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Por David Cufré El Mercosur y la Unión Europea comenzarán a transitar pasado mañana el escarpado camino hacia un acuerdo de integración comercial. Será en el marco de la megacumbre entre los países de América latina, el Caribe y los comunitarios, que ayer comenzó en su etapa preparatoria en Río de Janeiro. El encuentro de 48 jefes de Estado se propone afianzar los lazos comerciales entre las tres zonas, aunque ello contiene una alta dosis de pura declaración formal. La excepción es el diálogo que mantendrán el Mercosur y la Unión Europea, que más allá de presentar fuertes discrepancias en la línea de largada, concita genuino interés en unos y otros. En el mundo globalizado, cada zona del planeta busca mejorar su posición asociándose con los jugadores que más le conviene. Y tanto a Europa como a Estados Unidos les interesa tener de su lado al bloque que integran la Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile y Bolivia. El Mercosur, por su parte, procura sacar partido de ese interés y coquetea con igual garbo ante el Area de Libre Comercio para las Américas (Alca), que impulsa el gobierno de Estados Unidos, y la asociación con la Unión Europea. Su objetivo es voltear las trabas arancelarias y paraarancelarias que esas zonas imponen a las ventas de los bienes --en especial los primarios-- que produce la región. Ese es el motivo que llevó a los presidentes del bloque a emitir una contundente declaración, hace dos semanas en la cumbre de Asunción del Paraguay, remarcando que se opondrán a iniciar las negociaciones con la UE, si ésta no acepta incluir en las discusiones la cuestión del comercio agropecuario. En una primera etapa, que aún está muy lejos de alcanzarse, el acuerdo de libre comercio implica eliminar todo tipo de obstáculos al intercambio de bienes. Si el Mercosur suscribe ese convenio con Estados Unidos, a través del Alca, Europa perderá prerrogativas para exportar sus productos a la región. Lo mismo le ocurrirá a Estados Unidos si el Mercosur elige asociarse con Europa. Detrás de los pactos que comienzan a gestarse, aparece el interés estratégico por canalizar ventas por miles de millones de dólares, lo que en definitiva no es más que asegurar o mejorar negocios y calidad de vida para cada uno de los países que intervienen en el proceso. En esta década, el Mercosur se convirtió en el mercado más dinámico para las exportaciones de los socios comunitarios. En 1990, ese bloque vendió a esta región por valor de 6200 millones de dólares. El año pasado, las exportaciones fueron por 26.500 millones. En cambio, el Mercosur pasó de colocar productos en Europa por 14.100 millones en el '90, a 20.000 millones el último año. Es decir que el saldo comercial favorable al Mercosur por 8000 millones, trocó en un déficit de 6500 millones. En el medio, lo que ocurrió fue que los países americanos abrieron sus economías, mientras los europeos reforzaron las barreras comerciales y la política de subsidios, en especial al agro. El 50 por ciento del presupuesto anual de la UE, unos 48 mil millones de dólares, se utiliza para subsidiar a los productores rurales. El más beneficiado es Francia y en menor medida Irlanda. No es casual que estos dos países hayan sido los más opuestos a que la comunidad llevara a la cumbre de Río una propuesta concreta para comenzar las negociaciones de integración comercial. España e Italia, con fuertes inversiones en el Mercosur, sostuvieron la posición contraria. Finalmente, en el encuentro que la UE sostuvo el último lunes, se resolvió proponer al Mercosur arrancar las negociaciones en julio del 2001. El lunes y martes, los jefes de Estado de esta última región darán su respuesta. Se supone que habrá acuerdo, puesto que Europa accedió a discutir el tema de los subsidios y las barreras comerciales al agro. De ser así, los países también resolverían que la integración del comercio se inicie en el 2005.
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