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Entrevista al actor Hector “el Cordobes” Anglada
“Capilla es un tarado”

Su noche top es una bailanta. Brilló, y hasta ganó premios, protagonizando “Pizza, birra, faso” y ahora es uno de los satélites de las stars de “Campeones”, en la piel de Capilla, del que opina lo que está en el título. Como no tiene auto, va a filmar en bicicleta.

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Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes) En sus opciones de esparcimiento no figuran ni El Divino ni La Morocha. Para Héctor Anglada, cordobés por naturaleza, actor por azar, la noche top se vive en Popularísima, la bailanta del Once que los fines de semana explota de música cuartetera, o en Cachaca, otro boliche paradigmático de la movida tropical. No tiene auto, no viaja en taxi, tampoco en remise. Todos los días se sube a su bicicleta, sale de la casa que alquila en el Bajo Flores profundo, y tarda poco más de media hora para ir al estudio de grabación, donde se mete en la piel de Capilla, el boxeador y recolector de residuos de “Campeones”. Es un pibe que, de tan común, se convierte en un marginal televisivo. “No voy a las fiestas del ambiente porque ahí no me divierto”, reconoce en la entrevista con Página/12. “Son fiestas que se hacen para la prensa, para mostrarte, para que te vean si estás con una minita, si estás tomando esto o lo otro. Y a mí eso no me interesa. Igual, a mí no me joden mucho, porque yo no vendo. En un festival en Mar del Plata, vino una señora y me saludó. Yo la saludé, por respeto. Después me dijeron que era Jacqueline Bisset...”
Tiene 24 años y cree que será actor sólo hasta los 30, aunque reconoce que la actuación es su verdadera vocación. Hasta encontrarla, trabajó de: diariero, heladero, peón de albañil, bombero voluntario (“ahí aprendí cosas que después me sirvieron como actor, como por ejemplo morirme, porque en los incendios la gente se muere de verdad, no como en la tele”), lavacopas y cafetero, entre muchísimos otros oficios. Uno de ellos le sirvió de trampolín para su actual profesión. “Estaba trabajando de encargado de mantenimiento en un hotel en Villa Carlos Paz. Los fines de semana jugaba al fútbol con Adrián Caetano, y un día me dijo: ‘Voy a hacer una película. ¿No querés trabajar?’. Le dije que sí.” Fue el primer papel de Anglada y también el primer trabajo de Caetano: Visite Carlos Paz, un cortometraje. El primer día que estuvo frente a una cámara vomitó de los nervios. “Hoy ya estoy más acostumbrado”, señala, pero no muy convencido. Es relativamente conocido desde que sorprendió a todos como el Cordobés de Pizza, birra, faso, aunque llegó al gran público con su personificación de un barrabrava de Excursionistas en “RR.DT.” (“Hasta me hice hincha y todo”, reconoce) y, fundamentalmente, con su actual papel en “Campeones”.
–Muchos dicen que su éxito está basado en que hace de usted mismo...
–Bueno, trato de compatibilizar los personajes con lo que soy yo. Pero a veces es difícil. Por ejemplo ahora, haciendo de Capilla. Yo no soy como él. Nunca fui tímido. Capilla es un tarado. A mí una mina no me va a hacer lo que le hacen a él. Yo le pedía al director de “Campeones” que hiciera algo, que Capilla no podía ser tan infeliz. Hasta le tomé bronca y todo al guaso...
–¿Cuál fue su escuela de actuación?
–La actuación se aprende en la vida. No es que tenga que entrar a robar a una despensa para saber cómo hacer de chorro, pero en la calle se ve todo lo que pasa. Y mi método es también alquilarme películas. Veo a Al Pacino, De Niro, Banderas y trato de sacarles cosas que me puedan servir. Para hacer La expresión del deseo, donde tenía que hacer a un chabón re sacado, me alquilé Scarface y listo. No estudié teatro, y por ahora pienso seguir con mi método. Y después, por ejemplo, hacer de boxeador no me cuesta mucho, porque yo hice boxeo. Inclusive entrené con Falucho Laciar...
Con el primer dinero grande que ganó (“No te vayas a creer que lo que yo digo plata grande es lo mismo que para Laport, ¿eh?”, aclara) le puso un kiosco a la madre, que en realidad es su abuela, quien lo crió desde chiquito en Villa Carlos Paz. En Buenos Aires estaba viviendo solo en una casa del barrio Bernardino Rivadavia, allá donde el Bajo Flores comienza a alimentar el centimetraje de las páginas policiales. Pero un día se cansó de estar solo y se trajo a su madre: “Ella estaba sola allá en Córdoba, yo solo acá. Es mejor que estemos juntos, acompañándonos”, dice. Para el estreno de Pizza, birra, faso, ella lloró todo el tiempo. “Es que mi mamá se creía todo lo que pasaba en la película. Imaginate al final, cuando el personaje que yo hacía se murió. Se quería morir ella también...” De aquella noche recuerda que “cuando salía, la gente me aplaudía y yo trataba de esconderme, pero no por mala onda, sino porque no estoy adaptado para nada a esto de ser conocido”.
–¿Qué personaje no le gustaría hacer?
–Ya lo hice, y no me gustó. El que interpreté en La Furia. Hice de guardiacárcel y me sentí muy mal. Tengo amigos en Córdoba y en el Bajo Flores que están privados de la libertad y me acordé de ellos. Por ahí, si hubiese sido un papel de policía coimero, habría hecho el mejor trabajo de mi vida, porque es fácil de caracterizar, si ya sabés cómo son los tipos...
–¿Sueños en la profesión?
–Mi sueño es ser director de cine. Y como actor me gustaría poder interpretar a un stone, pero ahora no me sale, porque soy demasiado cordobés. Voy a hacer un curso con una fonoaudióloga, para aprender la tonada porteña y poder hacer otros papeles, aunque toda la vida voy a ser “el Cordobés”, y con orgullo.

 

Portación de cara

Héctor Anglada se pegó varios sustos durante el rodaje de Pizza, birra, faso. En un momento de la filmación, yendo en auto (conviene recordar aquél auto y el aspecto de los personajes que iban dentro), los paró la policía. Los directores de la película habían avisado de la situación, pero a otra comisaría. “Cuando nos vino a encarar la cana, lo primero que le dije fue: ‘Mire que ahora cuando revise el auto va a encontrar cuatro armas, pero son de fogueo, ¿eh? estamos haciendo una película’. Para qué... se pusieron como locos. Nos empezaron a apuntar con las itakas y en dos minutos había ocho patrulleros. ‘Yo les voy a dar películas allá adentro’ nos dijeron. Y nos llevaron a declarar a la comisaría.”

 

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