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AGENTES DE LA SECURITY EXCHANGE COMMISSION INVESTIGAN A MONETA Y AL CITI
Hasta EE.UU. busca al banquero

Los agentes de la SEC, una dependencia del Departamento del Tesoro, llegaron a Buenos Aires para entender mejor la relación entre los negocios del prófugo Moneta y los del Citibank, donde pisa fuerte su compañero de colegio Ricardo Handley. El caso alarma a EE.UU. porque ya se parece al del lavado de 150 millones de dólares del mexicano Salinas de Gortari.

Eslabón: Confidas, una entidad que operaba en Suiza, compartía el edificio del Citibank y muchos de sus funcionarios. Manejó fondos de Salinas.

Raúl Moneta: prófugo de la Justicia argentina, investigado por EE.UU.

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Por Susana Viau

t.gif (862 bytes) Nadie sabe por el momento si el aumento de voltaje en el caso de Raúl Juan Pedro Moneta perjudica o beneficia su situación procesal, pero Página/12 pudo confirmar en las últimas horas la presencia en Buenos Aires de funcionarios de la Security and Exchange Commission (SEC), dependiente del Tesoro de los Estados Unidos, quienes viajaron con la consigna de establecer el alcance del compromiso del Citibank con el banquero prófugo. O mejor dicho, para saber hasta qué punto la caída del que fuera financista favorito del gobierno y los cargos que pesan sobre él salpican y afectan a la entidad americana. Al alto grado de preocupación que evidencia el traslado de los expertos de la SEC no es ajeno el escándalo que envuelve al Citibank en el caso de Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente de México, y tiene al banco bajo investigación del Gran Jurado de la ciudad de Nueva York.
El milagro nacional
Las suspicacias respecto de la relación del Citibank con algunas fulgurantes estrellas argentinas de las finanzas no eran sólo domésticas. A fines de 1997 Judith Evans, periodista del Latin Finance, había comenzado un artículo sobre el tema con una afirmación rotunda: “CEICiticorp Holding es un hijo de la controversia”. En 1990, con 250 millones de dólares en papeles de deuda y 25 millones en efectivo, el Citibank adquirió una participación del 12 por ciento en Telefónica. Ese 12 por ciento y el resto de los activos comprados a cambio de títulos de deuda (papel, hotelería, siderurgia, frigoríficos, empresas de energía) pasaron a formar parte, dos años después, de Citicorp Equity Investments. Es decir el CEI. En el CEI, la entidad controlante era el Citi, a través de la compañía que había formado en el estado norteamericano de Delaware, un lugar donde por unos pocos dólares puede constituirse una sociedad: International Equity Investments. Casi al mismo tiempo que se crea el CEI, en un punto de prestigio turístico, las Islas Vírgenes, bajo control británico, se constituye otra sociedad, United Finance Company, UFCO, con 50 mil dólares de capital y un grupo de accionistas cuyos nombres nada decían al mundo financiero.
Unas pocas semanas más tarde, UFCO aportó 121 millones de dólares al CEI. Su domicilio, Marcelo T. de Alvear al 600, en la Capital Federal, era el mismo que el de Citiconstrucciones, integrada por dos socios: UFCO y Raúl Juan Pedro Moneta. El CEI participaba en Telefónica, Miniphone, Radiollamada, Cablevisión, Fibertel, TyC, Editorial Atlántida, Telefé, Radio Continental, Azul TV, canales provinciales, Telintar, Startel, Aceros Zapla y Zapla Holding. Los medios bajo su control pasaron a jugar un rol decisivo en la pelea del presidente Carlos Menem por un tercer período presidencial y Moneta alentó con fervor esa posibilidad. Perfil altísimo, intensa vida social, gustos fastuosos y un ascenso meteórico no alcanzaban a explicar cómo Raúl Juan Pedro Moneta, presidente de Citicorp Holdings y del Banco República (nacido en los ‘80 de República Finanzas, una extrabursátil o, si se prefiere, una mesa de dinero), se había convertido en el poseedor del 50 por ciento de las acciones del CEI, a través de una oscura sociedad creada en un paraíso fiscal y relegando a una posición secundaria al segundo mayor banco de los Estados Unidos. Un milagro sólo atribuible a la creatividad y el empuje arrollador de los argentinos.
Ricardo Heriberto Handley (“El Gato”, como se lo conoció en su etapa de rugbier de Los Pumas), presidente del Citibank; Raúl Moneta y John Reed, directivo del Citi a nivel internacional, tenían una historia en común: los tres habían sido alumnos del exclusivo colegio Saint George de Quilmes y, es tradición, “para un Old Georgian no hay nada mejor que otro Old Georgian”. Un ex alumno del colegio, también hombre de la city, explicó a este diario con crudeza: “Tengo dos tipos, uno se llama Juan González y esun talento y el otro es un Old Georgian medio boludo. Siempre voy a elegir al Old Georgian”.
