Por Susana Viau Nadie sabe por el momento si
el aumento de voltaje en el caso de Raúl Juan Pedro Moneta perjudica o beneficia su
situación procesal, pero Página/12 pudo confirmar en las últimas horas la presencia en
Buenos Aires de funcionarios de la Security and Exchange Commission (SEC), dependiente del
Tesoro de los Estados Unidos, quienes viajaron con la consigna de establecer el alcance
del compromiso del Citibank con el banquero prófugo. O mejor dicho, para saber hasta qué
punto la caída del que fuera financista favorito del gobierno y los cargos que pesan
sobre él salpican y afectan a la entidad americana. Al alto grado de preocupación que
evidencia el traslado de los expertos de la SEC no es ajeno el escándalo que envuelve al
Citibank en el caso de Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente de México, y
tiene al banco bajo investigación del Gran Jurado de la ciudad de Nueva York.
El milagro nacional
Las suspicacias respecto de la relación del Citibank con algunas fulgurantes estrellas
argentinas de las finanzas no eran sólo domésticas. A fines de 1997 Judith Evans,
periodista del Latin Finance, había comenzado un artículo sobre el tema con una
afirmación rotunda: CEICiticorp Holding es un hijo de la controversia. En
1990, con 250 millones de dólares en papeles de deuda y 25 millones en efectivo, el
Citibank adquirió una participación del 12 por ciento en Telefónica. Ese 12 por ciento
y el resto de los activos comprados a cambio de títulos de deuda (papel, hotelería,
siderurgia, frigoríficos, empresas de energía) pasaron a formar parte, dos años
después, de Citicorp Equity Investments. Es decir el CEI. En el CEI, la entidad
controlante era el Citi, a través de la compañía que había formado en el estado
norteamericano de Delaware, un lugar donde por unos pocos dólares puede constituirse una
sociedad: International Equity Investments. Casi al mismo tiempo que se crea el CEI, en un
punto de prestigio turístico, las Islas Vírgenes, bajo control británico, se constituye
otra sociedad, United Finance Company, UFCO, con 50 mil dólares de capital y un grupo de
accionistas cuyos nombres nada decían al mundo financiero.
Unas pocas semanas más tarde, UFCO aportó 121 millones de dólares al CEI. Su domicilio,
Marcelo T. de Alvear al 600, en la Capital Federal, era el mismo que el de
Citiconstrucciones, integrada por dos socios: UFCO y Raúl Juan Pedro Moneta. El CEI
participaba en Telefónica, Miniphone, Radiollamada, Cablevisión, Fibertel, TyC,
Editorial Atlántida, Telefé, Radio Continental, Azul TV, canales provinciales, Telintar,
Startel, Aceros Zapla y Zapla Holding. Los medios bajo su control pasaron a jugar un rol
decisivo en la pelea del presidente Carlos Menem por un tercer período presidencial y
Moneta alentó con fervor esa posibilidad. Perfil altísimo, intensa vida social, gustos
fastuosos y un ascenso meteórico no alcanzaban a explicar cómo Raúl Juan Pedro Moneta,
presidente de Citicorp Holdings y del Banco República (nacido en los 80 de
República Finanzas, una extrabursátil o, si se prefiere, una mesa de dinero), se había
convertido en el poseedor del 50 por ciento de las acciones del CEI, a través de una
oscura sociedad creada en un paraíso fiscal y relegando a una posición secundaria al
segundo mayor banco de los Estados Unidos. Un milagro sólo atribuible a la creatividad y
el empuje arrollador de los argentinos.
Ricardo Heriberto Handley (El Gato, como se lo conoció en su etapa de rugbier
de Los Pumas), presidente del Citibank; Raúl Moneta y John Reed, directivo del Citi a
nivel internacional, tenían una historia en común: los tres habían sido alumnos del
exclusivo colegio Saint George de Quilmes y, es tradición, para un Old Georgian no
hay nada mejor que otro Old Georgian. Un ex alumno del colegio, también hombre de
la city, explicó a este diario con crudeza: Tengo dos tipos, uno se llama Juan
González y esun talento y el otro es un Old Georgian medio boludo. Siempre voy a elegir
al Old Georgian.
