvo por el fragmento en el que los chicos entrevistan a algún famoso con preguntas que sospechosamente cualquier adulto pondría en boca de chicos para que suenen graciosas, el programa del ex Midachi sigue una veta que inauguró en las pantallas autóctonas, aunque con puntadas más sutiles, “Magazine For Fai”: un espacio en el que los protagonistas son chicos pero dirigido a los grandes. En las entrevistas que Dady Brieva –a veces, sobrecargado de estilo varieté, pero con un ángel indudable para seguirles la corriente a los nenes y hacer que se la sigan a él– tiene con su staff semiestable de conversadores hay algunos adorables. Se nota que se han preparado, que los temas por los que discurre la charla no son espontáneos, pero no hay manera de no creer en los gestos de sorpresa, en las miradas sobresaltadas cuando el entrevistador introduce un giro imprevisto, en las asociaciones que los nenes y las nenas van tejiendo y que le hacen decir, por ejemplo, a un tal Pablito, de cuatro años, con su increíble media lengua subtitulada: “¿Querés hablar sobre el cuerpo humano o querés hablar en serio?”, antes de desarrollar su teoría sobre qué sucede cuando los mocos llegan al cerebro.
Una nena juega con Brieva a que es su psicóloga. El está tirado en el diván. “Me gusta una chica”, dice. Ella levanta la vista de su block de notas. “Tendrías que mandarle flores, bombones, esas cosas”, sugiere. “Es que está casada”, agrega él. Ella se abatata y piensa. El aprovecha el silencio para complicar más la escena. “El marido trabaja acá en el canal”, le dice. Ella se asombra y piensa más. “Bueno, hablá con tu amigo, decile que la chica te gusta, que qué le vas a hacer”, aconseja. “Es que si le digo eso me caga a trompadas”, le advierte él. Ella se exprime los sesos y arriba a la conclusión a la que ha arribado Occidente desde hace siglos en materia de monogamia e infidelidad: “En todo caso decile a la chica que te gusta, pero pedile que no le diga nada al marido”.
A las once de la noche, entonces, es posible que los adultos vean y escuchen a chicos cuyo encanto reside precisamente en que son chicos, ensayando ese cóctel infalible de inocencia y picardía. La pena que queda flotando es la que surge de cotejar ese programa que se emite cuando los chicos del otro lado de la pantalla ya están en la cama, con los que les están destinados y que en lugar de rescatar lo que los chicos tienen de chicos, se apoyan obsesivamente en la manía televisiva de convertirlos en adultos extrasmall que desde los cinco años elaboran estrategias para sacarle el novio a la amiga o viceversa, para engañar a la maestra, para envenenar al gato o descubrir que son hijos adoptivos.
Pasada ya la época del ghetto que se concentraba en una oferta cultural alternativa para niños (que hizo que muchos de los que hoy tienen ocho o diez años crecieran escuchando Piojos y Piojitos, a la Walsh, al Pro Música de Rosario o aplaudiendo a Midón, mientras pataleaban como marranos para lograr tener su auténtica Barbie o para ir a ver al teatro a Reina Reech), los padres último modelo se han entregado a lo que hay: “Caramelito”, “Chiquititas”, Aqua, los Backstreet. Y demos gracias a la Virgen desatanudos que “Verano del ‘98” pasó a la noche.
Es rara la televisión: les retacea a los chicos su autoimagen más fidedigna, mandando “Agrandadytos” a las once de la noche, mientras les regala imágenes impostadas de chicos y chicas en celo temprano, todos hechos un fuego de conflictos, apurados por ser lo que todavía no son. A ver si alguien se dedica a pergeñar algún programa –como lo fue en su momento, por ejemplo, “El agujerito sin fin”– que vaya a las seis de la tarde, que entusiasme a los chicos, y que deje a los padres en paz con su conciencia por haber cedido a la fascinación catódica y permitir que sus retoños tomen la merienda frente al aparato.

REP

 

PRINCIPAL