Vidriera de cambalache Por J. M. Pasquini Durán
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La realidad se presenta en tantos fragmentos separados que parece más bien un rompecabezas gigante sin instrucciones para armarlo y con todas las piezas entremezcladas. Juan Pablo II aboga por la cancelación de la deuda externa de los países pobres, mientras los gobiernos renuevan sus juramentos de pago. Seis músicos de rock entrevistaron a los líderes mundiales del G-8 para repetir la demanda papal, mientras los políticos usan la TV como si fueran ídolos del espectáculo. El único conmovido por la movida papal-rockera, entre los candidatos, parece ser Eduardo Duhalde, lanzado ayer con agudas (y certeras) críticas sobre los efectos dañinos de la deuda externa. Si mantiene la posición, sería un acto de realismo mágico comparado con los fragmentos del menemismo dominante. El Gobierno quiere graduarse de primer mundo para fingir éxito, mientras casi la mitad de la población argentina vive en la pobreza. Hace pocos meses Raúl Alfonsín renunció a todos los cargos en la UCR y la Alianza para no alejar votos, pero desde hace una semana, debido a un accidente mezclado con imprudencia, tiene al país sobre ascuas como si fuera el caudillo más popular de todos. Muchos advirtieron, de pronto, los méritos de ese político que viajaba para comunicarse cara a cara con la gente, aún en las pequeñas aldeas, en lugar de trajinar programas de televisión en Buenos Aires. Dar la cara y poner el cuerpo resultan virtudes encomiables en medio de tantas fantasías mediáticas. Los políticos, fragmentos entre fragmentos, pretenden no darse cuenta del constante derrumbe de la fraternidad. Ninguno de ellos tiene nada trascendente para decir cuando los estampidos de la violencia irracional hacen temblar la seguridad urbana cotidiana o ensordecen las estridencias de una comunión ricotera. Sólo atinan a levantar voces prometiendo leyes penales y mejores técnicas de represión, mientras los factores perversos que miden la calidad de una persona sólo por su capacidad de consumo siguen intocados, lejos del pragmatismo político, como si fueran materia exclusiva de abstractos seminarios filosóficos. Cuando la democracia es impotente para atacar las raíces de sus propias mezquindades, es inútil podar las ramas del árbol envenenado. Muchos de los medios masivos de difusión tampoco son ingenuos en medio del cambalache. Mientras ocupan tiempo y espacio en describir las piruetas de un presunto rompe-conjuros en La Plata, la mayoría ignoró dos congresos nacionales, el de la CTA en Mar del Plata y el de Comunicadores Católicos en Rosario, aquel con más de 6500 delegados y éste con más de 1500, de todas las provincias. Todo el mundo se queja de las groseras trivialidades de los medios audiovisuales, pero son pocos los que recuerdan que las normas vigentes para la radio y la televisión están cumpliendo veinte años en estos días desde que las decretó el dictador Jorge Raúl Videla, sin que las derogaran las legislaturas democráticas. En estas horas sesiona en Buenos Aires la Internacional Socialista (IS), otro muestrario de contradicciones y perplejidades, cuyos máximos líderes europeos vienen de encabezar una guerra quirúrgica que amputó a los pueblos de Yugoslavia con sofisticada maquinaria de guerra, porque la política no era suficiente, pero el destino de los regímenes de Slobodan Milosevic y de sus vecinos, ahora se comprueba, sólo podrá resolverse por medio de la acción política. Varios de los más notorios participantes, además, llegan recién derrotados por la derecha en las elecciones al parlamento europeo. Con esos antecedentes, o a pesar de ellos, son anunciados como la esperanza de un mundo nuevo. En el interior de la IS, por supuesto, habrá gente que está pensando en cómo construir otro futuro más justo y más humano, pero algunos principales, en funciones de gobierno, piensan ante todo en ampliar los negocios de sus corporaciones nacionales a costa de las riquezas de estas tierras. La fraternidad es una sensación rara en estos tiempos de economía globalizada, escasa como el sentimiento de vergüenza al tener mucho cuando otros tienen poco. Los mismos auspiciantes de frágiles expectativas dejaron pasar en silencio una propuesta del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), anunciada el 10 de mayo, sobre Bienes Públicos Mundiales: Cooperación internacional en el siglo XXI, elaborada con contribuciones de Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, Joseph