A mediados de los 90, Raúl Juan Pedro Moneta se expande en el mundo bancario:
obtiene la privatización de los dos bancos de la provincia de Mendoza, de donde era
oriunda su mujer, Claudia Arroyo Benegas. Moneta fusionó el Banco de Mendoza y el Banco
de Previsión Social en una sola entidad, el Banco Mendoza. Pero el Mendoza tuvo una vida
efímera: cayó sin pena ni gloria en abril de este año. El mismo día cerraba sus
puertas su otro banco, el República. María Alejandra Obregón, la fiscal de la causa que
investiga en Mendoza la privatización de los dos bancos provinciales y el apogeo y ocaso
del tercer banco que surgió como resultado de la fusión, presumió hechos graves y
maniobras ilícitas. Pidió el procesamiento de los directores, entre ellos el de Raúl
Juan Pedro Moneta, bajo los cargos de vaciamiento, asociación ilícita y subversión
económica.
El Banco Mendoza, se sospecha, podría haber sido vaciado en beneficio del República, una
entidad de características diferentes: pocos y grandes clientes, ya fueran instituciones,
personas de pro, o infinidad de off shores. El juez federal Luis Leiva pareció sustentar
un criterio similar al de la aguerrida fiscal Obregón y solicitó la captura de Moneta,
de su tío, Jaime Benito Lucini, y de sus compañeros de directorio. Entre los requeridos
estaba Eduardo Lede, un hombre que tiene la particularidad y la experiencia de haber
pertenecido a las filas del Citibank México en los tiempos de la fiesta de Carlos Salinas
de Gortari.
Que viva México
La revelación de que más de 150 millones de dólares procedentes de coimas y
narcotráfico habían sido vehiculizados a través de Raúl Salinas, hermano del
presidente Carlos Salinas de Gortari, no sólo provocó una conmoción en el Partido
Revolucionario Institucional y puso patas arriba la política mexicana. Complicó al
Citibank. La ruta del dinero mostraba un punto clave: Confidas, una entidad que operaba en
Suiza, compartía el mismo edificio de oficinas del Citibank y muchos de sus funcionarios.
Los organismos de control norteamericanos se dijeron con buen criterio que si el asunto
tenía cuatro patas, cola y ladraba, casi con seguridad era un perro. Confidas y Citi
podían ser caras de la misma moneda.
Sobre su operatoria en el exterior empezaron a bucear el Departamento de Justicia y el
General Accounting Office (GAO). Tuvieron tiempos diferentes: mientras en el Departamento
de Justicia las investigaciones se demoraban, igual que las del Gran Jurado de Nueva York
que podría sentar en el banquillo las actividades del Citi, el GAO, por medio de su
agente Ron Malfi, produjo a fines de 1998 un severo informe en el que asoma la
responsabilidad del Citi en las maniobras de lavado de dinero de los hermanos Salinas de
Gortari. El banco, entendió Malfi, hizo poco y nada, o más bien poco, para saber cuál
era la procedencia del dinero de sus importantes clientes. Amy Elliott, cabeza del equipo
mexicano del Citi en Nueva York y con la función de contacto directo de las transacciones
de Salinas, aclaró a la Justicia qué era para ellos un gran cliente
individual: Habitualmente dijo es una persona que tiene un
patrimonio neto de al menos 5 millones y una liquidez de al menos 1 millón para invertir
con nosotros. Los Salinas, con sus nombres verdaderos o los de fantasía que
empleaban para abrir las cuentas en Confidas, cumplían con largueza el requisito.
Grande, Argentina
Mientras Amy Elliott, una cubanoestadounidense pese a su apellido, controlaba en
vivo y en directo las cuentas de Salinas, en el directorio de Confidas Suiza (donde se
operaban las cuentas de las compañías que los Salinas fundaban en las Islas Cayman)
tallaba no podía faltar un argentino: Huberto Rukavina. El compatriota
Rukavina supervisaba la labor de Amy Elliott, pero dependía a su vez de PeiYuan
Chia, un golden boy deascendencia asiática director del Citibanks Global Consumer
Bank. Pei-Yuan tenía una singularidad: reportaba directamente al Old Georgian John Reed.
En 1996, después que un colaborador de Amy Elliott comenzara a soltar la lengua y el
asunto Salinas estallara en la Gran Manzana, Pei-Yuan, para sorpresa de los head hunters,
informó su intención de esfumarse por un año. John Reed perdía
temporariamente un impresionate generador de negocios y es probable que no quisiera sumar
problemas. Tal vez por eso haya hecho un viaje relámpago a Buenos Aires luego del cual,
se afirma, hubo enroque. El Citi achicó su participación accionaria en el CEI y Richard
Handley abandonó la presidencia para dejar en el puesto a Raúl Juan Pedro Moneta.
