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EL FESTIVAL SONAR 99, EN BARCELONA
La danza del vampiro

El “Festival internacional de música avanzada y arte multimedia” tomó por asalto la ciudad española, congregando a una multitud de tribus que encontró en los autos chocadores otra revelación.

El Sónar tuvo por protagonistas a DJ’s y experimentos grupales ya conocidos, junto a jóvenes revelaciones.
Atari Teenage Riot (abajo) compartió cartel con P18, un grupo formado por ex integrantes de Mano Negra.

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Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

t.gif (862 bytes) Una popular publicidad de la televisión española muestra a varios jóvenes de aspecto entre grunge y sónico, sentados en una explanada frente al mar contemplando el amanecer. Todos llevan los anteojos oscuros de rigor menos uno que se pone nervioso. Muy nervioso. Sus nervios duran poco porque, enseguida, es pulverziado por un rayo de sol naciente. Los otros se ríen cómplices y comentan: “Se olvidó sus Rayban”. Y recién entonces muestras sus afilados colmillos de vampiros.
Todo esto para decir que, casi seguro, en cualquier otra ciudad del mundo la sexta edición del Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia Sónar hubiera sido uno de esos fenómenos inevitablemente nocturnos y sonámbulos. No fue así en Barcelona –ciudad de rancia tradición sónica– donde esta semana el fenómeno fue claramente diurno con, claro, inevitables prolongaciones hacia la oscuridad, pero sin que esto no significara que los vampiros tecno se movieran como por su casa por las calles del barrio antiguo (donde se alza el monumental Centro de Cultura de Barcelona, cuya capacidad comienza a ser considerada insuficiente por los autores del crimen) con la tranquilidad de quien se sabe invulnerable gracias a anteojos oscuros.
El perro embalsamado. No fue el primero ni va a ser el último; pero fue el más exitoso hasta la fecha (a pesar del, paradójicamente, disloque cibernético que complicó la venta de entradas anticipadas desde los cajeros automáticos de la Caixa). Y el más ecléctico, con menos aire de aquí solo entran las tribus especializadas. Sus organizadores –Ricard Robles, Enric Les Palau y Sergi Caballero– disfrutan a esta hora la felicidad de una convocatoria creciente y de un fenómeno que ya trasciende las fronteras de España y atrae a gentes de todas partes. De Europa y de donde sea, porque el emplazamiento del Sónar en el calendario es estratégico: empiezan las vacaciones. Así, mochilas y raros peinados nuevos y cuarenta y dos mil personas que entraron, salieron, se estremecieron y bailaron alrededor de la mascota del evento: un perro embalsamado con rueditas que, por las noches, es transportado hasta la sede nocturna del festival –el Pabellón de la Mar Bella, sede de desenfrenadas raves bajo la Luna a la que se accede mediante un servicio de autobuses especialmente consagrado al Sónar– con inequívocos modales sacros de Virgen de Luján.
Los nombres. Pararse frente a las ominosas pizarras negras con la programación –que hacían recordar sin esfuerzo a aquel monolito de 2001: Odisea del Espacio– no era fácil y menos sencillo era, todavía, entender algo para el neófito del asunto. Horas y nombres: Supercollider, DJ Spooky, Grooverider, Atari Teenage Riot, Tiki-Man, D.A.R.K., Sólo los Solo –paladines del dub, del free-relay, de lo que sea; campeones secretos de una galaxia donde el disc jockey es la estrella– codeándose con astros reconocidos del asunto como el dúo británico Orbital y su show más “comercial y efectista” y ya considerados “cosa vieja”. P18, la macrobanda del ex Mano Negra Tom Darnall, combinó descargas y relámpagos con sabor cubano. “Electropical”, definen a su música. Por su parte, los formidables Mastretta –dos saxos que alternan clarinete, caja de ritmos y un indispensable Moog– versionan clonaciones de Nino Rota, Henry Mancini para desembocan en una tan inspirada como desopilante versión del tema de Star Wars que acaba mutando a “El manicero”. Esas cosas.
Pasto artificial. Largas y anchas alfombras de hierba artificial tapizaban el gran patio del CCCB. Allí, mucha agua mineral y la mirada cómplice de droga sintetizada pero, también, Coca-Cola y perfume a hash y marihuana. Sí, éste ha sido el festival más ecléctico y las tiendas queflanqueban el evento ofrecían desde libros cyberpunk a revistas by-design; de bandejas para el disc jockey con ganas de hacerse famoso a remeras flúo; de degustación de CD-Roms a instrucciones para la confección de tu propio website y ser alguien en la red. La idea y el objetivo es trazar el mapa y ofrecer brújulas para moverse por la galaxia de un nuevo mundo electrónico que es otro pero está en éste. Por supuesto, la música es la protagonista absoluta (factor señalado por dedos acusatorios de artistas gráficos, performers, etcétera), en una galaxia donde los inevitables estandartes de marcas patrocinadoras de primer nivel se disputan el éxito y el descubrimiento mientras, al fondo, una manada de impresoras láser debidamente sincronizadas escupían la música de sus entrañas. Viva la máquina y la electricidad del cuerpo. A Walt Whitman le hubiera encantado.
Autitos chocadores. La idea tiene la sencillez y perfección de las grandes ideas: en el Pabellón del Mar Bella, los organizadores han instalado una pista de autitos chocadores. Como el perro embalsamado y el césped artificial, otro de los símbolos/ metáforas del evento. Los sónicos suben a los autitos, aceleran a fondo, se arrojan unos sobre otros al grito de “¡¡Banzai!!” y un periodista del diario El País se pregunta y se responde al mismo tiempo: “¿Acaso los autos de choque no han sido una primera experiencia para muchos de electricidad, música y emoción? (por no hablar de aquellas chispas tan alucinógenas)”. En los días sucesivos, la lectura de las críticas musicales, en los medios especializados, y nó, se convierte en un ejercicio tan apasionante y patafísico para el aquí firmante como intentar dilucidar las crónicas taurinas. Corrección: es más fácil entender las crónicas taurinas.
Todo pasa y todo queda. Pero lo nuestro es Sónar. Como verbo, sonar tiene para los argentinos connotaciones más bien funestas y claramente inertes. Para los nuevos sónicos del Viejo Mundo es todo lo contrario: el festival termina con una gigantesca rave de alto contenido sudorífico. Diez mil personas junto al mar. Afuera y adentro. Las instalaciones superadas por todos esos vampiros de mediodía esperando que salga el sol, seguros de su inmortalidad detrás de anteojos oscuros mientras, en alguna parte, un perro embalsamado (con rueditas, claro) aúlla su mudez a la Luna.

 

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