Por Fernando DAddario En Uruguay el peligro de murga
acecha en cada esquina, como un imperativo cultural que ya no reconoce barreras sociales.
El último disco de Pablo Pinocho Routín muestra en la tapa a un señor de camisa y
corbata, detalle que tiende acaso de manera subliminal a desmitificar cierta
liturgia marginal emparentada con el género. Routín, cantante de la banda de Jaime Roos,
y al mismo tiempo líder de Peligro de Murga, concretó un trabajo que apunta hacia afuera
del círculo íntimo y tradicionalista de la murga. Arreglos pretendidamente modernos,
guiños al rock y al funk, constituyen un sofisticado soporte para las historias de
siempre, sujetas a la mística de los barrios montevideanos. Mañana sábado, a las 23, se
presentará en La Trastienda, un lugar que poco tiene que ver con los tablados uruguayos,
coqueta sucursal porteña de la murga. La nuestra no es más una banda para
carnaval, explica Pinocho, en una entrevista con Página/12, que concede
telefónicamente, desde Montevideo. Inclusive por una cuestión de reglamento. Los
puristas no nos dejarían tocar. Esto de querer explorar otros sonidos te abre nuevos
caminos y te cierra otros.
A diferencia de Roos, que escuchó de chico a los Beatles y supo plasmarlo luego en su
música, Pinocho se crió con Alfredo Zitarrosa, Numa Moraes, Los Olimareños y
Quilapayún, sintió el repiqueteo de la histórica murga La Milonga Nacional
y soñó con ser jugador de fútbol, aunque sólo llegó hasta la 5ª de Liverpool. Hoy
los tiempos son otros. Del otro lado del charco (es decir de este lado), Los Piojos
encontraron una síntesis de ritmos que de algún modo obligó a repensar el concepto de
rock. Algo así como lo que pasa con el grupo de Pinocho y la murga. El
rock y la murga tienen mucho en común asegura una de las mejores voces
uruguayas, no sólo por una potencia similar, sino porque recupera también eso de
la barra de la esquina, y reivindica el barrio como lugar de encuentro y disparador de
cosas.
Desde que Jaime Roos se volvió relativamente masivo en la Argentina, es común la
llegada de otros artistas uruguayos. ¿Cómo está la movida en Montevideo?
Está bien. En Uruguay en este momento hay una pila de música. Existe mucho arte
suelto. Lo que falta siempre son lugares para tocar, e infraestructura. El mercado es más
chico y las crisis se notan más, pero la música está bien.
En Uruguay la murga es auténticamente popular. Pero en la Argentina se nota cierto
snobismo en este nuevo acercamiento a la música uruguaya. ¿Usted lo nota de ese modo?
No creo que sea snobismo. Es un resurgimiento notorio que se dio en Buenos Aires, y
tiene que ver con todo un proceso, en el que seguramente Jaime tuvo mucha importancia. Si
es por los lugares donde se hace murga en Buenos Aires, bueno, en Montevideo tampoco va lo
que se podría decir un público popular a los shows nuestros. La murga ya se ganó otros
lugares, es un género musical, ya no es un fenómeno artístico de pobres. Con mucho
arraigo cultural, eso sí, pero despojado ya de esa cosa marginal que tenía antes. Ya no
se identifica necesariamente a los murguistas con el tipo sin dientes que está todo el
tiempo tomando vino.
¿Y cambió entonces el perfil ideológico? Siempre se identificó a la murga con la
izquierda ...
Pero en Uruguay hubo murgas de izquierda y de derecha. Estaban las que criticaban
que no había laburo y las que eran muy graciosas pero terminaban hablando a favor del
gobierno de turno. Me acuerdo de una que decía: En mi país se toma mate y se come
pan. Y una aceituna viejo, ¿para cuándo?
¿Ahora pasa lo mismo?
No ... ahora el perfil ideológico se unificó. Si ves lo que pasa y no lo contás,
sos un máscara. La realidad política actual es tan dura que no hay lugar para dobles
interpretaciones.
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