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Por Inés Tenewicki El papá se hace el canchero, los castiga y después se arrepiente. La mamá huye a cocinar zapallitos cuando viene una pregunta difícil. No llaman al médico cuando la muñeca tiene fiebre, no entienden las explicaciones de la nena sobre el chico que le gusta, y, entre otros defectos, violarían la cerradura del querido diario o acudirían a cualquier amenaza para que todos tomen la sopa. Estos padres son mirados, cuestionados e interpelados desde la perspectiva de tres personajes de ocho, diez y doce años: sus hijos. Vicki, Leti y Twiti niños actuales, reconocibles se expresan con la letra de un guión humorístico que revela una profunda afinidad con el pensamiento infantil. Su mirada crítica parece poner en palabras lo que todos los chicos quisieran decir, con una voz claramente representativa del lugar que tienen en los conflictos domésticos. La familia Fernandes, nueva comedia musical de Hugo Midón, retrata con trazos brillantes las escenas más frecuentes de una familia común. Sin embargo, el talento de su autor los sacó de la rutina y de los códigos de representación de lo real: esta familia que, a pesar de ser común, no es gris sino de todos colores, recuerda más a un comic que a un cuadro de costumbres realista. Estas criaturas fosforescentes, artísticamente diseñadas y vestidas por Renata Schussheim, se parecen al esbozo de una historieta punk donde la sátira, la caricatura y la ironía son figuras corrientes, dibujadas sin embargo con respeto y cariño. La escenografía, a cargo de Alberto Negrin, sigue la misma línea, es sugerente y funcional al desarrollo de los cuadros musicales. La mesa, por ejemplo, es al mismo tiempo el centro geográfico de la casa y un escenario en las alturas para que el varón muestre su inagotable energía, o la tía se rebele contra los mandatos de su infancia. Cajita musical, hamaca, reloj cucú gigante, cocina antigua, definen distintos rincones y marcan simbólicamente los lugares de pertenencia de los miembros de la familia. La música de Carlos Gianni y la coreografía de Doris Petroni están a la altura del coordinado trabajo de dirección que Hugo Midón maneja con maestría, con evidente comodidad y sobrada experiencia. El elenco de chicos de ocho a catorce años es sobresaliente. Actúan, cantan y bailan con un excelente nivel y responden bien a las exigencias de una comedia musical que interesa e identifica .-sin exagerar a los adultos tanto o más que a los chicos. Algunas letras de las canciones sintetizan el alma de esta familia de clase media, típica y atípica al mismo tiempo. Aquí compartimos todo/ lo que falta y lo que hay/ si hay pollo comemos pollo/ y si no migas de pan/ Y así vamos por la vida/ capeando el temporal/ Y cuando las papas queman/ la familia siempre está. Más allá de las contradicciones, incoherencias, debilidades o errores de los padres, más allá también de los caprichos, travesuras e injustos reclamos de los chicos, la nueva obra de Midón apunta a una novedosa revalorización de la familia y una revisión de los mensajes que circulan al respecto. Sin intenciones moralizantes, sino más bien como respuesta ala hostilidad de estos tiempos difíciles, La Familia ... propone una vuelta de tuerca al maniqueísmo que enfrenta al proyecto individual por un lado y al núcleo familiar por otro. La familia, parece decir Midón, contiene y ayuda, protege y alimenta, y, lo más importante de todo, puede favorecer el crecimiento de sus integrantes y proyectarlos hacia el futuro. En días como éstos, en que la salida al mundo se parece a una caída vertiginosa al vacío, este espectáculo sugiere el modo de organización familiar como un refugio cálido y seguro. Donde es posible irse y volver.
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