Stiglitz del Banco Mundial y Jeffrey Sachs de Harvard, y elogiada por John Kennet Galbraith (Harvard), Paul Kennedy (Yale), Charles Kindleberger (MIT), Kwesi Botchwey (Ghana), Ismael Razali (Malasia), José Goldemberg (Brasil) y Kazuo Takahashi (Japón), entre otros. El estudio, para decirlo con sus palabras, trata de obtener un nuevo enfoque integral de las crisis mundiales: desde las crisis financieras hasta las emergencias humanitarias. Propone, por ejemplo, una mejor representación Norte-Sur en los foros internacionales, la duplicación de miembros del G-8 de los países ricos con la incorporación de ocho países en desarrollo, un nuevo concepto de tripartición para posibilitar la participación sistemática de las empresas y las entidades de sociedad civil en los foros internacionales (es decir, representación de las organizaciones sociales y laborales en la formulación de políticas financieras) y una voz para quienes no tienen voz, en especial los pobres y las futuras generaciones. ¿Por qué estas ideas u otras del género nunca están presentes en los debates donde se auguran tantos cambios que nunca llegan? En todos lados es tanta la angustia insatisfecha por el futuro, en medio de la diaria vorágine de rumores y de imágenes inasibles, que The New York Times invitó a intelectuales y científicos a imaginar la vida de los hombres dentro de cien años. Instalado por esa ficción a fines del siglo XXI, el filósofo Richard Rorty para su análisis anotó esto: Quizá ninguna diferencia entre el actual discurso político norteamericano y el de hace cien años sea mayor que nuestra aceptación de que la primera obligación del Estado es prevenir manifiestas desigualdades económicas y sociales. ¿Cuánto habrá que esperar para que lo obvio sea tan evidente como inevitable? Por ahora, el Estado argentino, en todos los niveles, sigue enajenando sus activos y sus recursos naturales y humanos. El Estado nacional facilitó la apropiación monopólica de YPF por una empresa de origen español, al mismo tiempo que el Estado bonaerense del municipio de San Miguel está maniobrando para privatizar la salud pública. No son fragmentos aislados, sino la línea continua de una misma política, tendida desde arriba hasta abajo, que supo encandilar a las mayorías con la ilusión del milagro económico inalcanzable. Con el birrete del libre mercado y con las espaldas cubiertas por la autoridad provincial, Aldo Rico es el eslabón perdido entre Menem y Duhalde, emblema de la transición de uno a otro por la simple prepotencia de un modelo para minorías. Los que tratan de unir los fragmentos para entender el sentido de las cosas, al pensar en los métodos de Rico no pueden menos que, en libre asociación de ideas, recalar en las prácticas que se le imputan al juez Hernán Bernasconi, de otro partido bonaerense, protegido hasta ahora en el Senado por esa cadena que no termina de romperse entre la trampa y la ley. Ese Estado que actúa para favorecer a los ya favorecidos termina por ser ineficiente cuando los perjudicados son los mismos que pretenden administrarlo. Esta semana el gobierno de la Ciudad inauguró una esplendorosa estación nueva de la red de subterráneos y al día siguiente en los muros porteños aparecieron prometedores carteles sobre la extensión del servicio hasta que alcance a todos. No se habían secado los afiches cuando comenzaron los falsos anuncios anónimos sobre la colocación de bombas, que obligaron a paralizar los trenes durante dos tardes consecutivas, con el consiguiente fastidio de los usuarios. Aunque nadie puede relacionar ambos hechos como si fueran causa y efecto, la memoria remite sin remedio a la época en que la administración alfonsinista tenía que desalojar decenas de escuelas cada día bajo idénticas amenazas. En ese momento, el gobierno nacional encontró que sus llamados servicios de inteligencia eran inútiles para levantar las piedras que ocultan a los terroristas, con la misma inoperancia que después mostraron cuando de las palabras pasaron a los hechos en la embajada de Israel o en la sede de la AMIA. En los archivos de la SIDE sólo hay encuestas electorales y prontuarios de imaginarios peligros de la izquierda. Ahora, otra vez la impunidad, como si cada asunto nunca pudiera relacionarse con otro de idéntica factura y ninguna experiencia fuera suficiente para cortar los eslabones de esas complicidades. Esto ya no es un rompecabezas, sino la vidriera de un cambalache. ¿No es cierto, viejo y sabio Discepolín?
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