La misma ruta al sur y con objetivos también preventivos tomaron los agentes federales de
la SEC. La semana que termina había estado poblada de rumores. Se sostenía que el
banquero atravesaba una crisis depresiva, que durante una fiesta dada por Matías
Ordóñez, el jefe de la SIDE, Hugo Anzorreguy, había mantenido un prolongadísimo aparte
con Alberto Petracchi, ex director del Banco Central y socio y mano derecha de Moneta, que
dos agentes federales de la SEC estaban en Buenos Aires recabando información. El viernes
por la noche, finalmente, una importante fuente norteamericana admitió a este diario:
Se encuentran allí. Se trata de un tema muy gordo.
Crímenes y pecados Un puñado de razones explican la presencia de funcionarios de la Security
and Exchange Commission en Buenos Aires. Algunas de ellas están tabuladas: son los
delitos cometidos fuera del territorio y registrados como SUAs, actividades
ilegales específicas. La lista es corta y sencilla: extorsión, narcóticos, fraude
contra un banco extranjero, secuestro y robo. La principal ley sobre extorsión en EE.UU.
es el Acta Hobbs. Se aplica a funcionarios norteamericanos corruptos a quienes se acusa de
obtener propiedades de otros, con su consentimiento, bajo amenazas o
disfrazando sus actos bajo el manto de actos oficiales. El acta sirvió de
modelo para la ley que establece los SUAs. Por eso aparece la extorsión en la lista. Las
instituciones financieras norteamericanas con clientes extranjeros deberían cuidar
especialmente que los fondos no procedan de crímenes contra una nación
extranjera. Ellas están obligadas a certificar el origen de los fondos depositados
por clientes del exterior. Esas cuestiones fueron las que pusieron en camisa de once varas
al Citi luego de su asistencia a los hermanos Salinas de Gortari. |
Todo empezó con unos papeles mojados de
la deuda externa
De principal acreedor del país,
el Citi se convirtió en dueño del mayor holding de empresas. Los medios son hoy el
blanco.
Origen: El banco tenía en su poder desvalorizados
títulos de deuda argentinos, cuyo origen se remontaba a los tiempos de la dictadura
militar.
Ricardo Handley, conductor del
conglomerado de empresas del Citibank. |
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Como
principal acreedor de la deuda externa argentina, Citibank presidió durante años, a
través de la en otros tiempos familiar figura de William Rhodes, el Comité de Gestión
(Steering Committee), alrededor de cuya mesa la banca internacional presionaba a la
Argentina, como por otro costado hacía el Fondo Monetario. Cuando quedó claro que el
país, que tenía virtualmente cortado el acceso al mercado de crédito desde la crisis
latinoamericana de 1982, no podría repagar el capital y ni siquiera estar al día con los
intereses, se reflotó la vieja modalidad del acreedor cobrándose en especie. En eso
consistió la capitalización de la deuda, proceso en el que el Estado fue entregando una
a una sus empresas, y en cuya ejecución debía ser naturalmente el Citi un protagonista
muy importante.
El banco tenía en su poder títulos de deuda argentinos, cuyo origen se remontaba a los
tiempos de la dictadura militar, cuando la gran banca internacional colocaba sus
excedentes líquidos en países del Tercer Mundo, y particularmente latinoamericanos. Para
cuando llegó el menemismo al poder, esos papeles valían poco y nada en el mercado: con
suerte, entre 15 y 20 por ciento de su valor nominal. La capitalización fue generosa con
los banqueros, reconociéndoles valores mucho más altos por esos títulos al convertirlos
en activos tangibles, como las empresas públicas. Precursora, en este sentido, fue la
toma de Celulosa en 1990, que el Citi absorbió comprándole con títulos al Banco
Nacional de Desarrollo las acreencias de éste contra la papelera.
Este proceso abrió en dos la acción del Citi en el país. Por un lado, continuó siendo
una de las principales entidades extranjeras del sistema financiero, absorbiendo incluso
bancos locales, como ocurrió con el Mayo. A fin de febrero, el Citi detentaba depósitos
por 5590 millones de pesos, que equivalían al 7 por ciento de todo el sistema. Por el
otro, como operación paralela constituyó un conglomerado de empresas industriales y de
servicios, a punto tal de que su conductor, Ricardo Handley, llegó a soñar con la
presidencia de la Unión Industrial Argentina.