A mediados de los ‘90, Raúl Juan Pedro Moneta se expande en el mundo bancario: obtiene la privatización de los dos bancos de la provincia de Mendoza, de donde era oriunda su mujer, Claudia Arroyo Benegas. Moneta fusionó el Banco de Mendoza y el Banco de Previsión Social en una sola entidad, el Banco Mendoza. Pero el Mendoza tuvo una vida efímera: cayó sin pena ni gloria en abril de este año. El mismo día cerraba sus puertas su otro banco, el República. María Alejandra Obregón, la fiscal de la causa que investiga en Mendoza la privatización de los dos bancos provinciales y el apogeo y ocaso del tercer banco que surgió como resultado de la fusión, presumió hechos graves y maniobras ilícitas. Pidió el procesamiento de los directores, entre ellos el de Raúl Juan Pedro Moneta, bajo los cargos de vaciamiento, asociación ilícita y subversión económica.
El Banco Mendoza, se sospecha, podría haber sido vaciado en beneficio del República, una entidad de características diferentes: pocos y grandes clientes, ya fueran instituciones, personas de pro, o infinidad de off shores. El juez federal Luis Leiva pareció sustentar un criterio similar al de la aguerrida fiscal Obregón y solicitó la captura de Moneta, de su tío, Jaime Benito Lucini, y de sus compañeros de directorio. Entre los requeridos estaba Eduardo Lede, un hombre que tiene la particularidad y la experiencia de haber pertenecido a las filas del Citibank México en los tiempos de la fiesta de Carlos Salinas de Gortari.
Que viva México
La revelación de que más de 150 millones de dólares procedentes de coimas y narcotráfico habían sido vehiculizados a través de Raúl Salinas, hermano del presidente Carlos Salinas de Gortari, no sólo provocó una conmoción en el Partido Revolucionario Institucional y puso patas arriba la política mexicana. Complicó al Citibank. La ruta del dinero mostraba un punto clave: Confidas, una entidad que operaba en Suiza, compartía el mismo edificio de oficinas del Citibank y muchos de sus funcionarios. Los organismos de control norteamericanos se dijeron con buen criterio que si el asunto tenía cuatro patas, cola y ladraba, casi con seguridad era un perro. Confidas y Citi podían ser caras de la misma moneda.
Sobre su operatoria en el exterior empezaron a bucear el Departamento de Justicia y el General Accounting Office (GAO). Tuvieron tiempos diferentes: mientras en el Departamento de Justicia las investigaciones se demoraban, igual que las del Gran Jurado de Nueva York que podría sentar en el banquillo las actividades del Citi, el GAO, por medio de su agente Ron Malfi, produjo a fines de 1998 un severo informe en el que asoma la responsabilidad del Citi en las maniobras de lavado de dinero de los hermanos Salinas de Gortari. El banco, entendió Malfi, hizo poco y nada, o más bien poco, para saber cuál era la procedencia del dinero de sus importantes clientes. Amy Elliott, cabeza del equipo mexicano del Citi en Nueva York y con la función de contacto directo de las transacciones de Salinas, aclaró a la Justicia qué era para ellos un “gran cliente individual”: “Habitualmente –dijo– es una persona que tiene un patrimonio neto de al menos 5 millones y una liquidez de al menos 1 millón para invertir con nosotros”. Los Salinas, con sus nombres verdaderos o los de fantasía que empleaban para abrir las cuentas en Confidas, cumplían con largueza el requisito.
Grande, Argentina
Mientras Amy Elliott, una cubano–estadounidense pese a su apellido, controlaba en vivo y en directo las cuentas de Salinas, en el directorio de Confidas Suiza (donde se operaban las cuentas de las compañías que los Salinas fundaban en las Islas Cayman) tallaba –no podía faltar– un argentino: Huberto Rukavina. El compatriota Rukavina supervisaba la labor de Amy Elliott, pero dependía a su vez de Pei–Yuan Chia, un golden boy deascendencia asiática director del Citibank’s Global Consumer Bank. Pei-Yuan tenía una singularidad: reportaba directamente al Old Georgian John Reed. En 1996, después que un colaborador de Amy Elliott comenzara a soltar la lengua y el asunto Salinas estallara en la Gran Manzana, Pei-Yuan, para sorpresa de los head hunters, informó su intención de esfumarse “por un año”. John Reed perdía temporariamente un impresionate generador de negocios y es probable que no quisiera sumar problemas. Tal vez por eso haya hecho un viaje relámpago a Buenos Aires luego del cual, se afirma, hubo enroque. El Citi achicó su participación accionaria en el CEI y Richard Handley abandonó la presidencia para dejar en el puesto a Raúl Juan Pedro Moneta.
La misma ruta al sur y con objetivos también preventivos tomaron los agentes federales de la SEC. La semana que termina había estado poblada de rumores. Se sostenía que el banquero atravesaba una crisis depresiva, que durante una fiesta dada por Matías Ordóñez, el jefe de la SIDE, Hugo Anzorreguy, había mantenido un prolongadísimo aparte con Alberto Petracchi, ex director del Banco Central y socio y mano derecha de Moneta, que dos agentes federales de la SEC estaban en Buenos Aires recabando información. El viernes por la noche, finalmente, una importante fuente norteamericana admitió a este diario: “Se encuentran allí. Se trata de un tema muy gordo”.

