Por Cristian Alarcón El sueño de la
industria propia se le desmoronó a un boliviano, intentaba ironizar en su edición
del 5 de agosto de 1996 el diario Crónica, al comenzar una nota sobre el último golpe
del juzgado federal de Dolores. El titular era Boliviano producía cocaína en
Gesell, y en el artículo se contaba la historia oficial de un procedimiento
encabezado por Hernán Bernasconi. El juez se ufanaba del triunfo y decía que hacía
quince años que no se hacía uno así en el país. En ello no mentía. Ni antes, ni
después ha caído una fábrica local de blanca, sencillamente porque, según fuentes de
narcotráfico de la Policía Federal, la idea de un laboratorio en la costa es como
la de un iceberg en el Caribe. El soñador de Crónica era Hugo Escobar Mercado, un
cocinero de droga que fue traído desde Santa Cruz de la Sierra a Gesell por un policía
colaborador de Bernasconi, con el único objetivo de convertirlo en el protagonista de un
operativo fraguado. La causa en la que Mercado fue absuelto por el Tribunal Federal Oral
Federal de Mar del Plata debido a las gravísimas irregularidades descubiertas
(ver aparte) pasó a ser la que más compromete al juez en su camino al juicio político.
Según coincidieron los jueces: Esto resulta cinco veces más escandaloso que la
propia causa Coppola.
La historia de Escobar Mercado contiene los ingredientes necesarios para una road movie
con malos cruzando el país desde la selva subtropical de Santa Cruz de la Sierra hasta el
pequeño poblado costero de Villa Gesell. Fue allí donde el 4 de agosto del 96, a
las 14.30, cayeron con toda la parafernalia de la Bonaerense, el juez Bernasconi, su
secretario Roberto Schlagel y casi 20 policías. Entre ellos estaban sus infaltables
colaboradores: Daniel Diamante, Antonio Gerace y el Patrón de la Costa, Juan
Carlos Salvá. Bajo cuerda, habían trabajado en semejante logro el agente encubierto
Carlos Gómez y un informante civil con entrada libre a las oficinas de Bernasconi,
el Ruso Luis Antonio Schatz. Ambos, se demostraría luego en el juicio oral,
en junio de 1997, fueron los artesanos del operativo.
La cándida versión ante los jueces de Hugo Escobar, un hombre de casi cincuenta años,
experto cocinador con prontuario en Alemania, fue que se hizo amigo de Carlos Gómez en su
Santa Cruz natal y que después de varias invitaciones terminó aceptando viajar con él a
Gesell para conocer el mar. En realidad el convite no era inocente. Gómez y
Schatz habían estado trabajando en el norte como señuelos para, en lugar de
rastrear un tráfico real, aportar al juzgado de Dolores uno nuevo, totalmente original y
mediáticamente vendible, señalaron a este diario fuentes de la investigación del
caso. Por ello habrían elegido a Escobar Mercado y no a otro cocinero. Su prontuario
internacional lo hacía más apetecible aún como narco caído. Lo embarraron todo las
desprolijidades de la operación encubierta bajo el paraguas de Dolores.
Y es que hasta el allanamiento todo funcionó. Cuando el juez y su gente llegaron a la
casa de la calle 138 Nº 357, entre 3 y 4, en Villa Gesell, encontraron a Escobar
durmiendo después del agotador viaje. Y en una habitación todo lo necesario para una
cocinería de verdad: bidones de acetona, agua destilada, botellas de eter sulfúrico,
amoníaco, ácido clorhídrico y una balanza. También un fuentón donde se remojaban dos
salidas de baño y sábanas. Se supone que la pasta base había logrado pasar embebida en
las telas desde Bolivia. En total el clorhidrato incautado fue de 438 gramos. Al allanar,
en medio del desorden y ante los veinte policías, se escapó el socio de Escobar,
descripto en el acta de allanamiento como un hombre de jogging gris, remera blanca,
zapatillas y pelo largo enrulado. No era otro que el oficial Gómez. Más tarde, en el
juzgado de Dolores, los policías Salvá y Sossi hicieron falsos dictados de
rostro del prófugo, con quien habían hecho incontables procedimientos, incluidos
algunos del caso Coppola.
Los errores, que terminarían entrampando a los policías y a Bernasconi saltaron a la luz
en el juicio a Escobar. Gómez y Schatz no la habían pasado mal en el norte. Y en una de
las jaranas terminaron a las trompadas con personal de Gendarmería. Fueron presos. En la
indagatoria ante el juez federal de Salta, Schatz dijo que era informante de Bernasconi y
que trabajaba en una investigación encubierta. Cuando la información fue corroborada
telefónicamente con Dolores, Schatz quedó en libertad. En el juicio oral el fiscal
García Berro solicitó la copia de esa indagatoria y comparó la firma de Schatz con la
del contrato de alquiler de la casa de la calle 138. Era la misma. Después Schatz fue
reconocido por la dueña de la inmobiliaria de Gesell. Para alquilar había usado el
documento robado a un tal Alberto Valle. El DNI había sido cuidadosamente puesto en el
bolso de Mercado.