Ese paquete de negocios, adquiridos a cambio de títulos de deuda, quedó integrado en
Citicorp Equity Investments (CEI), holding en cuyo activo figuraron cambiantes pero
siempre significativas porciones de un amplio grupo de empresas, que incluyeron en
su momento a Telefónica de Argentina, tres compañías de gas, Aceros Zapla, Edelap, el
hotel Llao Llao, Alto Paraná, Celulosa Puerto Piray, Frigorífico Rioplatense y
Multicanal. El CEI fue incorporando como socios a Raúl Moneta (Banco República), al
Grupo Wertheim, a Gilberto Zabala (CCI) y hasta a George Soros. Handley dejó el timón
del Citi local por el del CEI, algunas de cuyas operaciones fueron sospechadas de
responder ante todo a los intereses de Handley y de su valedor, John Reed, cabeza de
Citicorp.
La tormenta se descargó cuando el Citi vendió el 60 por ciento de las acciones del CEI a
un grupo de financistas vinculados a sus máximos ejecutivos. El pretexto para la
operación fue la exigencia de los reguladores bancarios estadounidenses, que obligaban al
Citi a ir desprendiéndose de sus tenencias industriales. Esta historia había comenzado
en julio de 1991, en Nueva York, y hasta ese momento no lo tenía a Handley como
protagonista. Ese año el Citi atravesaba una de sus peores crisis a nivel mundial. Un
magnate árabe, el príncipe Al-Walled bin Talal, fue quien acercó fondos frescos.
Handley, que estaba al mando de los negocios del banco en Sudamérica, diseñó una
estrategia de venta para desprenderse de una lonja de la participación en el holding
industrial. Así, el 19 de junio de 1992 entregó el 10 por ciento de CEI al Banco
República. La repentina transferencia de esa porción no fue casual: el titular de ese
banco mayorista era Raúl Juan Pedro Moneta, íntimo amigo de Handley desde que
compartieron el primario en el colegio San Jorge, de Quilmes.
El República compró las acciones con un crédito del propio Citi por 85 millones de
dólares, a la atractiva tasa del 8,5 por ciento anual, y entregó como garantía de la
operación acciones de Telefónica (dos tercios del aval) y Telecom. Así entró Moneta al
CEI con un préstamo del vendedor. Unos meses después, el grupo Wertheim adquirió otro
10 por ciento del holding, y Soros se quedó con un 2 por ciento. Pero la transferencia
más importante fue la del 26 por ciento a una ignota sociedad denominada United Finance
Corp. Ltda., cuyo titular también era Moneta. El amigo de Handley, del propio Reed y de
Carlos Menem pasó a controlar entonces el 36 por ciento de uno de los principales
holdings económicos del país. El Citi se había quedado así con el 52 por ciento de
CEI, porcentaje que debía seguir reduciendo. Los críticos de estas y otras transacciones
como la entrega, en canje por asesoramiento, de CCI (Citicorp Capital Investors) a
Gilberto Zabala y Marcelo Gowland, dos abogados estrechamente ligados a Handley
sostienen que el Citi habría podido recaudar mucho más dinero si la oferta de las
acciones hubiese sido pública.
Todo ese inmenso paquete viró con el tiempo su objetivo, volcándose hacia los
multimedios, de modo que, trazando una parábola, una fracción de la deuda externa
argentina acaba saldándose con la entrega de revistas, radios, televisoras abiertas y
redes de cable. Al frente de estos negocios fueron sucediéndose rostros y fondos de
inversión de muy difícil rastreo y ninguna transparencia. Handley, que a mediados del
98 dejó la presidencia del CEI en manos de Moneta, cuando el control del holding
pasó a manos del fondo HMT&F (cabeza visible: el texano Tom Hicks), ahora, fuga de
Moneta mediante pero con el imprescindible aval de éste, otorgado desde la
clandestinidad, volverá al puente de mando al asumir el manejo de Argentine Media
Investments, AMI, sociedad inversora armada bajo el mismo paraguas. En abril último,
Hicks en persona se estableció en la cúspide del CEI con el objetivo de absorber más
medios en toda la región.
Entre tanto manejo oscuro, el Citi cuya última jugada política de alto perfil fue
el abandono de la cámara de la banca extranjera para pasarse a la argentina, ahora
extranjerizada a su vez busca alejar todo lo posible su imagen de la de los
otros negocios del grupo, envueltos en la espesa niebla que rodea al poder
presidencial.
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