 

Crímenes y pecados

Un puñado de razones explican la presencia de funcionarios de la Security and Exchange Commission en Buenos Aires. Algunas de ellas están tabuladas: son los delitos cometidos fuera del territorio y registrados como “SUAs”, actividades ilegales específicas. La lista es corta y sencilla: extorsión, narcóticos, fraude contra un banco extranjero, secuestro y robo. La principal ley sobre extorsión en EE.UU. es el Acta Hobbs. Se aplica a funcionarios norteamericanos corruptos a quienes se acusa de “obtener propiedades de otros, con su consentimiento”, bajo amenazas o “disfrazando sus actos bajo el manto de actos oficiales”. El acta sirvió de modelo para la ley que establece los SUAs. Por eso aparece la extorsión en la lista. Las instituciones financieras norteamericanas con clientes extranjeros “deberían cuidar especialmente” que los fondos no procedan de “crímenes contra una nación extranjera”. Ellas están obligadas a certificar el origen de los fondos depositados por clientes del exterior. Esas cuestiones fueron las que pusieron en camisa de once varas al Citi luego de su asistencia a los hermanos Salinas de Gortari.


 

Todo empezó con unos papeles mojados de la deuda externa

De principal acreedor del país, el Citi se convirtió en dueño del mayor holding de empresas. Los medios son hoy el blanco.

Origen: El banco tenía en su poder desvalorizados títulos de deuda argentinos, cuyo origen se remontaba a los tiempos de la dictadura militar.

Ricardo Handley, conductor del conglomerado de empresas del Citibank.