En ese bolso había otra prueba que se volvió en contra: la boleta de la Química
Industrial, de Mar del Plata, donde fueron comprados los productos para la cocina. Era del
1º de agosto, cuando Escobar todavía no entraba al país. La casa también se alquiló
antes de que el boliviano conociera el mar. Mientras Gómez viajaba con el cocinero
engañado, en la costa el resto se ocupaba de la logística. La participación de Schatz
quedó demostrada en el juicio no sólo por su traspié salteño, sino por media decena de
testigos que lo vieron entrar como a su casa al juzgado de Bernasconi. Y lo que terminó
de convencer al Tribunal Federal Oral de que la operación había sido armada desde la
oficina del juez fue un descubrimiento telefónico: tal era el compromiso con la
instalación de la cocina en Gesell, que en la lista de llamados del juzgado se
encontraron varias comunicaciones realizadas meses antes del allanamiento con
la casa familiar de los Escobar Mercado en Bolivia.
Qué dijeron los jueces La causa Nº 423 tramitada en el Juzgado Federal de Dolores fue anulada por
los jueces Roberto Falcone, Néstor Parra y Mario Portela, del Tribunal Federal Oral de
Mar del Plata, el 19 de junio de 1997. En el dictamen los magistrados acusan directamente
al juez Hernán Bernasconi y su secretario Roberto Schlagel de que con el pretexto
de reprimir el tráfico de drogas alentaron la instalación de un laboratorio clandestino
posteriormente allanado, omitiendo consignar en el expediente actos procesales
relevantes. Se refieren a toda la tarea encubierta que se realizó para traer al
país al cocinero de droga Hugo Escobar Mercado. Por el contrario sostuvo el
tribunal, se documentaron declaraciones apócrifas tendientes a crear una realidad
absolutamente falsa. En la resolución, además de absolver a Escobar, se acusa al
juez, su secretario, cinco policías y el informante civil Luis Schatz de seis delitos,
entre ellos asociación ilícita y privación ilegítima de la libertad agravada. En el
documento los jueces afirman: Resulta evidente que los gravísimos delitos
perpetrados por funcionarios policiales gozaron de la protección judicial suministrada
por el juez Bernasconi y su secretario Schlagel. |
TRES CHICOS IMPUTADOS
POR COMERCIALIZACION
De Gesell al infierno de la cárcel
Por C.A.
La
temporada de verano 96 fue incansable en el control del narcotráfico en Pinamar y
Gesell. Al 20 de enero en 15 días se habían realizado 48 procedimientos. En uno de ellos
cayó Maximiliano M, cuando tenía 20 años junto a dos de sus amigos, Lucas y Hernán,
todos chicos de Palermo Viejo. Habían alquilado una casa en Villa Gesell entre seis,
junto a sus novias. Hasta que cuando volvía de la playa me cazaron de los
pelos, cuenta. Era cierto que consumían marihuana. Y que de barderos hasta
salíamos fumando en bici. Pero la bocha que habían comprado en
cooperativa le valió al riguroso juez Hernán Bernasconi para imputarlos, no por consumo,
sino por comercialización agravada por el número. En segundos pasaron a ser una banda
peligrosa, que pasó en la cárcel los siguientes diez meses.
Maxi C. trabaja hoy atendiendo un comercio. Sus amigos también lograron reinsertarse. Los
tres pasaron juntos la larga temporada en el penal de Dolores y allí convivieron con todo
tipo de personajes. Entre otros conocieron al boliviano Hugo Escobar Mercado.
Al principio no lo podíamos creer. Al juez nunca le pudimos hacer entender nada
porque apareció solamente después del motín a ver si nos había pasado algo.
El motín es aquel que hizo arder Sierra Chica. Y tuvo al borde el sistema penal
bonaerense. El ruido de un motín te vuelve loco. Los capangas pasteados se pasean
con las facas por el pasillo. Se curten a los del pabellón rosado. Por suerte no se hizo
de noche. A uno de sus amigos, semanas antes de la libertad, en una pelea, le dieron
un puntazo. Faltaba una semana para el juicio oral. Nos dijeron que íbamos a
Balcarce, a una comunidad terapéutica. Pero Bernasconi nos mandó a Batán, al pabellón
de máxima seguridad, un lugar donde ni siquiera hay luces. La pesadilla terminó
cuando llegó el juicio oral. El tribunal federal los condenó por simple tenencia.
Quedaron libres bajo promesa de cumplir con un tratamiento para adictos.
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