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t.gif (862 bytes) Como principal acreedor de la deuda externa argentina, Citibank presidió durante años, a través de la en otros tiempos familiar figura de William Rhodes, el Comité de Gestión (Steering Committee), alrededor de cuya mesa la banca internacional presionaba a la Argentina, como por otro costado hacía el Fondo Monetario. Cuando quedó claro que el país, que tenía virtualmente cortado el acceso al mercado de crédito desde la crisis latinoamericana de 1982, no podría repagar el capital y ni siquiera estar al día con los intereses, se reflotó la vieja modalidad del acreedor cobrándose en especie. En eso consistió la capitalización de la deuda, proceso en el que el Estado fue entregando una a una sus empresas, y en cuya ejecución debía ser naturalmente el Citi un protagonista muy importante.
El banco tenía en su poder títulos de deuda argentinos, cuyo origen se remontaba a los tiempos de la dictadura militar, cuando la gran banca internacional colocaba sus excedentes líquidos en países del Tercer Mundo, y particularmente latinoamericanos. Para cuando llegó el menemismo al poder, esos papeles valían poco y nada en el mercado: con suerte, entre 15 y 20 por ciento de su valor nominal. La capitalización fue generosa con los banqueros, reconociéndoles valores mucho más altos por esos títulos al convertirlos en activos tangibles, como las empresas públicas. Precursora, en este sentido, fue la toma de Celulosa en 1990, que el Citi absorbió comprándole con títulos al Banco Nacional de Desarrollo las acreencias de éste contra la papelera.
Este proceso abrió en dos la acción del Citi en el país. Por un lado, continuó siendo una de las principales entidades extranjeras del sistema financiero, absorbiendo incluso bancos locales, como ocurrió con el Mayo. A fin de febrero, el Citi detentaba depósitos por 5590 millones de pesos, que equivalían al 7 por ciento de todo el sistema. Por el otro, como operación paralela constituyó un conglomerado de empresas industriales y de servicios, a punto tal de que su conductor, Ricardo Handley, llegó a soñar con la presidencia de la Unión Industrial Argentina.
Ese paquete de negocios, adquiridos a cambio de títulos de deuda, quedó integrado en Citicorp Equity Investments (CEI), holding en cuyo activo figuraron cambiantes –pero siempre significativas– porciones de un amplio grupo de empresas, que incluyeron en su momento a Telefónica de Argentina, tres compañías de gas, Aceros Zapla, Edelap, el hotel Llao Llao, Alto Paraná, Celulosa Puerto Piray, Frigorífico Rioplatense y Multicanal. El CEI fue incorporando como socios a Raúl Moneta (Banco República), al Grupo Wertheim, a Gilberto Zabala (CCI) y hasta a George Soros. Handley dejó el timón del Citi local por el del CEI, algunas de cuyas operaciones fueron sospechadas de responder ante todo a los intereses de Handley y de su valedor, John Reed, cabeza de Citicorp.
La tormenta se descargó cuando el Citi vendió el 60 por ciento de las acciones del CEI a un grupo de financistas vinculados a sus máximos ejecutivos. El pretexto para la operación fue la exigencia de los reguladores bancarios estadounidenses, que obligaban al Citi a ir desprendiéndose de sus tenencias industriales. Esta historia había comenzado en julio de 1991, en Nueva York, y hasta ese momento no lo tenía a Handley como protagonista. Ese año el Citi atravesaba una de sus peores crisis a nivel mundial. Un magnate árabe, el príncipe Al-Walled bin Talal, fue quien acercó fondos frescos.
Handley, que estaba al mando de los negocios del banco en Sudamérica, diseñó una estrategia de venta para desprenderse de una lonja de la participación en el holding industrial. Así, el 19 de junio de 1992 entregó el 10 por ciento de CEI al Banco República. La repentina transferencia de esa porción no fue casual: el titular de ese banco mayorista era Raúl Juan Pedro Moneta, íntimo amigo de Handley desde que compartieron el primario en el colegio San Jorge, de Quilmes.
El República compró las acciones con un crédito del propio Citi por 85 millones de dólares, a la atractiva tasa del 8,5 por ciento anual, y entregó como garantía de la operación acciones de Telefónica (dos tercios del aval) y Telecom. Así entró Moneta al CEI con un préstamo del vendedor. Unos meses después, el grupo Wertheim adquirió otro 10 por ciento del holding, y Soros se quedó con un 2 por ciento. Pero la transferencia más importante fue la del 26 por ciento a una ignota sociedad denominada United Finance Corp. Ltda., cuyo titular también era Moneta. El amigo de Handley, del propio Reed y de Carlos Menem pasó a controlar entonces el 36 por ciento de uno de los principales holdings económicos del país. El Citi se había quedado así con el 52 por ciento de CEI, porcentaje que debía seguir reduciendo. Los críticos de estas y otras transacciones –como la entrega, en canje por asesoramiento, de CCI (Citicorp Capital Investors) a Gilberto Zabala y Marcelo Gowland, dos abogados estrechamente ligados a Handley– sostienen que el Citi habría podido recaudar mucho más dinero si la oferta de las acciones hubiese sido pública.
Todo ese inmenso paquete viró con el tiempo su objetivo, volcándose hacia los multimedios, de modo que, trazando una parábola, una fracción de la deuda externa argentina acaba saldándose con la entrega de revistas, radios, televisoras abiertas y redes de cable. Al frente de estos negocios fueron sucediéndose rostros y fondos de inversión de muy difícil rastreo y ninguna transparencia. Handley, que a mediados del ‘98 dejó la presidencia del CEI en manos de Moneta, cuando el control del holding pasó a manos del fondo HMT&F (cabeza visible: el texano Tom Hicks), ahora, fuga de Moneta mediante –pero con el imprescindible aval de éste, otorgado desde la clandestinidad–, volverá al puente de mando al asumir el manejo de Argentine Media Investments, AMI, sociedad inversora armada bajo el mismo paraguas. En abril último, Hicks en persona se estableció en la cúspide del CEI con el objetivo de absorber más medios en toda la región.
Entre tanto manejo oscuro, el Citi –cuya última jugada política de alto perfil fue el abandono de la cámara de la banca extranjera para pasarse a la argentina, ahora extranjerizada a su vez– busca alejar todo lo posible su imagen de la de los “otros negocios” del grupo, envueltos en la espesa niebla que rodea al poder presidencial.

 

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